Estos
días de agosto en que el verano ha entrado en su recta final, la Gran Vía
matutina presenta el mismo aspecto de siempre. Cierto es que algo menos nutrida
de gente por aquello del calor y las vacaciones, pero sigue conservando sus
características habituales: ambiente tranquilo, terrazas concurridas y gente
paseando o haciendo recados. Eso sí, buscando las zonas amables más que
expuestos al sol a cabeza descubierta. Así, los jubilados, en lugar de caminar
en fila de a cinco con las manos a la espalda como hacen normalmente, tienen sus
acaloradas conversaciones a la sombra de los magnolios y liquidámbares. En
las terrazas que prestan servicio, los clientes degustan sus tardíos desayunos
o sus precoces aperitivos buscando el lado oscuro, es decir eligiendo para
sentarse aquellos rincones en los que prevalece la penumbra sobre la luz
brillante y cegadora. Otras terrazas más perezosas aún tienen las mesas y sillas apiladas en medio de la calle, como de costumbre, a la espera de que aumente la clientela. Tampoco
se echan de menos las travesías patrulleras
de la Policía Local y de la Guardia Civil, que siguen discurriendo por la
calle peatonal en sus coches con preocupante frecuencia, como si estuviéramos
permanentemente en los niveles más altos de la Alerta Terrorista.
Todo sigue igual. Afortunadamente,
ni siquiera los días más tórridos del estío pueden cambiar el inquebrantable
modelo de ciudad que tanto esfuerzo y sufrimiento les ha costado a nuestros
anteriores regidores, especialmente al más reciente de todos ellos, Narciso de
Foxá, que ha hecho de este tema su
bandera y de cuyos logros se ha mostrado tan satisfecho y orgulloso.
Los
comercios siguen en su mayoría abiertos, colgando de sus escaparates llamativos
carteles con las rebajas de temporada, y los que están cerrados mantienen los
mismos anuncios crónicos y descoloridos ofreciéndose en alquiler al mejor
postor. Pocos son lo que avisan de un cierre temporal por razones de holganza y
menos aún los que se hallan en obras porque, pese a lo que pueda pensarse acerca
de que es precisamente este periodo de laxitud canicular la mejor época para
las reformas. Lo que en cierto modo es comprensible pues cualquiera asocia estos
meses a los de mayor laxitud en la vigilancia y menores recursos municipales
para ejercerla, por aquello de que la mitad de los funcionarios están de vacaciones
y la otra mitad todavía están acordándose de ellas o a la ansiosa espera para
disfrutarlas. Pero no es así ya que en esta ciudad da igual a estos efectos que
sea verano, invierno, primavera u otoño, pues en materia de vigilancia y
sanción por la comisión de fechorías o irregularidades los responsables
municipales mantienen la misma atonía y pasividad los 365 días del año en los
360 grados de su epicentro. Y esta cuestión es tan vox populi que ya nadie se preocupa de hacer las cosas a
escondidas. E igualmente es bien conocido que, además de tener un modelo de
ciudad envidiable, Majadahonda es el reino de la impunidad, por lo que poco han
de temer los que se andan con trastadas, ya sean nativos o extraños.
Nada
parece cambiar en este municipio tan admirado dentro y fuera de nuestras
fronteras. Y eso es un síntoma que me tiene bastante preocupado porque no sé si
obedece a que nuestro recientemente nombrado alcalde José Luis Álvarez Ustarroz
y su equipo hayan decidido adoptar como guía esa línea de flojera y continuidad
–lo cual me decepcionaría- o se trata solo de una tiempo de tregua a que
obligan las vacaciones de los ediles, lo cual me decepcionaría igualmente si no
lo tuvieran todo perfectamente organizado de antes; porque de otra manera no se
entendería que se fueran de vacaciones. A mí, desde luego, no me entra en la
cabeza que si a alguien con cierto sentido de la responsabilidad le contratan
para un trabajo en el mes de junio piense en irse de veraneo a continuación. Y
lo que es peor: que se vaya. Porque, una de dos: o bien ya se sabe de pe a pa
toda la tarea a realizar (cosa improbable, tal como están las cosas en este
pueblo), o bien todo eso le importa mucho menos que cumplir religiosamente con
el descanso estival. Pero, en cualquier caso, vamos a ver ¿no acaban de
empezar? ¿En qué empresa, por muy magnánimo y solidario que sea su jefe, un
empleado se va de vacaciones nada más hacerse cargo del puesto? Ni siquiera a los
funcionarios (seres privilegiados donde los haya en el sector laboral) les
conceden días de asueto a cuenta.
Puede
que me equivoque y que esta tranquilidad de ahora solo sea el preludio de
grandes novedades y hechos gloriosos, e igual que las tormentas están precedidas
de periodos de calma, este tiempo de sosiego sea simplemente el anticipo de
cambios importantes. Si así fuera, el equipo de Gobierno municipal puede estar
tranquilo porque ahora también los periodistas y merodeadores están con el culo
lleno de arena y la barriga alimentada con gambas y cervezas, y no hurgando en
los asuntos municipales y reventando sorpresas como cuando desvelaron el secreto que tan celosamente tenía guardado el concejal
Eduardo González-Camino para el pregón de las Fiestas Patronales. El Alcalde y
todos sus concejales pueden estar tranquilos sí, pero sería importante que no
se demoren demasiado pues corren el riesgo de que los ciudadanos lleguen a la
conclusión de que se trata de los mismos perros con distintos collares.