sábado, 16 de noviembre de 2019

El envidiable arte de esfumarse

Ya les había advertido que en pocos días dejaríamos de verlos y así ha sido: desaparecieron sin dejar rastro. Hace apenas una semana se arrojaron a la calle para mostrarse a los ciudadanos junto a sus respectivos puestos y tenderetes, apoyando cada cual a sus candidaturas de las pasadas elecciones,  y esa es una de las pocas ocasiones que se dan para poder verlos en vivo -y, si uno es un poco atrevido, tocarlos e intercambiar unas palabras- aprovechando su ofrecimiento y el sacrificio que para ellos debe suponer ponerse al mismo nivel de los vecinos. Se ofrecían solícitos y amables a cuantos se acercaban movidos por el valor o la curiosidad, y atendían con bastante cordialidad y buenas dosis de paciencia los saludos y acometidas de los vecinos, ya fuera para recibir apoyo y reconocimiento por las duras jornadas que soportaban, ya para encajar como podían las acometidas de los descontentos y las numerosas peticiones que se les iban haciendo y que disimulaban apuntar como asuntos que gozarían de interés preferente. En cualquier caso, siempre estaban prestos a regalar besos, apretones de manos o palmaditas en la espalda -según fuera el caso- como muestra de agradecimiento o sello de compromiso tan fútil como efímero. Porque todos sabemos que tanto las rogativas como las promesas se dejan en el aire y quedan inmediatamente expuestas a que se las lleve el viento, sobre todo en una calle tan ventilada como es ésta.

Parecían, en fin, seres normales como nosotros, es decir, personas de carne y hueso que también respiran, hablan, caminan y recorren los espacios públicos. Pero yo ya sabía por experiencias anteriores que esa percepción solo era una ilusión pasajera. Tan pasajera y fugaz como lo ha sido esta campaña electoral reducida a mínimos: el día después del 10N ya no estaban. Nada quedaba de los panfletos y baratijas que regalaban, ni de las carpas y banderas, ni de sus colores identificativos. Ni siquiera un atisbo de su sombra. En la noche del sábado, la respetuosa jornada de reflexión, la lluvia y en viento -y quién sabe si también los hados- dejaban una imagen que era todo un vaticinio: la lluvia había desprendido uno de los carteles del partido naranja y lo había depositado en el suelo donde permanecía arrugado y olvidado sin ningún tipo de prestancia.

¿Imagen premonitoria en la víspera del 10N?


Pero el mismo lunes y los días siguientes, la Gran Vía lucía su aspecto normal. Si cabe un poco más despoblada a causa de la resaca, pero sin jirones de carteles en el pavimento y sin poder apreciar ningún asentamiento intruso que no fueran los montones de mesas y sillas acopiadas en las terrazas –claramente prohibidos por la ordenanza- y sus toldos, unos extendidos otros recogidos, la mayoría de los cuales incumplen igualmente las condiciones permitidas.

Lo que resulta más extraño de todo esto es la fantástica manera que tienen de esfumarse porque, la verdad sea dicha, no queda el más mínimo vestigio de ellos. Sé que bajo esa céntrica calle peatonal hay un pasadizo subterráneo a dos niveles. El superior conecta la calle Santa Bárbara con la avenida de los Reyes Católicos, uniendo la Plaza de Colón con los Jardinillos para el tráfico rodado. El que discurre por debajo de éste sigue el sentido contrario y sirve exclusivamente como circuito de salida del aparcamiento público situado en las entrañas de nuestra ciudad. Pero lo que ignoro es si entre el suelo que pisamos y esas comunicaciones de la profundidades telúricas existe una capa de espesor indefinido llena de vasos comunicantes, parecido al sistema circulatorio de los seres vivos, que facilite el traslado de los ediles y concejales en una especie de ósmosis inversa haciendo que, después de succionarlos a través del empedrado donde se ubican los puestos callejeros, los conduzca silenciosamente hasta la Casa Consistorial o donde quieran que estén sus despachos.

Sea como fuere, por este sistema o por otro, ellos ya se encuentran en su lugar habitual de residencia, que es el despacho. Así que, después de esas duras jornadas expuestos al contacto vecinal, ya se han vuelto a parapetar tras su mesa y a quedar protegidos tras una sucesión de barreras y cortinajes que convierte en misión imposible el propósito de acercarse a ellos.

Para evitar que se note mucho esa descarada aversión que nuestros representantes políticos tienen al contacto humano con la gente llana, el nuevo y flamante regidor, José Luis Álvarez Ustarroz, ha puesto en marcha una iniciativa llamada Tómate un café con tu alcalde que consiste en facilitar una entrevista a quien esté interesado en departir con él, mediante una solicitud a través de la web municipal. Según han explicado a los medios locales desde el Ayuntamiento, el propósito de la propuesta es el de consolidar la política de cercanía del primer edil respecto a sus ciudadanos. Álvarez Ustarroz ha afirmado que con estas reuniones “quiero priorizar la atención a los majariegos y las respuestas a sus preocupaciones y sugerencias. Si bien yo recibo siempre a quien me lo solicita, quiero que los vecinos sepan que mi despacho siempre está abierto y que mi primera obligación es escucharles y atenderles. Espero que muchos se animen a trasladarme sus preocupaciones que, sin duda, son esenciales para seguir mejorando Majadahonda”.


Tarjeta de presentación de la "nueva" iniciativa municipal

A mí particularmente me parece una buena idea que, sin embargo, ni es novedosa ni suficiente. Digo que no es novedosa porque algo similar perpetró su colega precedente con aquellas más bien escasas reuniones que llegó a mantener con los vecinos de diferentes barrios o urbanizaciones (así reducía el número de encuentros y con ello el riesgo de exposición) y que sirvieron de muy poco para las pretensiones ciudadanas. Y más reciente aún es que en un pueblo de nuestra Comunidad no muy lejano en el mapa esa misma iniciativa y con un título similar lleva funcionando desde principios de año. O sea, que de original no tiene nada.

Y cuando apunto que no es suficiente me refiero a que no basta con mantener reuniones o tomar un café mientras escucha quejas y propuestas, sino que lo importante es ponerse manos a la obra. Porque si no, estamos en lo de siempre. No obstante, habrá que dar un voto de confianza y un poco de tiempo para que nuestro Alcalde demuestre que su método y disposición son diferentes y que no están abocado a ser tan inútiles e inefectivos como han sido hasta ahora. Para ello le quedan tres años de legislatura e -imagino- una apretada agenda de peticiones. Y mucho me temo que si esa iniciativa tiene éxito y se prolonga en el tiempo, tanto café le va a provocar a nuestro máximo mandatario una  peligrosa subida de tensión.

En mi opinión, hay un método mucho más sencillo y saludable de conocer (si es que todavía no se saben, que ya va siendo hora) los problemas que achacan a nuestra ciudad y las cosas que molestan, inquietan o anhelan sus habitantes, que no es otro que patear las calles y escuchar las voces en directo y en su entorno natural. Todos sabemos que en el frío ámbito de los despachos, las ideas y las palabras quedan amortiguadas y cohibidas por la severidad de un ambiente distante y solemne. El verdadero pulso de la ciudad se respira en la calle y la forma de conocerlo es salir a su encuentro. Pero, desgraciadamente, ese simple y asequible método parece que nadie se decide a ponerlo en práctica.

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