Andan
nuestros concejales preocupados por colocarse en buenas posiciones y situarse
en mejores condiciones de medrar o, si no, por lo menos de mantener el puesto
en las próximas elecciones municipales. Es tiempo de codazos y zancadillas, de
olvidarse de favores, de parecer mejor que otros colegas y de aparentar que uno
ha cumplido satisfactoriamente la misión para la que le encomendaron. Hay que
presentar la cartilla rellena de cupones y esperar a que en los niveles superiores
de cada partido se sepa apreciar el trabajo bien hecho.
En
el grupo azul andan las cosas especialmente revueltas. Los que, según los
entendidos, tenían algunas papeletas para ir de número uno en la lista, han
perdido fuelle por no decir que han sido defenestrados. Uno de ellos que se
había postulado para el puesto –y que por lo visto no le han hecho mucho caso-
se ha cogido tal rebote que ha decidido largarse antes de tiempo, y ha
manifestado que deja la concejalía en estas fechas y que también va a abandonar
el ejercicio de la política. Corre el bulo de que le han ofrecido un trabajo
muy interesante en la empresa privada, y puede ser. Pero a nadie le entra en la
cabeza que se tenga que ir corriendo y no pueda esperar dos meses a terminar la
legislatura, y más aún siendo portavoz de su partido. Para mí que ha sido un
gesto de despecho y que ha preferido dejar con un palmo de narices a su grupo y
a su partido que admitir humildemente
que no se cuenta con él para ese
menester. Además, hace poco ya le habían quitado una parcela importante de sus
delegaciones a favor de una colega y esto último ha debido ser la gota que hace
rebosar el vaso (de ultrajes).
Otro
que también estaba bien situado aunque no haya hecho méritos para ello, anda
con líos de faldas y de tribunales, y eso en estos momentos es un hándicap
insalvable para seguir optando a ocupar el puesto de alcalde, y ya veremos si
algún otro.
Los
demás andan ahí, cada cual haciendo su jugada: unas acaparando competencias que
arrebatan a otros, y los de más allá irguiendo la testuz a ver si pueden pillar algo. El
resto, aunque aparentan estar al margen y dar la sensación de permanecer agazapados,
en realidad están a la expectativa moviendo los hilos de la urdimbre para ver si entre tanto
enredo pueden cazar cualquier cosa al vuelo.
Lo
más sorprendente es que todo este caldillo se cuece bajo la mirada mitad
incrédula, mitad indiferente de su jefe que, aun conservando todavía la batuta
de director de orquesta, permite impasible que sus músicos desafinen de mala
manera o que cada uno toque una partitura diferente. Pero, a decir verdad, eso
no es nada extraño ya que ese es el talante de que ha hecho gala en los catorce
años que lleva al frente de la Alcaldía.
En
el partido rojo no pueden decir que el tema vaya mejor. Para un portavoz que
tenían que merecía la pena, van y se lo cargan hace meses. Y rescatan para
salvar la situación a un personaje del que ya nadie se acordaba y que no dejó
buen recuerdo en el tiempo en que dirigió a su grupo. “Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”.
Algo
parecido sucede con el partido morado. A media legislatura su portavoz, un
diplomático de verbo exquisito, dejó su puesto por atender la llamada de su
profesión y –supongo yo- por el espanto que le produjo el intento de hacer
política con sensatez en este pueblo. Los otros dos ediles y la nueva sustituta
tampoco parece que se coordinen muy bien entre sí, ni siquiera que estén muy
unidos como podría suponerse de sus proclamas.
En
el partido naranja parece que la cosa está más calmada, pero puede ser solo un
espejismo. Ya veremos si no salen por peteneras ya que por lo que se oye,
algunos concejales de ese grupo están bastante decepcionados.
Quedan
los partidos “monoparentales”. En éstos no hay conflictos ni disputas ya que no
hay mejor compañía que la de uno mismo llevándose bien. El problema en ambos
viene del temor a quedarse fuera, pues las encuestas no son muy favorables para
la continuidad ni de la una, ni del otro.
Pero
todo esto no son más que conjeturas y pueden darse sorpresas de todo tipo. Y
es que en el mundo de la política la línea que separa ser agraciado, de hacerse
el gracioso o de caer en desgracia es muy sutil y casi imperceptible, y
traspasarla no depende tanto de los méritos o virtudes de cada sujeto como de
las veleidades o desvaríos de los partidos, que a veces adoptan decisiones
totalmente incomprensibles no solo para sus propios religionarios sino también
para el resto de los mortales.
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