lunes, 13 de enero de 2020

El bluf de un eslogan

Ahora que las fiestas ya han pasado y que hemos podido comprobar la magnífica y completa programación de actividades que los encargados de esa tarea han elaborado para nuestra municipio, podemos decir con total conocimiento de causa y la más categórica afirmación que el eslogan  que nos habían adjudicado (previo pago de 3.000 € al organismo que otorga ese título, en concepto de modesta cuota de inscripción) de Majadahonda, Ciudad Europea de la Navidad 2019’ es un auténtico bluf. Como decía en una entrega anterior reciente, aunque tuviera mis sospechas en ese sentido no quería precipitarme a hacer un valoración definitiva sin tener la absoluta certeza de que las navidades en nuestro pueblo no hubieran tenido una significancia especial que nos hiciera merecedores de ese reconocimiento, no fuera a ser que bajo la apariencia de ese pobre programa -que desgranábamos tan pronto  tuvimos la ocasión de analizarlo- se escondiera alguna mayúscula sorpresa de esas que tanto gusta pregonar a nuestro Concejal de Festejos y nos hiciera cambiar de opinión. No ha sido así. Y ahora que de las fiestas apenas solo quedan sus últimos estertores (léase una estructura metálica de forma cónica en la plaza de Colón y unos círculos de luces que no lucen colgados por la Gran Vía), podemos confirmar que nuestros temores eran ciertos y que se han corroborado esos recelos y ratificado nuestros presentimientos.

Todo esto no habría tenido mayor importancia si ese titulillo de farsa no hubiera salido a la luz y se hiciera de él tanto uso mediático, porque a las cutres celebraciones navideñas en este pueblo ya nos habíamos acostumbrado –como también lo hemos hecho a otras carencias más importantes- sus habitantes. A mí, particularmente, me daría igual que las actividades programadas por el Ayuntamiento para estas fechas sean más o menos espectaculares si no fuera porque a mis hijos, como a toda la población de corta edad, les hace mucha ilusión estas fiestas y las viven con auténtica pasión y mucha expectación por toda la simbología que tienen no solo en el aspecto religioso y tradicional sino también en el otros mucho más prácticos y beneficiosos para ellos como son las vacaciones y los regalos. Y, al final, uno acaba contagiándose de ese furor navideño que viven los niños y termina montándose con ellos en el trenecito acarreando las bolsitas de regalo que dan a los peques (las de mis propios hijos y las de los amiguitos que les acompañan a mi cargo), guardando cola para que los Reyes les sienten en sus rodillas en sus tronos de los bajos de la Plaza Mayor, o soportando empujones y pisotones de otros padres en pleno éxtasis de la Cabalgata, suplicando para mis adentros que por favor no lancen caramelos recordando la extraordinaria puntería que demostró uno de los pajes de hace un par de años cuando un proyectil impactó directamente en mi ojo derecho.


El tren de la Navidad en la plaza de Colón

Quiero decir con esto que los majariegos nos hemos ido conformando con pocas cosas, así como a entender que el hecho de que nuestros festejos navideños sean sencillos y humildes entra dentro de lo comprensible, si tenemos en cuenta la racanería de nuestro Consistorio en todo lo que se refiere a la generosidad en la oferta de servicios y entretenimiento hacia sus paisanos. De modo que no hace falta sacar los pies del plato ostentando la consecución –con dudosas artimañas- de títulos o galardones tan falsos como innecesarios, sobre todo cuando al final no hay apenas diferencias que justifiquen esa distinción en comparación con lo realizado en años anteriores.

No obstante, creo que es de justicia reseñar algunos pequeños detalles a los que  sí hay que concederles el grado de novedosos. Uno de ellos es la piña que forma el Equipo de Gobierno a la hora de asistir a los actos representativos: van juntos casi todos ellos y en plan de buenos amigos, como si de una excursión del colegio se tratara. Eso vi yo, al menos el día en que se inauguraba el Belén Municipal y el encendido de luces, acontecimientos sobre los que aprovecho para hacer algunos comentarios.

Belén municipal en los soportales del Ayuntamiento

Sobre el primero, nada de particular salvo que en su bonito diseño no se ha tenido en cuenta que el portal y su misterio quedan a una altura demasiado alta para la gente de poca estatura, es decir, los niños y los ancianos, que son precisamente los que no pueden valerse por sí mismos para elevarse. Lo que conlleva a los padres a sostener en brazos a sus hijos para que puedas percibir la grandeza del Nacimiento…. hasta que se le agoten al fuerzas al porteador. Ese fue mi caso, que tuve que ir levantando sucesivamente a mis hijos pequeños y sus amiguitos de la misma edad, que estaban a mi cargo, durante más o menos un cuarto de hora y que me dejó con los brazos y los riñones agotados. Menos mal que mi padre, que también nos acompañaba, desistió de que también le izara, que si no… ¡Ah! Y otro apunte de menor importancia para mejorar en próximas ediciones: la transición entre el día y la noche es verdaderamente tajante e instantánea, nada parecida a la realidad, lo que se puede solucionar con un potenciómetro de intensidad automático de bajo coste.

Sobre el segundo, las luces de la Gran Vía, hay mucho que decir. Y no tanto por lo acertado de los motivos y los colores como por el acompañamiento. Este año –lo que también constituye una novedad- todas los días entre las seis de la tarde y las diez de la noche, coincidiendo con las medias, una algarabía de berridos musicales a todo volumen inundaban la paz navideña durante unos minutos para lanzar al aire tres canciones en inglés. (¡Como si no hubiera villancicos en castellano! Y bien bonitos, por cierto). El caso es que durante ese tiempo, las luces se sincronizaban con los aullidos que salían de unos enormes altavoces -nunca los había visto de ese tamaño en estos acontecimientos- encendiéndose y apagándose, yendo y viniendo de adelante para atrás y de un lado a otro, al son de la música. Un espectáculo curioso que todo el mundo quería inmortalizar grabándolo en sus móviles… una vez repuestos del primer susto.


Luces navideñas en la Gran Vía de  Majadahonda (ABC)

Y eso es lo que puedo decir que más me ha llamado la atención de estas fiestas. Bueno, eso y que la tarde del 14 de diciembre, fecha en que se dio el pistoletazo de salida, los asistentes fuimos obsequiados con un chocolate con churros recién cocinados en los soportales del Ayuntamiento. Todo un detalle que hemos de agradecer… a medias, porque cuando nos tocó el turno después de hacer una buena cola ya se había acabado el chocolate y casi no quedaban churros. Pero eso es lo de menos,  lo importante es la intención. De todas formas, mientras miraba a mi hijo pequeño como se relamía con su cucurucho no podía dejar de pensar: “¡Cómelo con gusto, hijo; que no te puedes hacer idea de lo que cuesta ese churro!”





No hay comentarios:

Publicar un comentario