viernes, 15 de marzo de 2019

El que no corre, vuela

Andan nuestros concejales preocupados por colocarse en buenas posiciones y situarse en mejores condiciones de medrar o, si no, por lo menos de mantener el puesto en las próximas elecciones municipales. Es tiempo de codazos y zancadillas, de olvidarse de favores, de parecer mejor que otros colegas y de aparentar que uno ha cumplido satisfactoriamente la misión para la que le encomendaron. Hay que presentar la cartilla rellena de cupones y esperar a que en los niveles superiores de cada partido se sepa apreciar el trabajo bien hecho.


En el grupo azul andan las cosas especialmente revueltas. Los que, según los entendidos, tenían algunas papeletas para ir de número uno en la lista, han perdido fuelle por no decir que han sido defenestrados. Uno de ellos que se había postulado para el puesto –y que por lo visto no le han hecho mucho caso- se ha cogido tal rebote que ha decidido largarse antes de tiempo, y ha manifestado que deja la concejalía en estas fechas y que también va a abandonar el ejercicio de la política. Corre el bulo de que le han ofrecido un trabajo muy interesante en la empresa privada, y puede ser. Pero a nadie le entra en la cabeza que se tenga que ir corriendo y no pueda esperar dos meses a terminar la legislatura, y más aún siendo portavoz de su partido. Para mí que ha sido un gesto de despecho y que ha preferido dejar con un palmo de narices a su grupo y a su partido que admitir humildemente
que no se cuenta con él para ese menester. Además, hace poco ya le habían quitado una parcela importante de sus delegaciones a favor de una colega y esto último ha debido ser la gota que hace rebosar el vaso (de ultrajes).

Otro que también estaba bien situado aunque no haya hecho méritos para ello, anda con líos de faldas y de tribunales, y eso en estos momentos es un hándicap insalvable para seguir optando a ocupar el puesto de alcalde, y ya veremos si algún otro.

Los demás andan ahí, cada cual haciendo su jugada: unas acaparando competencias que arrebatan a otros, y los de más allá irguiendo la testuz a ver si pueden pillar algo. El resto, aunque aparentan estar al margen y dar la sensación de permanecer agazapados, en realidad están a la expectativa moviendo los hilos de la urdimbre para ver si entre tanto enredo pueden cazar cualquier cosa al vuelo.

Lo más sorprendente es que todo este caldillo se cuece bajo la mirada mitad incrédula, mitad indiferente de su jefe que, aun conservando todavía la batuta de director de orquesta, permite impasible que sus músicos desafinen de mala manera o que cada uno toque una partitura diferente. Pero, a decir verdad, eso no es nada extraño ya que ese es el talante de que ha hecho gala en los catorce años que lleva al frente de la Alcaldía.

En el partido rojo no pueden decir que el tema vaya mejor. Para un portavoz que tenían que merecía la pena, van y se lo cargan hace meses. Y rescatan para salvar la situación a un personaje del que ya nadie se acordaba y que no dejó buen recuerdo en el tiempo en que dirigió a su grupo. “Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”.

Algo parecido sucede con el partido morado. A media legislatura su portavoz, un diplomático de verbo exquisito, dejó su puesto por atender la llamada de su profesión y –supongo yo- por el espanto que le produjo el intento de hacer política con sensatez en este pueblo. Los otros dos ediles y la nueva sustituta tampoco parece que se coordinen muy bien entre sí, ni siquiera que estén muy unidos como podría suponerse de sus proclamas.

En el partido naranja parece que la cosa está más calmada, pero puede ser solo un espejismo. Ya veremos si no salen por peteneras ya que por lo que se oye, algunos concejales de ese grupo están bastante decepcionados.

Quedan los partidos “monoparentales”. En éstos no hay conflictos ni disputas ya que no hay mejor compañía que la de uno mismo llevándose bien. El problema en ambos viene del temor a quedarse fuera, pues las encuestas no son muy favorables para la continuidad ni de la una, ni del otro.


Pero todo esto no son más que conjeturas y pueden darse sorpresas de todo tipo. Y es que en el mundo de la política la línea que separa ser agraciado, de hacerse el gracioso o de caer en desgracia es muy sutil y casi imperceptible, y traspasarla no depende tanto de los méritos o virtudes de cada sujeto como de las veleidades o desvaríos de los partidos, que a veces adoptan decisiones totalmente incomprensibles no solo para sus propios religionarios sino también para el resto de los mortales.

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