¡Aprovechemos!
Todavía
quedan algunos días de teatro. Aún podremos ver a nuestros políticos pisando la
calle, mezclándose con la gente corriente como si fuera uno más, a su misma
altura y compartiendo el mismo espacio. Puro espejismo. Porque esto, que sería
el comportamiento lógico de quienes se han postulado como representantes de la
población que ha depositado su confianza en ellos otorgándoles su voto, en la realidad
es bastante inusual y sólo se da durante apenas un mes cada cuatro años.
Defiendan
las ideas que defiendan y sea cual sea el color que los distingan, andan todos en
la proximidad de sus chiringuitos con caras de buenos amigos y obsequian con palabras
amables a sus interlocutores como si se conocieran de siempre. Entregan su
octavilla a diestro y siniestro y regalan una sonrisa por doquier como si eso
fuera lo más normal, sin que se les note demasiado el ímprobo esfuerzo que
hacen por parecer empáticos y mostrarse simpaticos. Los más generosos exponen en
los puestos chapas, mecheros, bolígrafos y baratijas diversas con logos
estampados. También suelen tener globos que regalan a los niños como si ellos
entendieran ese intercambio. Yo, sin embargo, pienso que sería mucho más
atractivos si ofrecieran un refresco callejero a la concurrencia.
Propuesta para un puesto electoral callejero más sugerente |
Si uno viera esto de nuevas o borrara de su memoria los recuerdos que acumula de tiempos pasados, podría pensar que se han transmutado. Los más incautos incluso llegarían a imaginar que se ha producido un milagro. Pero quien más quien menos ya está escarmentado de ocasiones anteriores, y considera estas aparentes transformaciones como lo que son: estudiadas sobreactuaciones para obtener votos. Porque, desgraciadamente, pasado este periodo de engaño y agitación, la función toca a su fin y todo vuelve a su estado normal. Los políticos retornan a sus despachos, se quitan la careta y se disponen a pasar cuatro años escondidos; los ciudadanos, condenados a echarlos de menos y a volver a la cruda realidad de esperar las promesas que nunca llegan.
Si
uno tiene la precaución de guardar los programas electorales de cada partido,
especialmente los de la formación que consigue el objetivo de formar gobierno,
y vuelve a releerlas al final de cada legislatura, además de sonreír para sí
mismo –o partirse a carcajadas- podrá comprobar dos cosas: que gran parte de
las propuestas que contienen no se han cumplido y, lo que es más chocante, que
vuelven a incluir en los nuevos programas las cosas que fueron incapaces de
llevar a cabo.
Otra
curiosidad que se da por estas fechas tienen que ver con los bailes de
candidatos en las diferentes agrupaciones. Abundan caras nuevas y, sin embargo,
es prácticamente imposible ver a las conocidas que han sido apartadas o
defenestradas como si no hubieran existido nunca. No sé si eso obedece a una
estrategia electoral o simplemente es la respuesta comprensible de quien se
siente defraudado por no haber sido premiado con la continuidad y es natural
que tengan muy pocas ganas de aparecer precisamente con quienes le han
desplazado. Pero no hay que perder de vista que ellos han adquirido un
compromiso con la ciudadanía y con su propia formación, y hasta el último día
que comprenda el periodo que dure su trabajo deben estar a las duras y a las
maduras, que para eso reciben sus estipendios religiosamente. Si no, mejor
sería –o, por lo menos, más honesto y digno por su parte- que presentasen la
dimisión de inmediato, como ya ha hecho alguno.
Así
que, aprovechemos: sólo quedan unos días de comedia; luego nos espera una larga
temporada de dramas y tragedias.
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