En los libros de historia
no consta que Majadahonda fuera objetivo de los pueblos bárbaros que invadieron
la península cuando nuestro reino todavía no existía como tal, ni tenía una
identidad que reuniera las diferentes nacionalidades que hoy componen nuestro
país. Por entonces, nuestro pueblo no había surgido aún como un asentamiento de
pastores y agricultores y sería una mota perdida de tierra en la geografía que
constituían los páramos de transición entre las tierras de montaña y las vegas
de los ríos que antaño regaban con generosidad estas lomas y que hoya apenas
llevan agua estancada y sucia.
Tal vez, en algún
momento, las bandadas de nórdicos empujados por las migraciones indoeuropeas
pasaran de largo por aquí sin detenerse ni siquiera a descansar de sus
correrías, pero no lo sabemos con seguridad. Sin embargo, ahora parece que por
la Casa de Cultura han pasado los vándalos. De un día para otro del vestíbulo
de nuestro querido y significativo centro han desaparecido varios elementos
característicos instalados en ese espacio que los majariegos ya considerábamos
como parte indisoluble de él, tan familiares e integrados como estaban en el
foyer de la sala. Me refiero concretamente a los siguientes: la placa
conmemorativa dedicada a Carmen Conde, escritora que da nombre al edificio, que
ocupaba una de las pilastras que franquean la segunda puerta de acceso; la
vitrina de madera conteniendo premios y trofeos que colgaba de la misma pared
un poco más a la izquierda; y el mosaico de fotografías que cubría desde hace
años la superficie del anodino lienzo que cierra el vacío de planta primera
justo en la entrada.
La placa se descubrió
el miércoles 21 de noviembre de 2007 con motivo de un acto institucional en
conmemoración del centenario del nacimiento de la prestigiosa escritora, que
falleció en nuestro municipio once años antes, y nuestro alcalde, que por
entonces era Narciso de Foxá, descorrió la cortinilla en presencia de varios
académicos, autoridades y gente de letras. A dicho acto siguió una exposición
dedicada a su obra.
Pagina 30 del boletín municipal nº 76 (noviembre de 2007) |
La vitrina de trofeos
estaba situada a la izquierda de la entrada en el machón contiguo a la puerta
lateral. Era un cajón de madera de poco fondo y puertas correderas de vidrio
donde se guardaban placas, trofeos y pequeñas estatuillas de certámenes,
concursos y festivales.
El mural fotográfico
consistía en un mosaico polícromo de instantáneas realizadas por alumnos del
taller municipal de fotografía. Conformaban una simpática sinfonía de color que
un buen día apareció cubriendo el frontal sobre las puertas de acceso, y cuyo
peso propio focalizaba la atención del observador cuando este dirigía la mirada
hacia las alturas distrayendo de los ojos curiosos la infumable cubierta
traslúcida llena de porquería y los toldos que cuelgan de ella.
Lo curioso es que ahora
las paredes donde antes colgaban estas piezas se hallan completamente desnudas,
mostrando claramente la carencia de pintura y dejando a la vista las costuras y
cicatrices que ha dejado el expolio, léanse tornillos, desconchones y restos de
pegamento y cintas adhesivas. Lógico sería deducir que cuando gente civilizada
comete estos ultrajes lo hace con un interés especial, como puede ser eliminar
signos ofensivos o molestos para colocar otros en su lugar. Pero este caso no
se entiende muy bien, pues los signos retirados no eran nada ofensivos ni
tenían una orientación política especial, y por otra parte tampoco han sido
sustituidos por otros ni por nada. De ahí que me incline a pensar que hayan sido
hordas de salvajes las que han perpetrado estas acciones.
No obstante, la
normalidad que impera entre los empleados que trabajan en el edificio, y el
hecho de que este acto despiadado no
haya salido en las noticias me deja en dudas sobre la autoría de tales
desmanes. No quiero sospechar ni por un momento que este despropósito
institucional haya partido del partido (que gobierna) u obedezca a una
iniciativa municipal, pero mucho me temo que ese rechazo a no admitir lo que
para cualquier persona normal resulta inconcebible, ese empecinamiento en no aceptar
lo increíble, me conduzca a dejar de reconocer la pura verdad. Y esta no es
otra que la orden de retirar estas piezas ha partido de quien lleva las riendas
de esta área de gobierno.
Luis Blanco Valderrama es Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Complutense de
Madrid y ha sido politólogo y consultor político durante casi 20 años en la
administración local, en diferentes departamentos y concejalías del
Ayuntamiento de Madrid. Actualmente es el Concejal de Cultura de
Majadahonda, cargo que ostenta desde principios de legislatura. De política y
de consultoría deberá entender mucho, pero lo que es la cultura le debe caer un
poco grande o traerle sin cuidado. El Sr. Blanco de momento no se ha hecho
acreedor a su puesto y no solo se llevará la pírrico honor de ser el edil bajo
cuyo mandato la programación cultural de nuestro pueblo ha caído a mínimos
históricos sino que, no contento con esta gesta, se le recordará también como
el audaz valiente que desmontó los vestigios que acreditaban que en otro tiempo
nuestro Ayuntamiento hacía algo por el entretenimiento y la cultura de sus
ciudadanos. Y, quien sabe a qué más distinciones hará méritos.
Luis Blanco Valderrama, Concejal de Cultura |
Claro que, en escalafón
de personalidades distinguidas no estará solo. A su vera tendrá a nuestro
actual Alcalde, José Luis Álvarez Ustarroz, que le ha colocado en ese puesto y que permanece impávido ante
sus descalabros, mientras ve cómo languidece nuestro municipio; y la Casa de
Cultura, al mismo ritmo que lo hace el resto de la ciudad en todos sus aspectos.