Aquel
joven roceño tuvo la mala suerte de pensar que salir esa noche a celebrar el
final de curso era una buena idea; que quedar con sus amigos en la vecina
Majadahonda y pasear por sus calles para dar por terminado un año de aplicación
y esfuerzo para sacar tercero de Derecho con notas brillantes era una buena
opción para despedirse temporalmente de los libros y los pupitres; que cruzarse
con tres energúmenos malencarados en una estrecha y oscura calle a las puerta
de un colegio no tendría mayor importancia; que intercambiar unas palabras y no
consentir ante su exigencia de cederles el paso no llegaría más que a una
pequeña discusión o, en el caso más extremo, a recibir algún empujón.
Aquel
joven pacífico y buena persona, que en ese momento estaba acompañado por un
amigo, se equivocaba. Un pinchazo bien dirigido acertó a clavarse en la pierna
de su compañero; otra puñalada, mucho más certera, se hundió en su bondadoso
corazón para acabar con su vida.
Fernando
Bertolá tenía 21 años cuando fue salvajemente asesinado en una calle de esta
ciudad, tal día como hoy del año 1997. Por aquel entonces grupos reducidos de
siniestros personajes neonazis campeaban a su antojo por nuestro pueblo,
amedrentando a quien se pusiera por delante. Y lo hacían con la permisividad de
la Policía Local, la Guardia Civil y las autoridades municipales, a quienes ya
se había advertido de sus andanzas y que nada hicieron para poner freno a esos
desmanes. De hecho, cinco años antes otros jóvenes radicales acabaron con la vidade Hassan Al Yahami, un inmigrante marroquí a poco más de
cien metros de ese mismo lugar.
El
que fuera por entonces alcalde majariego, Ricardo Romero de Tejada –conocido
político madrileño que se hizo famoso después por el juego sucio y unas
tarjetas negras que manejaba con soltura- pretendió restar importancia a las acusaciones de la Plataforma contra la Violencia que
había denunciado con anterioridad la situación de miedo que padecían los
jóvenes del pueblo ante las agresiones que se producían los fines de semana.
"Son agresiones fascistas que
sufrimos los jóvenes sin justificación alguna y que el alcalde se empeña en
negar. Se lo habíamos dicho mil veces, la policía tenía fichados a los tres
jóvenes que han sido detenidos, sabían que eran violentos, pero si no se toman
medidas para evitar que actúen de nada sirve conocer quiénes son, y ahora sólo
se puede lamentar la muerte de Fernando, porque ya no hay forma de devolverle la
vida", señaló Carmen Álvarez, portavoz de la plataforma.
Pero
lo cierto es que a Antonio de Lucas Andreu, alias “el Mechina”, autor del
apuñalamiento de Fernando era bien conocido por estos lares: había sido
detenido en 7 ocasiones y en cuatro se le retiraron armas blancas. Por mucho
que sostuviera el Sr. Romero de Tejada que no existía inseguridad en nuestras calles la
realidad era otra, como lamentablemente tuvimos ocasión de constatar.
Placa de la antigua calle de Fernando Bertolá de Majadahonda |
A
raíz de aquel suceso, el Ayuntamiento decidió dar el nombre de la víctima a la
calle donde ocurrieron los hechos. Sin embargo, el cambio de configuración
urbana que trajo la remodelación de la Plaza de la Constitución y sus
alrededores en el año 2011 significó que esa calle desapareciera al quedar
integrada dentro de los jardines, y con ella la placa que recordaba a Fernando
Bertolá. Tras a la finalización de las obras, el grupo municipal de Izquierda
Unida-Los Verdes solicitó a los regidores que se restituyera el nombre suprimido o se le pusiera a otra calle, y se
colocara una placa homenaje en dicha plaza. La petición no era descabellada ni
tampoco imposible, dado que la traza de la calle original coincidía
sensiblemente con la rampa peatonal empedrada que separa el área del templete
de música de la plataforma donde se ubicaba la casa de la Panadería, y no
hubiera sido nada complicado mantener la señalización aun cuando, para ser
precisos, se cambiara la palabra calle por
la de travesía, pasaje o vereda. Pero no sucedió ni lo uno ni lo
otro. Todo lo más que hicieron fue, pasado el tiempo, poner junto a la morera
centenaria un mojón de granito con un rimbombante rótulo encima: Jardín de Fernando Bertolá.
Y
digo lo de rimbombante porque la zona donde se ubica tiene poco de jardín y
mucho de erial semiabandonado. Pues si algún día pudo llegar a tener flores y
plantas ornamentales que confirieran a ese espacio la categoría de jardín, hoy solo
resiste un césped descuidado entre setos y calvas. Y la lápida aguanta a duras
penas el paso de sus pocos años de vida sensiblemente inclinada y con el rótulo
envejecido, condenada a ser objeto codiciado por los perros para depositar sus
orines o por los niños que juegan en la plaza que la tienen marcando de
portería. Ese es el interés que muestra nuestro Ayuntamiento en honrar el
recuerdo de aquel joven estudiante víctima de la intransigencia violenta.
Estado que presenta el Jardín de Fernando Bertolá en la actualidad |
Este
día, en el que se cumplen 22 años aquella estúpida agresión que terminó con la
vida de un joven (que, de no haber sido sesgada de cuajo y sin sentido, hoy
sería como tantos otros de su edad y andaría paseando con sus hijos por la Gran
Vía), no hay nada que celebrar sino recordar con tristeza. Tristeza por esa
horrible fechoría. Tristeza por ver cómo nuestras medianas se reponen
asiduamente con flores de temporada mientras el lugar elegido para mantener a
esa víctima en la memoria languidece tristemente abandonado entre olor a orines
y excrementos. Tristeza por saber que un partido político próximo a la
ideología del asesino haya entrado en nuestra Corporación
con derecho a compartir los mismos sillones de quienes se afanan (o, al menos,
eso dicen) por defender nuestra democracia.