Caminar
por el Mercadillo de Majadahonda sin estar angustiado por pisar los puestos
furtivos que se asientan en medios de las calles ni pasar las estrecheces a que
obliga su ocupación inadecuada es una suerte que raramente se da. El pasado
sábado fue una de esas infrecuentes ocasiones en que algunos números
uniformados de la Policía Local permanecían apostados en los cruces
estratégicos ahuyentando a los habituales vendedores no autorizados que se
aposentan en esas latitudes. Eso me llevó a pensar por un momento que los
encargados del orden estaban cambiando de estrategia y que por fin habían
encontrado un método para evitar el establecimiento ocasional de los manteros.
Esta
ilusoria suposición se fue al garete en cuanto me pude apercibir de que el
verdadero motivo de esta vigilancia inusual no era otro que conseguir que la
visita del señor Alcalde, que bajaba por la cuesta principal repartiendo
propaganda para las próximas elecciones, se desarrollara sin apreturas y en las
debidas condiciones. Nuestro edil supremo iba, como siempre, impecablemente vestido, y le acompañaba
una adlátere que también portaba su resma de octavillas para ir entregando a la
concurrencia, y al cabo se adentraron por una de las a calles paralelas de la
zona baja para seguir con su tarea.
A
pesar de lo breve, e inesperada por infrecuente, esa fugaz aparición sirvió
para confirmar que si lo que mis ojos vieron no era un fantasma, Narciso de
Foxá es una persona de carne y hueso (al menos eso parecía por los gestos y porque
se movía autónomamente), y por tanto no solo la hierática imagen que aparece
con profusión en el boletín municipal y en otros medios. Y también que, aunque sea
en muy contadas ocasiones, ese hombre es capaz de mezclarse con el vecindario en lugares
de alta concentración de personas como es un mercado al aire libre, ya que de
todos es sabido que nuestro actual alcalde no es nada propenso a compartir el
ambiente callejero con los habitantes de su pueblo a menos que lo impongan
obligaciones forzadas.
El Alcalde de Majadahonda y la Presidenta de la Comunidad de Madrid vistan el Mercadillo el 15 de abril de 2018 |
En
el discurrir hacia la zona alta, me crucé un poco más arriba con el joven candidato
a ocupar el puesto que el Sr. de Foxá dejará en breve, haciendo la misma
actividad de endosado de papeletas con las virtudes y promesas de su partido político
para la próxima legislatura. Me extrañó que fuera sin acompañamiento y a una
cierta distancia de los anteriores, sumiéndome en la duda de si esa
circunstancia obedecía a una actitud deliberada o era una cuestión de pura
casualidad. Aunque tampoco habría que descartar que, tal como están las cosas
en su grupo tras los últimos desplantes, solo fuera una situación forzada para
mejor aprovechamiento de los recursos disponibles.
La
lástima es que, como suele ocurrir en las visitas institucionales, se prepara el
recorrido de tal manera que quienes se asoman a estos eventos no se enteren de
cómo funcionan normalmente y no perciban la incapacidad de la Policía Local en
mantener las calles expeditas de vendedores indocumentados –que, por otro lado,
son archiconocidos porque siempre son
los mismos- haciendo cumplir no solo la disciplina de las actividades sometidas
a licencias o permisos, sino lo que es más importante: las condiciones mínimas
de seguridad que requieren estos establecimientos temporales en relación
con la aglomeración de personas y las dimensiones de las vías de evacuación en
casos de emergencia, de acuerdo con las ordenanzas municipales y la normativa vigente.
Quienes
acudimos al Mercadillo con cierta frecuencia estamos un poco hartos de sortear las
prendas que se colocan bajo un trapo o un cartón en medio de las calles, que no
hacen sino entorpecer el tránsito de las personas y no digamos ya si éstas
portan un carrito de compra o tienen que empujar una sillita de bebé. Y también
hartos de ser espectadores de esos juegos sabatinos del ratón y el gato, que consisten
básicamente en ver cómo los manteros recogen apresuradamente las mercancías
tras el chivatazo de un compinche que avisa de la proximidad de la ‘pasma’, y las
vuelve el colocar en el mismo sitio una vez ha pasado la patrulla de ronda.
Eso, en el mejor de los casos, porque en otra ocasiones los agentes se
entretienen mirando para otro lado o hablando en corrillo dando la espalda a los presuntos infractores, como si ese asunto no fuera con ellos.
En
fin, con esta líneas termino expresando mi congoja por el hecho de que para una
vez que nuestro alcalde se decide a vivir de cerca esa vorágine que tanta fama
da a nuestra ciudad, pierda la oportunidad de verla en su verdadera salsa y de poder
llevarse la impresión auténtica, y no una versión edulcorada de la realidad.
Aunque me queda la esperanza de que por lo menos tuviera ocasión de percatarse del
lamentable estado general de los pavimentos, llenos de zonas craqueladas,
cuarteadas y con calvas en el asfalto que son causa de algunas caídas, y de muchos traspiés y tropezones que son parados
gracias a la proximidad de tanto personal. Pero también es posible que le
señalaran una ruta con suelos en buen estado que obviara las zonas deterioradas, evitando así el riesgo de dañar sus impolutos zapatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario