…te
toparás con ellas. En cualquier lugar del municipio que cumpla determinados
requisitos como, por ejemplo, molestar un poco pero no demasiado o estar
situado en zona de tránsito o de concentración poblacional, te las encontrarás
por estas fechas.
En
las últimas semanas, cientos de vallas han invadido nuestra ciudad cambiando
radicalmente la fisonomía del callejero. A veces se disponen en largas filas,
una detrás de otra, formando alineaciones inusualmente extensas; otras, en
cambio, cierran recintos de reducida superficie. En ocasiones están bien
señalizadas e incluso confinan rutas peatonales alternativas que normalmente discurren
paralelas, sin embargo lo más habitual es que carezcan de la señalización de
seguridad adecuada y que aparezcan de repente sin el menor aviso.
Pero
sea como sea su forma y dimensión, y cualquiera el lugar donde se hallen
ubicadas, todas estas aglomeraciones más o menos ordenadas de barreras
metálicas pueden presumir de un tener un
mensaje común: aquí hay obras o las va a haber pronto. Claro que a ese
denominador común habría que añadirle un adverbio que sitúe esas operaciones en
el tiempo y que no puede ser otro que: ahora.
Vallas en la Avenida de España frente al Auditorio |
Vallas en la Calle Santo Tomás frente al parque Ferenc Varos |
Vallas en la Calle Benavente |
Vallas en la parte baja del Bulevar de los Alcaldes |
Vallas en la parte alta del Bulevar de los Alcaldes |
Vallas en la Calle Santa Ana |
Vallas en la Avenida de España junto al Centro de Salud |
Estos ejemplos que se muestran dan idea de la situación actual de la ciudad.
De todas formas, y aparte la identificación de cada grupo de cercas e independientemente del lugar donde se encuentren, si uno se aproxima para investigar de qué se trata lo que encierran se llevará una pequeña decepción, porque la mayor parte de ellas solo consisten en arreglo de aceras y bordillos, enrasado de tapas de alcantarillas y muy ocasionalmente de la realización de alguna arqueta nueva o la colocación de unos trozos de tubería. De poco más suele ir la cosa.
A
pesar de ocupar el quinto puesto en el rango de municipios con mayor renta per cápita de España; a pesar de presumir de tener una de las cuentas más
saneadas de las ciudades del noroeste madrileño durante los últimos ejercicios
contables; a pesar de disponer de un remanente de tesorería que podría ser la
envidia de cualquier corporación; a pesar de tener carencias perentorias para
poder empatar su reconocido prestigio con las necesidades reales de su
población; a pesar de todos estos pesares y otros muchos, en nuestro pueblo
apenas se acometen obras.
Cuando
digo obras no me refiero a los parches y remiendos que suelen esconderse tras
la mayoría de las zonas valladas que antes he comentado, sino a trabajos de
mayor envergadura que subsanen las deficiencias de los edificios o mejoren las
infraestructuras de la ciudad. Aquellos están muy bien si son necesarios
(condición que no siempre se cumple), pero no dejan de ser operaciones de
mantenimiento habitual que deben realizarse continuamente para atajar el
deterioro que el tiempo o las eventualidades provocan. Sin embargo, para
nuestro Alcalde y su equipo de gobierno esos “pequeños detalles” -como a él le
gusta llamarlos- son la esencia misma del programa de inversiones anual.
Y
no es que los vecinos estemos contentos con lo que hay. A todas luces es
evidente de que Majadahonda no dispone de las dotaciones ni de los servicios
que esta ciudad debería tener en consonancia con las aportaciones y las demandas de sus
habitantes. Una Casa de la Cultura antigua, pequeña e insuficiente; pabellones
deportivos obsoletos; una sola piscina cubierta (la otra tiene tantas
filtraciones que no puede considerarse de esa manera) llena de vaho y con
instalaciones que resisten a duras penas; una sola Biblioteca; concejalías
alojadas en edificios con goteras o que se caen a pedazos; centros escolares a
los que este verano se les ha lavado la cara pero que siguen llenos de
deficiencias; una Casa del Mayor que ya se ha quedado pequeña; la Casa Consistorial, que ha cambiado su acceso pero que no ha dejado de albergar mesas y
funcionarios amontonados; edificios en desuso o abandonados que acabarán en
ruina… Ese es el panorama del patrimonio inmobiliario municipal que, salvo los
edificios de reciente construcción –que se pueden contar con los dedos de una
mano-, son ya vetustos y llenos de los achaques propios de su edad y de su
escaso mantenimiento.
Esa cicatería en el gasto para mejorar los edificios existentes o levantar alguno nuevo contrasta con las generosas partidas económicas destinadas a parques y jardines.
Cada año se gastan buenos presupuestos en crear nuevos parques o bien adecentar
los existentes, marchitos por su escaso o nulo mantenimiento. Porque la
realidad es que la vida de estos espacios en las debidas condiciones
raramente se prolonga en este pueblo más allá de dos o tres años a partir de su inauguración. Y
digo yo que qué sentido tiene esa manía de hacer nuevos jardines si luego no se
cuidan ¡Como si en nuestro municipio hubiera necesidad de más espacios verdes!
Por
eso cuando veo tal cantidad de vallas distribuidas estratégicamente, me da por pensar que, aparte de su dudosa efectividad y
su corto espectro (losetas y plantas), más que a una verdadera planificación lo
que obedecen es a una cuestión meramente propagandística para hacer ver que el
Ayuntamiento ejecuta obras, cuando la realidad es bien otra: que aquí solo se
hace un poco de ruido en épocas electorales.
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