Una de las
actuaciones que más se han divulgado en los medios locales ha sido la
renovación de la señalización urbana. Y no es para menos, porque se trata de
una de las pocas cosas de cierta envergadura (que no sea la rehabilitación de
zonas verdes echadas a perder a los pocos años de su apertura e inauguradas ahora
como si fueran nuevas dotaciones) que se han hecho en nuestra ciudad en este
año. Tanta importancia se ha dado a este asunto que hasta algunos periódicos locales,
otros de por aquí cerca y también algún otro de regiones más apartadas
lo han recogido en sus páginas.
Yo pienso que no es
para tanto, si caemos en la cuenta de que cualquier ciudad mediamente decorosa
debería tener un sistema informativo lo suficientemente completo y eficaz como
que se pueda llegar a los sitios de uso más frecuente sin perder demasiado
tiempo dando vueltas, o que cualquiera que se adentre en el municipio pueda
salir de él cuando desee y sin llegar a sentirse atrapado en el laberinto de su
callejero. Sin embargo, para nuestros próceres eso parece ser un objetivo
loable y trabajoso, tal es la forma en que lo tratan por su oficina de prensa.
La noticia aparece en el último boletín municipal editado (recordemos que es el nº 46 y corresponde al mes de
octubre pasado) a doble página, un espacio acorde con el relieve significativo que se le quiere dar, e
informa de que se han colocado 700 nuevas indicaciones, que su instalación se
terminará en noviembre –lo que hace suponer que a estas alturas ya se habrán
colocado todas- y que la broma ha costado 300.000 euros del ala.
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Paginas 24 y 25 del boletín municipal nº 46 (octubre de 2019) |
Leídos así, esos
datos no suenan muy disparatados. Pero a nada que uno se atreva a hacerse
preguntas, la cosa empieza a ponerse vidriosa. La primera duda que a uno le
asalta es la más simple: ¿era realmente necesario? Es cierto que Majadahonda no
se distinguía por gozar de una señalización vertical muy profusa ni que
facilitara elegir la dirección adecuada para llegar a los centros más
importantes. Tenía, eso sí unos postes marrones donde volaban unos paneles
alargados que por un lado tenían el nombre de las calles y por el otro
publicidad, y que curiosamente eran muy parecidos a los que se han colocado
ahora. Era ciertamente insuficiente y quizás inadecuada porque, circulando en
un vehículo, era difícil leer los letreros sin arriesgarse a tener un golpe o a
atropellar a alguien, ya que requerían una atención excesiva para quien está
conduciendo. Pero, desde mi punto de vista, hubiera sido mucho más razonable y
económico sustituir los rótulos identificativos por otros más legibles a
distancia, y añadir los elementos a juego que se consideraran oportunos, que
cambiar íntegramente la señal con su poste y todo.
Para un municipio que
pasa tantos apuros económicos y carece de un presupuesto de inversiones que
para cualquier otro de sus mismas características se considera normal, meterse
en una aventura de gasto tan importante sin adoptar otra solución mucho más imaginativa y económica, es un
auténtico dispendio. Sobre todo si se tienen en consideración tres cuestiones
que no pueden dejarse a un lado. Una es que se trata exclusivamente de
señalización de tráfico, es decir para dirigir a la gente que va en coche, ya
que los carteles son prácticamente imposibles de leer para los peatones que
pasean por la aceras. Y que dicha señalización evidentemente está hecha para
las personas que no conocen la ciudad, es decir no para los majariegos (que hemos
tenido que aprender los vericuetos de nuestras calles y la forma de salir de
las trampas y atolladeros a fuerza de dar vueltas y gastar gasolina) sino para
los de fuera. Con lo cual podría pensarse que los beneficios de esta inversión
repercuten más sobre los extraños que pasan de largo que sobre los propios
ciudadanos de aquí, que además somos los que contribuimos directamente a su
ejecución.
La segunda cuestión es
que la instalación de las nuevas señales implica necesariamente el desmontaje
de las antiguas y eso tiene dos consecuencias. Una, la generación de basura
innecesaria con el consiguiente impacto añadido al Medio Ambiente, cosa en que
los tiempos en que estamos merece una seria reflexión. Otra que la inversión
que se hiciera en su momento para la antigua cartelería, dudo mucho que
estuviera amortizada por mucha publicidad que se colgara en ellas. (Por cierto
¿quién se encargaba de gestionar esa publicidad?; ¿aparecían en los presupuestos
municipales esos ingresos?)
La tercera cuestión
radica en que está muy bien dirigir a la gente hacia los sitios que busca si
cuando llega a éstos sabe fehacientemente que está frente a él. Pero pensar eso
en Majadahonda es de ilusos, porque resulta que apenas hay algún cartel
identificativo que no sea el propio rótulo del centro y con
la peculiaridad de que, salvo casos excepcionales, no está fácilmente visible
en todas las direcciones ni mucho menos al alcance de la perspectiva del conductor.
De modo que quien trata de llegar a ellos en coche, la mayoría de las veces ha
de dar más de una vuelta sobre la misma zona hasta conseguir llegar a la
conclusión de que se encuentra junto al edificio en cuestión.
Esto último que digo
concierne a la segunda pregunta que es por qué no se ha aprovechado para
incorporar unas placas adicionales que identifiquen claramente a los edificios
singulares, centros administrativos, colegios, etc. delante de ellos,
completando así la nueva información direccional y evitando esas vueltas de más que
generalmente hay seguir dando hasta conseguir la meta. No creo que veinte o
treinta elementos más de los 700 planificados –cifra un tanto imprecisa pues no
se sabe si se cuentan el número de postes o de las banderolas que se montan en
ellos, que son formas de contabilizar muy diferentes- pueda representar una
ampliación de coste disparatada y, sin embargo, hubiera sido muy conveniente
para complementar la finalidad del
sistema.
La tercera pregunta
es corolario de las dos anteriores y está relacionada con valorar si esta
inversión no solo llega tarde sino que en la actualidad ha dejado de ser algo
imprescindible. Lo digo porque ahora casi todo el mundo tiene un navegador de
geolocalización en su coche, y se fía mucho más de las indicaciones de este
aparato que de las señales de tráfico, máxime cuando éstas solo marcan la
dirección pero no la distancia como es el caso de los paneles instalados.
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Vista anterior, lateral y posterior de un elemento de la nueva señalización |
La cuarta pregunta
que uno se hace tiene que ver con el modelo físico del tipo de señalización
elegido. Ya hemos dicho antes que es muy parecido al que existía antes en
cuanto a forma y diseño excepto en el grafismo de los textos, pues si en los antiguos consistían en guarismos
blancos sobre fondo verde, en los nuevos se ajustan a los códigos y logotipos
normalizados para las señales urbanas y de carretera. A mí particularmente me
parece que son unos elementos sobredimensionados pues tienen un espesor
desproporcionado con la función que ejercen, que es servir de simples soportes a
unos rótulos y que bien podrían haberse resuelto con una placa más delgada. So
pena de que hayan pensado que algún día puedan soportar publicidad en la cara
libre como había antes; en cuyo caso volveríamos a cuestionarnos las mismas
dudas: ¿quién se encargará de gestionar esa publicidad?, ¿aparecerán en los
presupuestos municipales esos ingresos? Pero aún cuando se tuviera en cuenta
esa previsión, los sistemas de iluminación actuales con lámparas led apenas
necesitan espesor, por lo que no encuentro una justificación razonable a tanta
gordura. Sobre lo demás no tengo nada
que decir salvo que creo que lo que hemos perdido de particular (por eso de que
eran un poco diferentes), lo hemos ganado en limpieza y eficacia, a riesgo de
caer en el igualitarismo que conduce el adoptar soluciones universales y que
hay por todas partes. Lo único que me inquieta en cierto modo es que el brillo
que esos mazacotes metálicos arrojan sobre los conductores es posible que en
determinados casos sea realmente molesto y ocasione deslumbramientos indeseados,
razón de más para habérselo pensado en su momento.
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Poste y banderola de la señalización anterior |
Hay algunas otras cuestiones
que cualquier persona curiosa y preocupada por encontrar razones a las cosas
que suceden a su alrededor –entre las que me incluyo- podría hacerse, pero por
no resultar peñazo y alargar esta entrada indefinidamente me detendré por
último en el aspecto económico haciendo unas cuentas muy elementales sobre su
coste. Decir que nos ha supuesto 300.000 euros es una de forma muy ambigua de
dar los datos. Supongo que en esa cifra no está incluidos ni el coste del
proyecto, ni la cantidad de horas que técnicos y administrativos municipales
han empleado en la elaboración de las bases y en la gestión de los diferentes
trámites y documentos requeridos para poder llevar a cabo de principio a fin
dicha instalación. No obstante, y por hacernos una idea aproximada de su
repercusión, si dividimos el coste por el número de vecinos tendremos que cada
majariego ha contribuido a la broma con unos 42 euros aproximadamente. Eso no
parece que sea mucho dinero, máxime cuando tiene pinta de que va ser algo
duradero. Pero si tengo en cuenta mi caso particular y el de aquellos otros que
sean 6 de familia, a mí y a cada menda de esos nos toca apoquinar más de 250
euros, y cifra que ya cuesta un poco más de digerir. Porque si nos retraemos a
lo comentado en párrafos anteriores, por ese precio podría dotarse de un buen
navegador a todos los vehículos de nuestros ciudadanos que no lo tienen
incorporado.
En fin, una vez más
tendremos que comulgar con las decisiones que nuestros dirigentes locales toman
en ese empecinado empeño de seguir aireando su persecución de lo que ellos
consideran su modelo de ciudad: más parques nuevos o arreglados –como si ya
no hubiera suficientes- para dejarlos estropear hasta el punto de necesitar
nuevas intervenciones en un futuro no muy lejano, y un flamante sistema de
señalización para dirigir convenientemente a los vehículos que se acercan a nuestra
ciudad, pero sin rematar la faena convenientemente.