No
quiero decir con el título de esta entrada que pretenda en ella descubrir o
dar relevancia a alguna cosa oculta que pueda poner en vergüenza a la ciudad
donde vivo. Nada más lejos de mis intenciones. Es mucho más sencillo: solo hay
que atenerse al sentido literal de esa frase para saber de qué voy a tratar
seguidamente.
Dicen los historiadores que Majadahonda
nació y se desarrolló a partir de un cruce
de los caminos que seguían las rutas de la trashumancia y las vías hacia
otros núcleos importantes de la corte. Quizás eso tenga que ver con que
actualmente sea la localidad más transitada de la zona y que a ella se pueda llegar
desde la capital del Reino por varias rutas, y desde los pueblos vecinos por
otras tantas. Afortunadamente, la red de carreteras de la Comunidad ha
respetado la integridad de su casco urbano sin afectarlo apenas, pero dotándolo
al mismo tiempo de numerosas y relativamente cómodas alternativas para llegar a
él por tráfico rodado. A eso ha ayudado también –justo es reconocerlo- la
acertada planificación urbanística tratando de desviar la circulación rodada
por vías circundantes, aunque algunas de ellas estén hoy día bastante
congestionadas y otras se hayan quedado pequeñas e insuficientes para absorber
tanto vehículo.
En
lo que se refiere a la configuración física de sus accesos desde el extrarradio
cabe decir que el Ayuntamiento se esfuerza porque quienes lleguen a esta
localidad se vayan familiarizando desde un principio con lo que van a
encontrarse a medida que se adentren en él. Tal vez la entrada más
sugerente sea la que llega por el Este, desde El Plantío, a través de la
rotonda situada bajo las vías de Cercanías, en la cual un gran cartel de metal
oxidado muestra su nombre tendido sobre una pequeña ladera de césped. Cruzado
este punto la vía de acceso se desdobla, separando ambos sentidos con una
estrecha mediana continuamente resembrada de flores de temporada y jalonada con
arbolitos enanos y arbustos de escaso porte que apenas medran y fácilmente se
secan, a pesar de sus reiteradas reposiciones y de la iluminación nocturna con
que se pretende engalanarlos. Siguiendo por ella se van sorteando rotondas
sucesivas en las que se bifurcan calles y avenidas que se entrelazan conformando
la trama urbana.
Rotonda de la Estación viniendo desde El Plantío |
Otro
de los accesos más transitados es el que llega por el Norte, desde Las Rozas, por
la Avenida de los Reyes Católicos, que es parecido al anterior pero más amplio,
al ser las calzadas más anchas y estar las construcciones más separadas, hasta
casi entrar en el casco por la plaza de la Cruz. Dejando atrás el paso elevado
peatonal existente casi en el límite territorial con Las Rozas, que se yergue
como un portalón enorme, los espacios vacíos o ajardinados en los flancos de la
avenida dotan a ésta de mayor profundidad visual.
Rotonda de Reyes Católicos viniendo desde La Rozas |
El tercera vía de entrada en importancia es la opuesta a la anterior, situada en la otra punta del eje Norte-Sur que coincide con la prolongación de la Gran Vía y en la que confluyen a su vez las procedentes de Pozuelo (pasando por el Cerro del Espino) y Boadilla (que recoge también el Polígono de El Carralero y en recinto ferial) y los lujosos barrios del extrarradio que han ido surgiendo en sus márgenes. Este acceso asume también el denso tráfico procedente de las autovías M-503 y M-50 en ambas direcciones, y permite la conexión con la autovía de los Satélites que enlaza con Villanueva de la Cañada y Valdemorillo. Al igual que los anteriores, los trazados con amplias avenidas y rotondas, junto con la proliferación de zonas verdes y focos de interés turístico (véase la entrada correspondiente a esta cuestión) y una excelente panorámica de la sierras de Guadarrama y Gredos, confieren a este acceso un sensacional aspecto.
Rotonda de acceso desde la carretera de Pozuelo |
Queda
por último, la ruta de ingreso que viene de Villanueva del Pardillo y que topa
con el casco por el barrio de San Roque. Aun siendo ésta la última en ser remodelada y
haber sido hecha a semejanza de sus hermanas, con doble calzada y rotondas con
fuentes o motivos florales, algo hay en ella que no resulta del todo atractiva.
Tiene también a ambos lados espacios abiertos y urbanizaciones
descongestionadas; tiene igualmente una magnífica vista de la sierra y de las
lomas que se ondulan hacia ella desde la hondonada del río Guadarrama. Tiene
una mediana bastante más generosa que las otras entradas llena asmiismo de arbolado y
setos agrupados, algo que contrasta con los escasos árboles en hilera que
bordean las calzadas y que subsisten a duras penas, supervivientes de todos
aquellos que plantaron cada cinco metros la mayoría de los cuales se han
perdido. Pero lo que realmente destaca por encima de todo son dos enormes centrales de hormigón que emergen del
paisaje como monstruos de otro planeta, dotando a ese entorno de una fealdad
indescriptible y contaminándolo todo con el polvo de cemento que tiñe esa zona
de un característico color grisáceo. Una a cada lado de la vía -supongo que
para compensar- y ambas ubicadas desde hace décadas en suelo rústico,
levantadas sin licencia ni permiso y que siguen funcionando a pleno ritmo con
la connivencia de las autoridades municipales a pesar de constituir en los dos casos claros
delitos urbanísticos.
Rotonda de la hormigonera Lafarge viniendo desde Villanueva del Pardillo |
Quizá
sea por eso que ese acceso no esté indicado en los carteles de la M-50 que
señalizan las salidas hacia Las Rozas y el Pardillo viniendo desde El Pinar,
cuyas vías de servicio terminan en las mismas raquetas o rotondas que sirven
para llegar a Majadahonda, obligando a quienes no conocen las rutas a rodearla
unos cuantos kilómetros para entrar por otros puntos más vistosos y acordes con
el nivel cualitativo de un pueblo de postín. Y es que cualquier extraño que se
aventure por esa dirección, se creería más que se encuentra en un paraje
parecido a las graveras del Henares que en una ciudad que pretende ser el paradigma de la calidad de vida.