Si
es caro vivir en Majadahonda, tal como están las cosas morir va a resultar
mucho más complicado. Según recogieron los medios, en el pleno del pasado 29 de enero los grupos políticos no se pusieron
de acuerdo sobre la modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana
que permitiera la construcción de un nuevo cementerio, quedando desestimada la
propuesta presentada por el equipo de gobierno municipal.
El
actual camposanto, construido inicialmente bajo la tutela de Regiones Devastadas,
ha sido objeto de varias ampliaciones, la última de las cuales se terminó hace poco más de un lustro y consistió en la
construcción de 60 fosas, 192 nichos y 180 columbarios en el semicírculo que
cierra el recinto hacia el Sur, con lo que se consiguió una dotación adicional de
enterramientos que venían siendo necesaria. Sin embargo, esta ampliación está
próxima a cubrirse y restan ya pocos nichos, algunos columbarios y un mayor
número de sepulturas que, por su mayor coste, son menos demandadas. De modo que
si se cumplen las estadísticas y los pobladores de esta ciudad siguen al pie de
la letra las previsiones estimadas de futuros decesos, en los próximos dos años
se agotará la disponibilidad de espacios donde enterrar a nuestros muertos.
Para
salir del aprieto, el Ayuntamiento anda como loco actualizando la titularidad
de las sepulturas y verificando el pago de las cuotas de renovación de las
temporales, a ver si con un poco de suerte recupera parte de lo actualmente
ocupado y puede ofrecerla como disponible. Con esta labor inspectora se
consigue, mediante las exhumaciones colectivas que cada vez son más frecuentes,
liberar algunos de los nichos para volver a ponerlos a disposición de nuevos
usuarios. Pero eso no deja de ser una solución provisional para un problema que
ya se está convirtiendo en preocupante puesto que, a pesar de las operaciones
de limpieza y renovación, la posibilidad de adquirir un lugar donde descansen
los cuerpos de los seres queridos está a punto de agotarse.
Al
paso que vamos será tan difícil conseguirlos que es muy probable que el
comercio de sepulturas sea motivo de ganancia para gente avispada y esos
pequeños solares sean irremediablemente objeto de especulación inmobiliaria,
negocio del que hasta ahora se habían mantenido al margen. Y puede suceder por
eso que sólo quienes hayan sido previsores o tengan la suerte de que sus padres
o abuelos hubieran adquirido en su día alguno de esos terrenitos, tendrán el
privilegio de poder seguir habitando –si bien de otra manera- en esta bonita
ciudad cuando pasen a mejor vida. Aunque, como digo, siempre existe la
posibilidad de que algún listillo con ganas de hacer negocio de preste a
desalojar impíamente a sus difuntos con el fin de dejar hueco libre para
alquilar. El problema estará entonces en los altos precios que se pagarán por
ese servicio.
Antes
era costumbre que cuando alguien moría lejos de su tierra, sus restos se
expatriaran para que fueran enterrados allí. Dentro de poco en este pueblo
sucederá lo contrario, es decir, que la gente tendrá que emigrar después de
muerta porque ya no habrá sitio donde alojarse.
Atendiendo
a mi edad y a los estudios estadísticos, y si todo transcurre normalmente,
espero que cuando me toque morirme este problema ya esté solucionado, una vez
que los políticos se hayan puesto de acuerdo con la ubicación idónea para el
nuevo cementerio. Con un poco de suerte también habrán resuelto el asunto del nuevo tanatorio que asimismo andaba
enquistado entre dimes y diretes.
El
actual tanatorio municipal tiene dos salas separadas por un cuarto de tanatoplaxia,
de modo que como dé la casualidad de que más de dos personas fallezcan el mismo
día, a partir del segundo las familias tienen que buscar velatorio en otro
lugar, lo que constituye una faceta diferente de la emigración post mortem. Así pues, hasta para
morirse en esta ciudad hay que andarse presto, ya que como seas un poco remolón
tienes muchas probabilidades de que te manden fuera.
En
vista de esta situación y si quieres que tus restos queden aquí tienes dos
opciones: o morirte pronto o seguir aguantando el tiempo necesario para que
nuestros ediles dejen a un lado su respectivas posturas y acerquen posiciones
en aras de resolver estos problemas que ya son acuciantes. Y como tengo a apego
a la vida y me considero relativamente sano todavía, estoy firmemente decidido
a seguir vivo, pase lo que pase y pese a quien pese, por lo menos hasta el día
en que nuestros representantes políticos entiendan de una vez por todas que los
ciudadanos de este pueblo tienen derecho a que sus restos reposen en el mismo
lugar donde han vivido.
Para
aquellos que hayan decidido que sus cenizas sean esparcidas por el aire, el mar
o la tierra la cosa es más sencilla en tanto no prohíban esas prácticas, que no
será dentro de mucho. Pero para aquellos otros que prefieren la solución
clásica, la solución pasa por conservarlas en casa, en lugar seguro y a prueba
de balonazos, plumeros incautos o flaqueza de brazos, para que por descuido no
se rompa la urna y se desparramen. Al menos hasta que vuelva a haber un sitio
libre o se comercialicen trasteros sacrosantos donde se puedan conservar a buen
recaudo hasta entonces.
(Ahora
que medito sobre esto, caigo en la cuenta de que estoy dando una magnífica idea
para ser desarrollada por emprendedores atrevidos: grandes almacenes con sepulcros de alquiler).
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