Un
buen día aparecieron dispersos por la Gran Vía un número indeterminado de
elementos dispuestos en la parte central, a tresbolillo y sin un orden concreto de reparto, pero
suficientemente llamativo como para que quienes frecuentan por necesidad o
placer esa travesía majariega se preguntaran qué hacían allí y qué función
venían a desempañar en un espacio urbano que no necesitaba de ellos. Eran
cuencos de fundición de forma semiesférica a modo de maceteros, que antes
ocupaban lugar en las calles transversales y que por arte de magia se habían
trasladado a la principal vía peatonal de nuestro pueblo.
Como
nadie había dado cuenta anticipadamente de que eso fuera a suceder ni por qué
motivo, los vecinos se preguntaban con asombro qué sentido tenía aquella novedad
y empezaron a hacer cábalas y suposiciones
sobre su significado, y a discutirlo en sus tertulias. Cuando alguien apuntaba
que simplemente sería cuestión de adorno para aliviar la aridez del enlosado,
otro respondía que no le parecía esa la razón porque si fuera así tendrán que
haber sido más cuidadosos en la selección de las plantas ya que las pobres
parecían estar sacadas directamente del Purgatorio. Si al hilo de esto uno
decía que no era tanto un asunto de ornamentación sino de conducir a los
caminantes por las zonas lisas para que no tropezasen con el adoquinado, en un
ensayo del Ayuntamiento para buscar solución a los tropezones que sufren las
personas mayores (y no tan mayores) hasta que no se acometieran las obras de
“alisado” que llevan anunciando desde hace meses y que nunca empiezan, otros
argumentaban que habían comprobado que la posición de las macetas no guardaban
ninguna relación con esa teoría porque estaban colocadas aleatoriamente y
ocupaban tanto zonas lisas como arrugadas. Un par de ancianos de esos que andan
encorvados dando pasitos cortos con las manos cogidas a la espalda pensaban que
por fin habían hecho caso de sus protestas por la excesiva velocidad que con
que circulaban los ciclistas por allí, pero otros de la misma edad rebatían ese
planteamiento argumentando que ahora sería más peligroso porque tanto peatones
como bicicletas tenían que compartir los estrechamientos. Una señora a la que
se conocía por su tendencia a los constipados expuso en su opinión esa forma de
colocar las plantas en zigzag tenía la misión de obstaculizar la rachas de
viento serrano que se hacen más patentes en los días invernales, y bendecía esa
decisión porque así evitaría resfriados….
Maceteros en la Gran Vía de Majadahonda |
Cada
día era ocasión para exponer una nueva hipótesis y para que los vecinos
siguieran haciendo conjeturas y elucubraciones sobre este asunto, ya que nadie
se molestó de dar una explicación oficial desde el Consistorio o, si llegó a
hacerlo, lo hizo tan bajito que pocos fueron los que se enteraron. El caso es
que allí seguían los tiestos como pequeños meteoritos caídos del cielo ocupando
los sitios menos adecuados y estorbando al paso. Al paso y a la visión porque
esa sucesión de vegetales con pedestal impedían lo mismo el panorama de la
sierra al fondo cuando ibas en dirección a Jardinillos, que la de la cuesta de
la Ermita del Cristo cuando lo hacías en dirección contraria. Aunque es cierto
que también venían de perlas cuando querías sortear el encuentro de algún
pesado ocultándote a su paso entre las ramas, siempre que tuvieras la suerte de
que el indeseado encuentro coincidiera con una maceta bien poblada, acuerdo que
ocurría en contadas ocasiones.
Ya
nos habíamos acostumbrado a ese muestrario de lánguidas vegetaciones en
recipientes destartalados y peligrosos para las rodillas, y a caminar
sesgadamente para sortear esa sucesión
de obstáculos e incluso a compartir el trazado de nuestro camino con los vehículos
que esporádicamente irrumpían con su tránsito, cuando de repente y sin previo
aviso, otro buen día se esfumaron con el mismo sigilo y misterio con el que
hicieron aparición y la Gran Vía recuperó el estado de siempre. Y, como había
sucedido meses antes, los vecinos volvieron a buscar explicaciones para sus
adentros y a exponer sus diferentes teorías en los mismos foros de antaño: que
si efectivamente la propuesta de ornamentación no había dado el resultado
esperado; que si la gente seguía torciéndose los pies con el empedrado y,
además habían conseguido una magulladura más en las piernas al tropezar con el
canto de hierro; que si las bicis no iban más despacio sino que aprovechaban lo
tortuoso del recorrido para hacer eslalon; que si el viento del otoño no había
sido amansado pues no solo soplaba con la misma fuerza sino que al mover los
ramajes éstos podían saltarte un ojo…
Algún
fantasioso o bromista llegó a lanzar el bulo de que esa iniciativa pretendía
dificultar el acceso y la circulación de vehículos a una calle peatonal en
previsión de que en nuestra ciudad se pudieran reproducir un atentado terrorista como el acontecido en la Ramblas de Barcelona un año antes, en el que una
furgoneta acometió a los viandantes ocasionado quince muertos, muchos heridos y
el pánico general. A mí particularmente nunca que pareció que esa versión fuera
creíble. No había más que ver la habilidad con que los vehículos de Policía y
las camionetas del servicio de limpieza sorteaban los hitos varias veces al día
sin mayores dificultades. Pero además era evidente que por las calles
transversales el camino está expedito para que entren y salgan libremente, e
incluso por el cruce de Colón donde con frecuencia faltan bolardos que se no se
reponen. De modo que si a algún descerebrado le hubiera dado por cometer
salvajadas en la Gran Vía, lo podría haber hecho en aquel momento sin
demasiadas complicaciones.
Puestos
a fantasear, me gusta más idea de que estos misteriosos sucesos puedan están
enmarcados dentro de un fantasmagórico viaje de macetas semovientes que siguen
la ruta de los antiguos pastores trashumantes y que aparecen en las poblaciones
que tiempo atrás visitaron, desvaneciéndose después sin dejar rastro como si
nada hubiera pasado, excepto ese mensaje fugaz como un sentido homenaje y un entrañable
recuerdo de los tiempos de la Mesta.
Pastoreo trashumante en un descanso (AHPso) |
Ahora
bien, si como sería más lógico este quita y pon macetero es obra antropogénica
y no de fantasmas sino procedente de los responsables municipales, me parece
totalmente despectivo por su parte que no dieran cuenta de ello de forma que la
población hubiera estado al tanto de las situación. A no ser que lo que pretendieran
fuera mantener viva la imaginación de los vecinos y estimular el ejercicio de
su neuronas, lo que por lo antes expuesto puede calificarse de objetivo
alcanzado. Ahora bien, eso tiene sus riesgos, y uno de ellos es que los vecinos
puedan llegar a la conclusión de que el Ayuntamiento está dirigido por gente
con un coeficiente intelectual muy cortito.
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