Ahora que las fiestas
ya han pasado y que hemos podido comprobar la magnífica y completa programación
de actividades que los encargados de esa tarea han elaborado para nuestra
municipio, podemos decir con total conocimiento de causa y la más categórica
afirmación que el eslogan que nos habían
adjudicado (previo pago de 3.000 € al organismo que otorga ese título, en
concepto de modesta cuota de inscripción) de ‘Majadahonda, Ciudad Europea de la Navidad 2019’ es
un auténtico bluf. Como decía en una entrega anterior reciente, aunque tuviera
mis sospechas en ese sentido no quería precipitarme a hacer un valoración
definitiva sin tener la absoluta certeza de que las navidades en nuestro pueblo
no hubieran tenido una significancia especial que nos hiciera merecedores de
ese reconocimiento, no fuera a ser que bajo la apariencia de ese pobre programa -que desgranábamos tan
pronto tuvimos la ocasión de analizarlo-
se escondiera alguna mayúscula sorpresa de esas que tanto gusta pregonar a
nuestro Concejal de Festejos y nos hiciera cambiar de opinión. No ha sido así.
Y ahora que de las fiestas apenas solo quedan sus últimos estertores (léase una
estructura metálica de forma cónica en la plaza de Colón y unos círculos de
luces que no lucen colgados por la Gran Vía), podemos confirmar que nuestros
temores eran ciertos y que se han corroborado esos recelos y ratificado
nuestros presentimientos.
Todo esto no habría
tenido mayor importancia si ese titulillo de farsa no hubiera salido a la luz y
se hiciera de él tanto uso mediático, porque a las cutres celebraciones
navideñas en este pueblo ya nos habíamos acostumbrado –como también lo hemos hecho
a otras carencias más importantes- sus habitantes. A mí, particularmente, me daría
igual que las actividades programadas por el Ayuntamiento para estas fechas
sean más o menos espectaculares si no fuera porque a mis hijos, como a toda la
población de corta edad, les hace mucha ilusión estas fiestas y las viven con auténtica
pasión y mucha expectación por toda la simbología que tienen no solo en el
aspecto religioso y tradicional sino también en el otros mucho más prácticos y
beneficiosos para ellos como son las vacaciones y los regalos. Y, al final, uno
acaba contagiándose de ese furor navideño que viven los niños y termina montándose
con ellos en el trenecito acarreando las bolsitas de regalo que dan a los
peques (las de mis propios hijos y las de los amiguitos que les acompañan a mi
cargo), guardando cola para que los Reyes les sienten en sus rodillas en sus
tronos de los bajos de la Plaza Mayor, o soportando empujones y pisotones de
otros padres en pleno éxtasis de la Cabalgata, suplicando para mis adentros que
por favor no lancen caramelos recordando la extraordinaria puntería que demostró
uno de los pajes de hace un par de años cuando un proyectil impactó
directamente en mi ojo derecho.
El tren de la Navidad en la plaza de Colón |
Quiero decir con esto
que los majariegos nos hemos ido conformando con pocas cosas, así como a
entender que el hecho de que nuestros festejos navideños sean sencillos y
humildes entra dentro de lo comprensible, si tenemos en cuenta la racanería de
nuestro Consistorio en todo lo que se refiere a la generosidad en la oferta de servicios
y entretenimiento hacia sus paisanos. De modo que no hace falta sacar los pies
del plato ostentando la consecución –con dudosas artimañas- de títulos o
galardones tan falsos como innecesarios, sobre todo cuando al final no hay
apenas diferencias que justifiquen esa distinción en comparación con lo
realizado en años anteriores.
No obstante, creo que
es de justicia reseñar algunos pequeños detalles a los que sí hay que concederles el grado de novedosos.
Uno de ellos es la piña que forma el Equipo de Gobierno a la hora de asistir a
los actos representativos: van juntos casi todos ellos y en plan de buenos
amigos, como si de una excursión del colegio se tratara. Eso vi yo, al menos el
día en que se inauguraba el Belén Municipal y el encendido de luces,
acontecimientos sobre los que aprovecho para hacer algunos comentarios.
Belén municipal en los soportales del Ayuntamiento |
Sobre el primero, nada de particular salvo que en su bonito diseño no se ha tenido en cuenta que el portal y su misterio quedan a una altura demasiado alta para la gente de poca estatura, es decir, los niños y los ancianos, que son precisamente los que no pueden valerse por sí mismos para elevarse. Lo que conlleva a los padres a sostener en brazos a sus hijos para que puedas percibir la grandeza del Nacimiento…. hasta que se le agoten al fuerzas al porteador. Ese fue mi caso, que tuve que ir levantando sucesivamente a mis hijos pequeños y sus amiguitos de la misma edad, que estaban a mi cargo, durante más o menos un cuarto de hora y que me dejó con los brazos y los riñones agotados. Menos mal que mi padre, que también nos acompañaba, desistió de que también le izara, que si no… ¡Ah! Y otro apunte de menor importancia para mejorar en próximas ediciones: la transición entre el día y la noche es verdaderamente tajante e instantánea, nada parecida a la realidad, lo que se puede solucionar con un potenciómetro de intensidad automático de bajo coste.
Sobre el segundo, las
luces de la Gran Vía, hay mucho que decir. Y no tanto por lo acertado de los
motivos y los colores como por el acompañamiento. Este año –lo que también
constituye una novedad- todas los días entre las seis de la tarde y las diez de
la noche, coincidiendo con las medias, una algarabía de berridos musicales a
todo volumen inundaban la paz navideña durante unos minutos para lanzar al aire
tres canciones en inglés. (¡Como si no hubiera villancicos en castellano! Y
bien bonitos, por cierto). El caso es que durante ese tiempo, las luces se
sincronizaban con los aullidos que salían de unos enormes altavoces -nunca los había
visto de ese tamaño en estos acontecimientos- encendiéndose y apagándose, yendo
y viniendo de adelante para atrás y de un lado a otro, al son de la música. Un
espectáculo curioso que todo el mundo quería inmortalizar grabándolo en sus
móviles… una vez repuestos del primer susto.
Luces navideñas en la Gran Vía de Majadahonda (ABC) |
Y eso es lo que puedo
decir que más me ha llamado la atención de estas fiestas. Bueno, eso y que la
tarde del 14 de diciembre, fecha en que se dio el pistoletazo de salida, los
asistentes fuimos obsequiados con un chocolate con churros recién cocinados en
los soportales del Ayuntamiento. Todo un detalle que hemos de agradecer… a medias,
porque cuando nos tocó el turno después de hacer una buena cola ya se había
acabado el chocolate y casi no quedaban churros. Pero eso es lo de menos, lo importante es la intención. De todas
formas, mientras miraba a mi hijo pequeño como se relamía con su cucurucho no
podía dejar de pensar: “¡Cómelo con
gusto, hijo; que no te puedes hacer idea de lo que cuesta ese churro!”
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