Una de las primeras entradas de este blog, escrita allá por enero de 2019, se dedicaba a exponer las ventajas de vivir en Majadahonda. Describía con cierto detalle las bondades derivadas de su situación geográfica, las buenas comunicaciones y su diversificada red de carreteras, la dotación de servicios asistenciales y, sobre todo, su configuración urbana, una característica que ha sido imitada con desigual fortuna en otras ciudades periféricas y que tal vez sea lo que más atraiga a quienes buscan un mejor lugar de residencia.
Todas esas maravillas convergen para poder decir sin temor a
equivocarse que quienes viven en este municipio son unos auténticos
privilegiados. Esa afirmación es fácil de confirmar a nada que se lean las noticias que hablan de nuestro pueblo
tal como comentábamos en la pasada entrega. La única negativa entre toda la
panoplia de buenas nuevas era la eliminación del equipo de fútbol local en la
Copa del Rey. Y encima, a manos de un amigo que se convirtió de tutor en
verdugo. Claro que, según su entrenador,
todo se debió a la nociva influencia del factor campo. Un cambio de
campo, por otra parte, libremente elegido; por lo que las protestas o
lamentaciones no tienen mucho sentido.
El resto de temas solo pueden motivo para llenar un poco más la mochila
de satisfacciones: una de las carreteras
principales que enlazan con Madrid desatascada, el impuesto de tracción
mecánica rebajado a lo mínimo permitido por la ley, una asociación de
recuperación de fauna salvaje afincada en el término municipal se esmera en
cuidar a los pollos de cernícalo primilla, los padres majariegos tendrán su
escuela…. Todo conduce a pensar que en nuestro pueblo reina la felicidad. Una
felicidad que, no obstante, no nos hace olvidar a otros compatriotas que lo
están pasando un poco peor y que nos preocupan tanto que nuestro Ayuntamiento
donará una limosna equivalente a unos 35 céntimos de euro por vecino. ¡Ahí es
nada! De hecho somos tan felices que nuestros gobernantes han decidido instalar 118 cámaras de video para que puedan grabar la cara de placidez de todos
nosotros y mostrarlas a quien opine lo contrario.
La realidad, sin embargo, es muy distinta. Felices, lo que se dice
felices, lo somos en la medida en que cada uno puede conseguirlo. Y no gracias
al entorno. Pues si el nivel de satisfacción personal -factor que contribuye
tanto a la felicidad- hubiera que medirlo por los estímulos y la ayuda que los
munícipes prestan a sus vecinos, los
majariegos estarían bastante alejados del nivel de aquellos que pueden
considerase afortunados, y mucho más próximos a la zona de los desdichados.
Hubo un tiempo que Majadahonda era la diana a la que todo el mundo
dirigía su mirada. Es justo decirlo. Tan justo como decir también que ahora es
un pueblo del montón que mantiene actualmente una fama heredada pero que no se
corresponde con su verdadera situación. Un pueblo del que poco se habla y en el
que nada se hace.
Fotograma de la serie televisiva 'Un mundo Feliz' (NBC Universal) |
Hace
ya algunos años tuve ocasión de reunirme con el concejal responsable de
Urbanismo de aquel entonces. Formaba parte de una comisión creada en nuestro
barrio para reclamar al Ayuntamiento una mayor atención en el mantenimiento de
las infraestructuras básicas, y de paso plantear la exigua oferta cultural y de
servicios públicos, no ya en esa parte del pueblo, de una relativa reciente
expansión, sino en toda Majadahonda en general. El edil, cuya cara me resultaba
conocida, era uno de esos personajes que van saltando de un cargo municipal a otro
como si de un caballo de ajedrez se tratara y había pasado ya por otras
concejalías. A pesar de su juventud, era todo un veterano de la administración
local y por ello resultaba difícil que, por unas razones o por otras, no
hubiera coincido con él en alguna otra ocasión. O en varias. Era algo así como
ese primo lejano que, aunque nunca hubieras intimado con él, siempre te lo
encuentras en las reuniones familiares.
Pues
bien, a lo que iba, interpelado en aquella cita sobre los asuntos que planteábamos,
es decir la carencia de servicios y de actividades culturales, deportivas y de
ocio que una localidad como la nuestra demanda, y del atraso de nuestra ciudad
en relación con todas –sin excepción alguna- las de nuestro entorno, el
Concejal respondió como suelen hacer la mayoría: con promesas y evasivas. Los
comisionados que estábamos allí sabíamos de antemano que el guión seguiría la
pauta de siempre, como estábamos comprobando,
y que era difícil que las promesas llegaran a cumplirse. Pero para lo que
ninguno de nosotros estaba preparado era para encajar la respuesta estrella del
grupo de evasivas.
El
veterano pero joven edil nos vino a decir que al Equipo de Gobierno no le
interesaba competir con Las Rozas, Boadilla, Pozuelo y otros pueblos cercanos
en lo que se refería a la oferta
cultural y deportiva, ya que precisamente por ser tan amplia en esos
municipios y estando tan próximos a Majadahonda, los majariegos podían
disfrutar de ellos sin dificultad. E incluso ir a Madrid, que tampoco está
lejos y hay espectáculos y actividades para aburrir. “Lo que ofrece Majadahonda” –dijo con aire de autosuficiencia- “es otra cosa”.
De
eso habrán pasado una década más o menos. Tendría que consultar mis agendas de aquellos
años para comprobar cuándo fue exactamente, pero para este caso no tiene
demasiada importancia datarlo con precisión. Lo que me interesa resaltar es que
cuando de tarde en tarde coincidimos en algún sitio algunos de los que
asistimos a aquella reunión y aún seguimos viviendo por esa zona, y recordamos
aquel encuentro, nos confesamos mutuamente
que, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, ninguno de nosotros
hemos llegado a descifrar el mensaje que aquel concejal –por cierto, hoy
desaparecido de la escena política- nos quiso dar con sus misteriosas palabras.
He
sacado esta anécdota del baúl de los recuerdos porque me parece que viene a
cuento y en el fondo sigue siendo de rabiosa actualidad, dado que la situación
de Majadahonda en ese aspecto no ha variado un ápice desde entonces. Nuestro
barrio sigue más o menos igual, la oferta cultural sigue dándose con
cuentagotas (en el pasado mes de enero, nada de nada), en lo deportivo para qué
vamos a hablar y en el resto de servicios con tanta penuria y escasez como
estamos acostumbrados.
La
cuestión que subyace de esta mirada hacia atrás es hacer la pregunta del millón
y saber si existe una respuesta convincente.
La incógnita sigue siendo la misma: saber si el Equipo de Gobierno
actual, constituido en buena parte por jóvenes pujantes, va a ser capaz de
revertir la penosa situación en la que ha desembocado la circunstancia de que este pueblo haya sido dirigido durante
varias décadas por personas incompetentes. O si, por el contrario, va a adoptar
la postura más cómoda, que es la que consiste en no hacer nada. Esa opción es
la que ha sido elegida permanentemente por las distintas corporaciones de un
tiempo a esta parte bajo el lema “Majadahonda
ofrece otra cosa”. Y así nos va.
Se
ha cumplido más de media legislatura y el programa electoral sigue prácticamente
virgen. De momento no han demostrado nada excepto que son personas muy limpias
a las que no les gusta manchar las hojas con tachaduras, de ahí que los grandes
proyectos que aseguraban se iban a ejecutar en estos cuatro años siguen
intactos en el platillo de las promesas. En el lado de las realidades, casi
nada. Los habitantes de este municipio siguen con la esperanza de que alguien
sea capaz de equilibrar la balanza, aunque ya casi están pensando que este
plantel de jóvenes políticos se ha contagiado rápido de la abulia de sus
antecesores y, lo que es peor, están decididos a portar el mismo lema. Si fuera
así, supondría una nueva decepción; y ya van muchas.
Pero,
al menos, y poniéndonos en el peor escenario ¿podría alguien explicarnos qué es
lo que ofrece Majadahonda?