domingo, 28 de abril de 2019

Escuela de párvulos

Quien vea detenidamente la lista que el Partido Popular ha preparado para las próximas elecciones municipales no puede quedarse menos que estupefacto. Por segunda vez consecutiva los populares, que llevan las riendas del gobierno local de forma ininterrumpida desde que se alzara con ellas Ricardo Romero de Tejada en el año 1989, han hecho limpieza intensiva mandando a la mayoría de los actuales concejales a paseo, sumando también en esta ocasión al edil supremo.

Lo de nuestro alcalde ya se conocía de antes puesto que el mismo Narciso de Foxá lo había anunciado previamente, no se sabe bien si porque está un poco cansado del puesto –no en vano lleva más de 14 años en el cargo desde que se hiciera con él a raíz de la dimisión del tristemente famoso Guillermo Ortega- o porque ya intuía que su estrella había decaído alarmantemente y carecía de los apoyos que siempre le habían brindado ciertos gerifaltes de su partido que ya no están en activo o están pasando una temporada a la sombra. Lo que ocurre es que la gente ya no se fía de lo que le cuentan ni aunque lo digan los mismísimos propios, y quien más quien menos todavía no se creía que fuera a abandonar el sillón que tanto tiempo había acariciado sus posaderas. Finalmente no se han cumplido esos temores y, como ya comentamos hace unos días, han cambiado la cartelera suplantando el rostro de palo, ya desgastado y –hasta me atrevería a decir- aburrido de una persona envejecida, por la de un joven sonriente con cara de buena gente y pinta de no haber roto un plato en su vida.

Pero lo que sí ha sido una mayúscula sorpresa es la criba que han puesto en práctica con el resto del equipo, ya anticipada con alguna silenciosa renuncia y otra más reciente desbandada. Y no porque más de uno y más de una no hayan hecho méritos suficientes para enviarlos a galeras, sino porque en cambio algunas otras y algunos otros tenían un buen cartel y, si puede ser mucho decir que eran apreciados por los vecinos, al menos se les reconocía su esfuerzo e interés en el desempeño de sus funciones. Dentro, por supuesto, de los estrechos límites que el alcalde o sus propios compañeros les permitían maniobrar.

Cosas raras deben estar pasando dentro del Partido Popular para que hayan elegido a un grupo de jóvenes aprendices para acompañar a otro igualmente inmaduro -dicho esto con todo respeto porque me refiero solo a sus edades, no a sus capacidades- en la tarea de formar el equipo de gobierno municipal, en el caso hipotético de que obtengan buenos resultados. Hay que puntualizar que intercalados en la lista aparecen tres concejales de esta legislatura que pueden orientar a estos muchachos en el desempeño de sus funciones. Uno de ellos, en la cuarta posición,  es el actual portavoz del partido después de la espantada que protagonizó recientemente Manuel Ortiz -uno de los hombres fuertes-, Ángel Alonso, que ostenta una amplia cartera de responsabilidades y que ha sido invitado honorífico de este blog en varias ocasiones. Los otros dos son: Manuel Troitiño, asignado a una concejalía menor (Consumo y Bienestar Animal), y María José Montón, una auténtica especialista en supervivencia de las purgas, que ha sabido conservar la confianza del partido durante tres convocatorias electorales consecutivas y que tras las carambolas que ha tenido que inventarse el Alcalde para recomponer su equipo, ha asumido la tercera tenencia de alcaldía y varias competencias adicionales a las propias de su área de Atención Social y Familia. Aunque lo cierto es que ambos, por los lugares no punteros que ocupan en la lista (sexto y séptima, respectivamente) y ateniéndonos a las estimaciones menos optimistas que circulan, si entran será por los pelos.

Cosas raras, como decía, o un miedo exasperado a seguir perdiendo votos en ese vertiginoso tobogán que cada cuatro años le resta apoyos, menguando progresivamente el número de papeletas. Quizás sea esta una huida hacia adelante y la decisión de hacer tabla rasa y colocar a unos cuantos cachorros para salvar los muebles se deba a una medida desesperada para taponar la sangría. Poner a jóvenes a manejar el timón puede dar sensación de cambio y de que soplan aires nuevos en la gestión municipal. Sin embrago, los que llevamos tiempo viviendo aquí sabemos que para gobernar esta ciudad se precisan personas expertas y con cierto rodaje, dado el grado de desmadre y desorganización en el que está sumido el Ayuntamiento. Para poner orden en ese proceloso caos es imprescindible conocerlo a fondo, y para eso es necesario haber navegado por él y padecerlo en las propias carnes; de ahí la importancia fundamental de la experiencia que este grupo de noveles no puede acreditar.

Aunque también puede ser que la Ejecutiva Regional de los populares haya decidido convertir a Majadahonda en un banco de pruebas para la formación de sus pupilos, una escuela para futuros valores en la que pipiolos apenas salidos del cascarón y con escaso bagaje se curtan en la gestión municipal, tutelados por esos tres maestros de ceremonias que  sepan conducirlos por los vericuetos senderos de la política local.

Párvulos Populares en Majadahonda


Bien es verdad que para saltar por encima del listón que han dejado sus antecesores no es necesario ni ser excesivamente brillantes ni gastar demasiadas energías. Porque a nada que hagan, aunque se equivoquen, será más de lo que se ha hecho en este pueblo en los últimos 8 años. Y a poco que se esfuercen podrán demostrar que gestionar bien un municipio, aún siendo complicado, es posible si se tiene interés, se pone ilusión, y se dispone de ganas de trabajar.


En fin, ellos sabrán. Pero se arriesgan a que, como yo, muchos otros vecinos de este pueblo no les concedan el voto. Y no por la mayor o menor sintonía con su ideario político o sus propuestas sino por una razón mucho más contundente: Majadahonda no es un laboratorio de ensayo y no se merece participar en esa veleidad. El destino de nuestra ciudad en los próximos años está en juego y no podemos permitirnos más retraso.

jueves, 25 de abril de 2019

... y galpones urbanos

No piense nadie que el asunto de las terrazas invasivas se acaba en la Gran Vía ni que es en esa calle donde se comenten los atropellos más graves porque se equivocará de cabo a rabo. En realidad, y por desgracia, ese abuso consentido es una tónica general de nuestro municipio y está copiosamente extendido por dondequiera que vayas. Y tanto se trata de casos de notable fundamento y gran superficie como de pequeña repercusión, pero todos ellos con un mismo carácter denominador: la infracción urbanística. Hoy vamos a ocuparnos de un tipo de ocupación más grave y descarada porque va acompañada de la instalación de construcciones estables y permanentes que no solo hurtan el suelo público de forma permanente sino que constituyen claros ejemplos de infracciones urbanísticas. Pongamos varios ejemplos de  todos conocidos.


Plaza de la Constitución

Apenas inaugurada la Plaza de la Constitución en marzo de 2011 y sin haber dado tiempo casi a que se endurecieran las zonas de terrizo, los responsables del local entonces llamado Rubido, ubicado en los bajos de uno de los edificios que cierran el perímetro oeste, se apresuraron a ocupar una parte importante de la franja libre en la zona oeste de la plaza mediante la instalación descarada de una estructura permanente, con cimentación incluida, con el fin ejecutar una plataforma horizontal elevada que salvase el desnivel de la explanada. La construcción consta como digo de cimentación, postes, base de entablado, y una estructura metálica que soporta la cubierta de lona que permanece muchos días extendida. Tiene, asimismo, paredes laterales que cierran casi completamente el recinto con paneles metálicos, farolitos y acristalamiento, por lo que puede considerarse una caseta permanente en toda regla lo que está específicamente prohibido por la ordenanza al no ajustarse a las especificaciones permitidas para este tipo de instalaciones, y constituye una clara usurpación del suelo público para uso y beneficio privado.


Primeros trabajos sobre el terrizo original



Casa-terraza del antiguo Rubido

Pasados más de 8 años desde su implantación ilegal, el aparatoso engendro -ahora regentado bajo el nombre de Nuevo Fogón- sigue en la misma posición sin que el Ayuntamiento haya hecho el más mínimo amago para su retirada.


Casa-terraza del Nuevo Fogón, hoy

Recientemente se ha levantado a pocos metros y con el mismo descaro otra construcción similar, algo más pequeña pero igualmente estable, con su estructura metálica permanente y cierres laterales, lo que hace suponer que se mantendrá sine die como un elemento permanente, restando espacio al uso libre de los vecinos de acuerdo con el proyecto original de la plaza. El nombre del establecimiento hostelero a que pertenece (Fogonxito) hace sospechar que tiene alguna relación con el anterior y que sus propietarios gozan del mismo trato de favor, por lo que no debe de resultar muy extraño que, como en el caso anterior, la Policía y los servicios municipales de quienes depende la vigilancia, denuncia y paralización de estas actuaciones hayan hecho exactamente lo mismo que en el caso antecedente: nada.

Casa-Terraza del Fogonxito
     


Esquina de las calles San Andrés y Santa Isabel

Con más antigüedad que los dos antes mencionados pero con un nombre parecido (El Viejo Fogón), la terraza de este restaurante ocupa desde lustros la acera de forma sensiblemente triangular que se forma en la confluencia de la  calle San Andrés con Santa Isabel, otro espacio público más hurtado a los vecinos. Como sucede en el caso de su homónimo más joven, la inclinación del pavimento urbano “ha obligado” a hacer una plataforma de regulación que se cerrado de forma más ostentosa con empalizada, ventanales material plástico, lonas y cubierta permanente, creando otro espantoso recinto apropiado de forma ilegal e incumpliendo de forma insolente las ordenanzas.

Casa-terraza de El Viejo Fogón


Se ve que alguien en el Ayuntamiento siente debilidad por los fogones o por sus propietarios porque de otra manera no se entiende tan repetida permisividad. Si es que no es que se trata –tanto en éste como en los casos anteriores- de la concesión de privilegios.



Bulevar Cervantes

Lo que iba a ser una intervención modelo de recuperación de un espacio degradado acometida por la administración municipal tiene los visos de convertirse en otro escándalo. Por una parte, porque lo que en realidad escondía era una nueva donación de privilegios al perdonar los compromisos adquiridos por el concesionario del aparcamiento bajo el subterráneo de la Gran Vía, que estaba obligado a la construcción de un aparcamiento público bajo esa plaza. Por otra, por la gestión tanto de la construcción del “trenecito” (término por el que se conoce al kiosco que se ubica en medio del bulevar), ejecutado también con dinero público, como de la concesión de su explotación, con unas condiciones hechas a medida para algún “amiguete” de la clientela y con un canon anual irrisorio. Y la tercera, que es la que tiene relación con lo que estamos tratando, la permisividad en la ampliación del chiringuito, que en su tiempo se llamó el Boulevard, con una construcción anexa de tipo ligero pero igual de contundente que las anteriormente descritas, con suelo, techo y paredes fijas y permanentes, restando una buena superficie del en teoría paseo central libre y haciendo prácticamente imposible atravesarlo dada la colocación de macetones, muebles y otros enseres en la estrecha faja que queda sin edificar ni ajardinar.





Ampliación del kiosco Boulevard



Interior de la ampliación construida en lo que era antes 
un paseo peatonal en la zona central del bulevar Cervantes

Por cierto, ya que hablamos de este esperpento habría que apuntar algo más sobre el propio kiosko que, al haber sido construido como promoción municipal,  se supone cuenta con las debidas autorizaciones. Es incompresible que en la escena urbana de Majadahonda, que cuenta con unas ordenanzas urbanísticas bastantes restrictivas en lo que se refiere a la configuración estética de los edificios, se permitan estos adefesios que navegan en un rumbo indefinido entre la arquitectura modernista y la horterada más repelente.


Calle Rosalía de Castro

En las estribaciones del eje principal de nuestra ciudad, allá donde acaba la Gran Vía a escasa distancia de la Ermita y al amparo de la esquina que forma el carril auxiliar paralelo a la carretera de Boadilla con la calle Rosalía de Castro, se enfilan un grupo de locales de restauración cuyas terrazas ocupan una franja entre las edificaciones y el borde interior de la acera, por lo que hemos de entender que no se ubican en suelo público sino en el de la propia urbanización donde se asientan.

Sin embargo, el más listo de todos, que tiene por nombre La Renta, se ha permitido (y le han permitido) salirse de sus límites, ampliando un poco más su territorio al aire libre a costa de todos los majariegos. El sarao sigue las mismas pautas de los que le preceden en la lista y comprende la plataforma niveladora y empalizadas de cierre con zócalo ciego y galería transparente, pero careciendo en este caso de estructura auxiliares para cubrirlo; todo  siguiendo el mismo tono de mal gusto de que adolecen los anteriores.


Terraza de La Renta



Baste por hoy con ese muestrario de galpones y corralitos que adornan las calles de nuestra ciudad ocupando ilegalmente espacios que nos pertenecen a todos, y que a todos nos son hurtados para negocio y beneficio particular con el beneplácito de los políticos que nos representan y la indiferencia de los funcionarios y empleados municipales a quienes -¿hay que recordarlo una vez más?- todos pagamos para que custodien lo que nos pertenece.

domingo, 21 de abril de 2019

Terrazas invasivas...

En más de una ocasión se han mencionado aquí los privilegios que nuestro alcalde, sirviéndose de la administración municipal, concede generosamente, sin aportar más información ni datos concretos que justifiquen que esta denuncia no es cosa supuesta o inventada sino que tiene todo su fundamento.

Hoy es una buena ocasión para abrir una nueva línea de comentarios en la que se irán desgranando los indicios o pruebas que avalan lo que decimos sobre los distintos tipos de prerrogativas. Y para ello empezaremos con uno de los privilegios más claros y extendidos por la escena urbana que no solo están a la vista y al alcance de todos los que quieran verlos, sino que por su naturaleza y las molestias que producen a muchos vecinos podrían conceptuarse de odiosos, de acuerdo con las explicaciones y calificaciones que se dieron en su día.

Se trata, ni más ni menos, que uno de los ejemplos más cercanos y evidentes de apropiación de los espacios públicos para uso o beneficio privado: las terrazas de bares y establecimientos de hostelería. Para ver modelos de esta usurpación no hay que irse muy lejos ni a zonas recónditas; basta con darse una vuelta cualquier día de primavera por la Gran Vía y sus alrededores, donde el muestrario de este tipo de espacios usurpados es suficientemente explícito como para hacer una verdadero tratado de infracciones urbanísticas en este terreno. Porque los establecimientos hosteleros no se contentan con incumplir las condiciones que regulan su licencia –si es que la tienen- sino que extienden sus límites más allá de lo permitido, colonizando las áreas perimetrales sin ningún tipo de control. 


Invasión del pasillo libre central


Y no sólo lo hacen hacia el interior de la calle invadiendo el teórico pasillo libre central que marca la ordenanza (2,00 metros a cada lado del eje central), sino que avanzan en sentido lateral más allá del ámbito que ocupa su fachada (condición también de obligado cumplimiento) siempre que no haya competencia de otro rival. Y como tampoco quedan satisfechos, inundan asimismo la franja que existe entre la terraza y la fachada de su establecimiento manteniendo permanentemente barriles, macetas, mesas y otro mobiliario auxiliar, creando de esa manera serias dificultades para el tránsito peatonal de forma que traspasar esos territorios se convierte en una exigente prueba de regateo o yincana. Es más, si en un acto de resolución o valentía alguien se atreve a circular por esas zonas suele toparse con la cara de pocos amigos de los camareros, que muestran su gesto amenazante al intruso que se ha decidido a penetrar en lo que entienden que es su parcela privada.


Invasión del pasillo libre junto a fachada


Pero no queda ahí la cosa porque, puestos a desobedecer la ordenanza, la colocación de macetones, vallas, suelos postizos y toldos también se hace de modo indiscriminado y si atenerse a lo prescrito. Refiriéndonos a estos últimos y de acuerdo con lo que hemos visto, puede afirmarse que solo una terraza de la numerosas que existen en la Gran Vía cumple los requisitos que debe reunir en relación con su altura, la separación a farolas, papeleras y banco y otros elementos de mobiliario urbano o servicios generales.


Toldos invadiendo la zonas libres bajo farolas


Y ya que se han mencionado los bancos diré que un vecino mío al que este tema le lleva por la calle de la amargura me contaba el otro día su indignación por la desvergonzada retirada de los bancos públicos que quedan en ámbito de estas terrazas y que, en lugar de exigir que las mesas de éstas queden a la distancia que obliga la normativa, lo que se hace es sencillamente quitarlos para que no molesten. Decía el buen hombre que había hecho un recuento de los bancos eliminados y que en un tramo concreto habían sido retirados 6 de los 18 que existían inicialmente, lo que venía a suponer la tercera parte de los originalmente instalados. Si eso fuera verdad, me pregunto cómo diablos los responsables del orden y del cumplimiento de las normativas municipales (servicios de vigilancia, Policía, técnicos de disciplina urbanística, etc.) pueden permanecer pasivos ante lo que significa un claro latrocinio del patrimonio público, tanto en el aspecto económico que supone la sustracción de un material que ha sido pagado por todos los vecinos como en la dolosa supresión de un elemento destinado al servicio de los ciudadanos.


En la zona ocupada por esa terraza había dos bancos como el que se ve un poco más allá


Otro de los aspectos relacionados con esta actividad es la vulneración sistemática y general de las normas que se refieren a la recogida diaria de los elementos que componen las terrazas de hostelería con el fin de dejar expeditas en el horario nocturno las zonas ocupadas durante el día. La semana pasada me di un paseo para comprobar si estas disposiciones se cumplían y pude verificar que todos, absolutamente todos los establecimientos mantenían su respectivas mesas y sillas apiladas en montones dentro de los recintos delimitados por sus maceteros o hitos, que igualmente permanecen fijados al suelo en el mismo sitio durante las veinticuatro horas de casa jornada.


Mobiliario acopiado en la calle (con el local cerrado)


Ante esta abusiva y caótica situación que los vecinos tenemos que soportar, más de uno se preguntará qué hace el Ayuntamiento al respecto. Pues, lo que nadie se podría imaginar: absolutamente nada. A este respecto cabe mencionar la noticia recogida en el boletín municipal de octubre de 2018, que daba cuenta de la iniciativa para realizar un marcaje de los límites correspondientes a cada licencia de terraza con el fin de regular su ocupación territorial. Transcribo parcialmente lo que se decía de ella en la página 20.

“A finales del mes de julio se procedió a señalizar con pintura en espray la ocupación de las terrazas con licencia de los distintos hoteleros que ocupan el espacio público en el recorrido de la Gran Vía, y de parte de la plaza de Colón. Se ha empezado por estas zonas porque son las más concurridas, pero el objetivo es señalizar todas las terrazas del municipio.”


Página 20 del boletín municipal de octubre de 2018


Es cierto que durante algún tiempo se pudieron a ver unas extrañas marcas de color azul en el suelo ocupado por algunas de las terrazas de la Gran Vía. Por lo general quedaban en el interior de las áreas cubiertas por las mesas, sillas y toldos, y algunas quedaban bajo los postes o las macetas, de modo que era prácticamente imposible hacerse una idea de cuáles eran los límites reales que amparaba cada licencia. Pero el tema principal reside en la pregunta de saber qué se ha hecho desde entonces. De acuerdo con lo que se percibe sobre el terreno, la respuesta depende de a quien vaya dirigida. Si es al Ayuntamiento, éste no podrá contestar otra cosa que dejar que las marcas se diluyan con el tiempo sin hacer otra cosa que absolutamente nada. Si se la hacemos a los hoteleros lo más seguro es que pongan cara de circunstancias y se encojan de hombros mientras esconden disimuladamente el cepillo y los abrasivos con que sus empleados restriegan todos los días sobre las marcas para ver si terminan por desaparecer.


Restos del marcaje municipal del límite de las terrazas


A esa laxitud en la vigilancia del cumplimiento de las ordenanzas vulneradas, a esa silenciosa permisividad ante el descarado abuso cotidiano yo lo puedo llamar de muchas maneras. Y una de ellas es: concesión de privilegios.

jueves, 18 de abril de 2019

Indulgencia plenaria

Emulando al execrable dictador cuyos despojos están dando tanto de qué hablar últimamente, nuestro alcalde ha procedido a dejar las cosas atadas y bien atadas antes de marcharse. En un alarde de hábil prestidigitador, con una sutil maniobra la conseguido que se haga efectiva la cesión gratuita de suelo público a una confesión religiosa que, como todos pueden imaginar, no es otra que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana en su sección española.

En esta ocasión se trata de una parcela de propiedad municipal en el sector de Roza Martín, un nuevo barrio de ricos cerca del límite con Boadilla que puede llegar a convertirse en una especie de La Florida o La Moraleja pero venido a menos, pues aunque con amplias calles y mejores vistas de la sierra madrileña, su aspecto es a día de hoy bastante desangelado.

Como buen cristiano y con el apoyo de Ciudadanos, Narciso de Foxá ha promovido y llevado a buen término esta iniciativa un tanto contradictoria con el carácter de independencia respecto a las distintas confesiones que a las instituciones de este país les confiere el artículo 16 de nuestra Constitución, haciendo prevaler sus afinidades religiosas y las de su partido político frente a la imparcialidad con que debería gestionarse este tipo de actuaciones, y pese a la oposición de los partidos de izquierda IU PSOE, y las críticas de las  asociaciones vecinales.

Con la quinta parte de siglo XXI casi cumplida, hechos como éste –que, dicho sea de paso, no son excepcionales- demuestran la clara preferencia de las instituciones por una determinada corriente religiosa en detrimento de otras confesiones. La proliferación de las sedes de la iglesia “oficial” y su acertada ubicación mediante dádivas o concesiones contrasta con la penuria con que subsisten otras confesiones cristianas que no reciben el mismo trato y han de reunirse en discretos locales destinados a garajes o uso comercial. Algo parecido sucede con la comunidad musulmana, cuya mezquita se encuentra en medio del campo, frente al polideportivo de La Sacedilla, y que se mantiene tan velada que pasa prácticamente desapercibida. De judíos, masones y otras creencias desconozco sus lugares de reunión, si es que existen, dada la discreción con que sus miembros suelen desenvolverse.


La mezquita de Majadahonda


En cualquier caso, lo que queda claro es que para la mayoría de la Corporación municipal la asistencia religiosa (católica, por supuesto) es una necesidad tan vital para el vecindario majariego, que obliga a la donación del patrimonio por un periodo de larga duración a una institución religiosa que no puede presumir precisamente de ser insolvente o carecer de medios, teniendo en cuenta los haberes que acredita gracias entre otras cosas a los estipendios que recibe directamente de sus feligreses o a través de las contribuciones que el Estado le asigna graciosamente.

Y también queda claro que en nuestro pueblo los partidos políticos que representan a los votantes de derecha pueden discrepar en asuntos terrenales como la construcción del nuevo cementerio porque, en definitiva, ¿qué importancia tiene que no haya sitio para enterrar a los muertos? Ahora bien, en lo que se refiere a las cuestiones espirituales no cabe discusión posible. Con eso no se juega. Todo sea por la salvación de nuestras almas.

Así que, si Dios no lo remedia, Majadahonda tendrá una iglesia más que se sumará a las cinco ya existentes (Santa Catalina Mártir, Santa María, Santo Tomás Moro, Santa Genoveva Torres Morales y Beato Manuel Domingo y Sol) y al resto de congregaciones y centros religiosos de la misma cuerda.

Y Narciso de Foxá habrá conseguido –supongo- un buen crédito para allanar el camino de su salvación en la esfera de lo sobrenatural, ya que la concesión de un nuevo privilegio para la Iglesia como mínimo ha de ser recompensada con el beneplácito de la indulgencia plenaria.



domingo, 14 de abril de 2019

Morir en Majadahonda

Si es caro vivir en Majadahonda, tal como están las cosas morir va a resultar mucho más complicado. Según recogieron los medios, en el pleno del pasado 29 de enero los grupos políticos no se pusieron de acuerdo sobre la modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana que permitiera la construcción de un nuevo cementerio, quedando desestimada la propuesta presentada por el equipo de gobierno municipal.

El actual camposanto, construido inicialmente bajo la tutela de Regiones Devastadas, ha sido objeto de varias ampliaciones, la última de las cuales se terminó hace poco más de un lustro y consistió en la construcción de 60 fosas, 192 nichos y 180 columbarios en el semicírculo que cierra el recinto hacia el Sur, con lo que se consiguió una dotación adicional de enterramientos que venían siendo necesaria. Sin embargo, esta ampliación está próxima a cubrirse y restan ya pocos nichos, algunos columbarios y un mayor número de sepulturas que, por su mayor coste, son menos demandadas. De modo que si se cumplen las estadísticas y los pobladores de esta ciudad siguen al pie de la letra las previsiones estimadas de futuros decesos, en los próximos dos años se agotará la disponibilidad de espacios donde enterrar a nuestros muertos.


Entrada al cementerio de Majadahonda


Para salir del aprieto, el Ayuntamiento anda como loco actualizando la titularidad de las sepulturas y verificando el pago de las cuotas de renovación de las temporales, a ver si con un poco de suerte recupera parte de lo actualmente ocupado y puede ofrecerla como disponible. Con esta labor inspectora se consigue, mediante las exhumaciones colectivas que cada vez son más frecuentes, liberar algunos de los nichos para volver a ponerlos a disposición de nuevos usuarios. Pero eso no deja de ser una solución provisional para un problema que ya se está convirtiendo en preocupante puesto que, a pesar de las operaciones de limpieza y renovación, la posibilidad de adquirir un lugar donde descansen los cuerpos de los seres queridos está a punto de agotarse.

Al paso que vamos será tan difícil conseguirlos que es muy probable que el comercio de sepulturas sea motivo de ganancia para gente avispada y esos pequeños solares sean irremediablemente objeto de especulación inmobiliaria, negocio del que hasta ahora se habían mantenido al margen. Y puede suceder por eso que sólo quienes hayan sido previsores o tengan la suerte de que sus padres o abuelos hubieran adquirido en su día alguno de esos terrenitos, tendrán el privilegio de poder seguir habitando –si bien de otra manera- en esta bonita ciudad cuando pasen a mejor vida. Aunque, como digo, siempre existe la posibilidad de que algún listillo con ganas de hacer negocio de preste a desalojar impíamente a sus difuntos con el fin de dejar hueco libre para alquilar. El problema estará entonces en los altos precios que se pagarán por ese servicio.

Antes era costumbre que cuando alguien moría lejos de su tierra, sus restos se expatriaran para que fueran enterrados allí. Dentro de poco en este pueblo sucederá lo contrario, es decir, que la gente tendrá que emigrar después de muerta porque ya no habrá sitio donde alojarse.

Atendiendo a mi edad y a los estudios estadísticos, y si todo transcurre normalmente, espero que cuando me toque morirme este problema ya esté solucionado, una vez que los políticos se hayan puesto de acuerdo con la ubicación idónea para el nuevo cementerio. Con un poco de suerte también habrán resuelto el asunto del nuevo tanatorio que asimismo andaba enquistado entre dimes y diretes.

El actual tanatorio municipal tiene dos salas separadas por un cuarto de tanatoplaxia, de modo que como dé la casualidad de que más de dos personas fallezcan el mismo día, a partir del segundo las familias tienen que buscar velatorio en otro lugar, lo que constituye una faceta diferente de la emigración post mortem. Así pues, hasta para morirse en esta ciudad hay que andarse presto, ya que como seas un poco remolón tienes muchas probabilidades de que te manden fuera.

En vista de esta situación y si quieres que tus restos queden aquí tienes dos opciones: o morirte pronto o seguir aguantando el tiempo necesario para que nuestros ediles dejen a un lado su respectivas posturas y acerquen posiciones en aras de resolver estos problemas que ya son acuciantes. Y como tengo a apego a la vida y me considero relativamente sano todavía, estoy firmemente decidido a seguir vivo, pase lo que pase y pese a quien pese, por lo menos hasta el día en que nuestros representantes políticos entiendan de una vez por todas que los ciudadanos de este pueblo tienen derecho a que sus restos reposen en el mismo lugar donde han vivido.

Para aquellos que hayan decidido que sus cenizas sean esparcidas por el aire, el mar o la tierra la cosa es más sencilla en tanto no prohíban esas prácticas, que no será dentro de mucho. Pero para aquellos otros que prefieren la solución clásica, la solución pasa por conservarlas en casa, en lugar seguro y a prueba de balonazos, plumeros incautos o flaqueza de brazos, para que por descuido no se rompa la urna y se desparramen. Al menos hasta que vuelva a haber un sitio libre o se comercialicen trasteros sacrosantos donde se puedan conservar a buen recaudo hasta entonces.

(Ahora que medito sobre esto, caigo en la cuenta de que estoy dando una magnífica idea para ser desarrollada por emprendedores atrevidos: grandes almacenes con sepulcros de alquiler).


jueves, 11 de abril de 2019

Vayas donde vayas....

…te toparás con ellas. En cualquier lugar del municipio que cumpla determinados requisitos como, por ejemplo, molestar un poco pero no demasiado o estar situado en zona de tránsito o de concentración poblacional, te las encontrarás por estas fechas.

En las últimas semanas, cientos de vallas han invadido nuestra ciudad cambiando radicalmente la fisonomía del callejero. A veces se disponen en largas filas, una detrás de otra, formando alineaciones inusualmente extensas; otras, en cambio, cierran recintos de reducida superficie. En ocasiones están bien señalizadas e incluso confinan rutas peatonales alternativas que normalmente discurren paralelas, sin embargo lo más habitual es que carezcan de la señalización de seguridad adecuada y que aparezcan de repente sin el menor aviso.

Pero sea como sea su forma y dimensión, y cualquiera el lugar donde se hallen ubicadas, todas estas aglomeraciones más o menos ordenadas de barreras metálicas pueden presumir de un tener un mensaje común: aquí hay obras o las va a haber pronto. Claro que a ese denominador común habría que añadirle un adverbio que sitúe esas operaciones en el tiempo y que no puede ser otro que: ahora.

Vallas en la Avenida de España frente al Auditorio

Vallas en la Calle Santo Tomás frente al parque Ferenc Varos

Vallas en la Calle Benavente

Vallas en la parte baja del Bulevar de los Alcaldes

Vallas en la parte alta del Bulevar de los Alcaldes

Vallas en la Calle Santa Ana

Vallas en la Avenida de España junto al Centro de Salud


Estos ejemplos que se muestran dan idea de la situación actual de la ciudad. 

De todas formas, y aparte la identificación de cada grupo de cercas e independientemente del lugar donde se encuentren, si uno se aproxima para investigar de qué se trata lo que encierran se llevará una pequeña decepción, porque la mayor parte de ellas solo consisten en arreglo de aceras y bordillos, enrasado de tapas de alcantarillas y muy ocasionalmente de la realización de alguna arqueta nueva o la colocación de unos trozos de tubería. De poco más suele ir la cosa.

A pesar de ocupar el quinto puesto en el rango de municipios con mayor renta per cápita de España; a pesar de presumir de tener una de las cuentas más saneadas de las ciudades del noroeste madrileño durante los últimos ejercicios contables; a pesar de disponer de un remanente de tesorería que podría ser la envidia de cualquier corporación; a pesar de tener carencias perentorias para poder empatar su reconocido prestigio con las necesidades reales de su población; a pesar de todos estos pesares y otros muchos, en nuestro pueblo apenas se acometen obras.

Cuando digo obras no me refiero a los parches y remiendos que suelen esconderse tras la mayoría de las zonas valladas que antes he comentado, sino a trabajos de mayor envergadura que subsanen las deficiencias de los edificios o mejoren las infraestructuras de la ciudad. Aquellos están muy bien si son necesarios (condición que no siempre se cumple), pero no dejan de ser operaciones de mantenimiento habitual que deben realizarse continuamente para atajar el deterioro que el tiempo o las eventualidades provocan. Sin embargo, para nuestro Alcalde y su equipo de gobierno esos “pequeños detalles” -como a él le gusta llamarlos- son la esencia misma del programa de inversiones anual.

Y no es que los vecinos estemos contentos con lo que hay. A todas luces es evidente de que Majadahonda no dispone de las dotaciones ni de los servicios que esta ciudad debería tener en consonancia con las aportaciones y las demandas de sus habitantes. Una Casa de la Cultura antigua, pequeña e insuficiente; pabellones deportivos obsoletos; una sola piscina cubierta (la otra tiene tantas filtraciones que no puede considerarse de esa manera) llena de vaho y con instalaciones que resisten a duras penas; una sola Biblioteca; concejalías alojadas en edificios con goteras o que se caen a pedazos; centros escolares a los que este verano se les ha lavado la cara pero que siguen llenos de deficiencias; una Casa del Mayor que ya se ha quedado pequeña; la Casa Consistorial, que ha cambiado su acceso pero que no ha dejado de albergar mesas y funcionarios amontonados; edificios en desuso o abandonados que acabarán en ruina… Ese es el panorama del patrimonio inmobiliario municipal que, salvo los edificios de reciente construcción –que se pueden contar con los dedos de una mano-, son ya vetustos y llenos de los achaques propios de su edad y de su escaso mantenimiento.

Esa cicatería en el gasto para mejorar los edificios existentes o levantar alguno nuevo contrasta con las generosas partidas económicas destinadas a parques y jardines. Cada año se gastan buenos presupuestos en crear nuevos parques o bien adecentar los existentes, marchitos por su escaso o nulo mantenimiento. Porque la realidad es que la vida de estos espacios en las debidas condiciones raramente se prolonga en este pueblo más allá de dos o tres años a partir de su inauguración. Y digo yo que qué sentido tiene esa manía de hacer nuevos jardines si luego no se cuidan ¡Como si en nuestro municipio hubiera necesidad de más espacios verdes!

Por eso cuando veo tal cantidad de vallas distribuidas estratégicamente, me da por pensar que, aparte de su dudosa efectividad y su corto espectro (losetas y plantas), más que a una verdadera planificación lo que obedecen es a una cuestión meramente propagandística para hacer ver que el Ayuntamiento ejecuta obras, cuando la realidad es bien otra: que aquí solo se hace un poco de ruido en épocas electorales.