domingo, 14 de abril de 2019

Morir en Majadahonda

Si es caro vivir en Majadahonda, tal como están las cosas morir va a resultar mucho más complicado. Según recogieron los medios, en el pleno del pasado 29 de enero los grupos políticos no se pusieron de acuerdo sobre la modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana que permitiera la construcción de un nuevo cementerio, quedando desestimada la propuesta presentada por el equipo de gobierno municipal.

El actual camposanto, construido inicialmente bajo la tutela de Regiones Devastadas, ha sido objeto de varias ampliaciones, la última de las cuales se terminó hace poco más de un lustro y consistió en la construcción de 60 fosas, 192 nichos y 180 columbarios en el semicírculo que cierra el recinto hacia el Sur, con lo que se consiguió una dotación adicional de enterramientos que venían siendo necesaria. Sin embargo, esta ampliación está próxima a cubrirse y restan ya pocos nichos, algunos columbarios y un mayor número de sepulturas que, por su mayor coste, son menos demandadas. De modo que si se cumplen las estadísticas y los pobladores de esta ciudad siguen al pie de la letra las previsiones estimadas de futuros decesos, en los próximos dos años se agotará la disponibilidad de espacios donde enterrar a nuestros muertos.


Entrada al cementerio de Majadahonda


Para salir del aprieto, el Ayuntamiento anda como loco actualizando la titularidad de las sepulturas y verificando el pago de las cuotas de renovación de las temporales, a ver si con un poco de suerte recupera parte de lo actualmente ocupado y puede ofrecerla como disponible. Con esta labor inspectora se consigue, mediante las exhumaciones colectivas que cada vez son más frecuentes, liberar algunos de los nichos para volver a ponerlos a disposición de nuevos usuarios. Pero eso no deja de ser una solución provisional para un problema que ya se está convirtiendo en preocupante puesto que, a pesar de las operaciones de limpieza y renovación, la posibilidad de adquirir un lugar donde descansen los cuerpos de los seres queridos está a punto de agotarse.

Al paso que vamos será tan difícil conseguirlos que es muy probable que el comercio de sepulturas sea motivo de ganancia para gente avispada y esos pequeños solares sean irremediablemente objeto de especulación inmobiliaria, negocio del que hasta ahora se habían mantenido al margen. Y puede suceder por eso que sólo quienes hayan sido previsores o tengan la suerte de que sus padres o abuelos hubieran adquirido en su día alguno de esos terrenitos, tendrán el privilegio de poder seguir habitando –si bien de otra manera- en esta bonita ciudad cuando pasen a mejor vida. Aunque, como digo, siempre existe la posibilidad de que algún listillo con ganas de hacer negocio de preste a desalojar impíamente a sus difuntos con el fin de dejar hueco libre para alquilar. El problema estará entonces en los altos precios que se pagarán por ese servicio.

Antes era costumbre que cuando alguien moría lejos de su tierra, sus restos se expatriaran para que fueran enterrados allí. Dentro de poco en este pueblo sucederá lo contrario, es decir, que la gente tendrá que emigrar después de muerta porque ya no habrá sitio donde alojarse.

Atendiendo a mi edad y a los estudios estadísticos, y si todo transcurre normalmente, espero que cuando me toque morirme este problema ya esté solucionado, una vez que los políticos se hayan puesto de acuerdo con la ubicación idónea para el nuevo cementerio. Con un poco de suerte también habrán resuelto el asunto del nuevo tanatorio que asimismo andaba enquistado entre dimes y diretes.

El actual tanatorio municipal tiene dos salas separadas por un cuarto de tanatoplaxia, de modo que como dé la casualidad de que más de dos personas fallezcan el mismo día, a partir del segundo las familias tienen que buscar velatorio en otro lugar, lo que constituye una faceta diferente de la emigración post mortem. Así pues, hasta para morirse en esta ciudad hay que andarse presto, ya que como seas un poco remolón tienes muchas probabilidades de que te manden fuera.

En vista de esta situación y si quieres que tus restos queden aquí tienes dos opciones: o morirte pronto o seguir aguantando el tiempo necesario para que nuestros ediles dejen a un lado su respectivas posturas y acerquen posiciones en aras de resolver estos problemas que ya son acuciantes. Y como tengo a apego a la vida y me considero relativamente sano todavía, estoy firmemente decidido a seguir vivo, pase lo que pase y pese a quien pese, por lo menos hasta el día en que nuestros representantes políticos entiendan de una vez por todas que los ciudadanos de este pueblo tienen derecho a que sus restos reposen en el mismo lugar donde han vivido.

Para aquellos que hayan decidido que sus cenizas sean esparcidas por el aire, el mar o la tierra la cosa es más sencilla en tanto no prohíban esas prácticas, que no será dentro de mucho. Pero para aquellos otros que prefieren la solución clásica, la solución pasa por conservarlas en casa, en lugar seguro y a prueba de balonazos, plumeros incautos o flaqueza de brazos, para que por descuido no se rompa la urna y se desparramen. Al menos hasta que vuelva a haber un sitio libre o se comercialicen trasteros sacrosantos donde se puedan conservar a buen recaudo hasta entonces.

(Ahora que medito sobre esto, caigo en la cuenta de que estoy dando una magnífica idea para ser desarrollada por emprendedores atrevidos: grandes almacenes con sepulcros de alquiler).


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