Como
todos los lugares geográficos, Majadahonda tiene sus soles y sus sombras, sus
caras y sus cruces. A las caras y los soles (que no tienen nada que ver con el “Cara
al sol”, himno fascista español por antonomasia) ya se encargan de darles
brillo los voceros oficiales del Ayuntamiento y sus incondicionales. De las
sombras y las cruces tenemos que ocuparnos otros con una visión más crítica,
sin que por ello perdamos la objetividad y el juicio ecuánime, y admitamos que
ni todo es oscuro en nuestro pueblo ni todo bello y lustroso como se empeñan en
tratar de convencernos.
Una
de las cruces más hirientes que tiene que soportar esta ciudad es el desinterés
que demuestran sus regidores por sus raíces y su patrimonio histórico que es la
esencia básica del acervo cultural y del amor patrio, entendiendo por el primer
dúo de palabras el conjunto de bienes morales o culturales acumulados por
tradición o herencia, y por el segundo par el sentimiento de afecto o
inclinación por la tierra natal o adoptiva a la que se pertenece por distintos
lazos. No es que yo sea muy partidario de sacar a relucir estos conceptos un
tanto conservadores y, si se quiere, algo rancios; pero hago ahora uso de ellos
por emularlos en la forma que los citados suelen pregonarlos cuando necesitan
echar mano de esos sentimientos tradicionalistas para otras cosas.
Hace
unos días nuestra atención se centraba en la bochornosa actuación municipal en
el acoso y derribo de la Casa de la Radio. Este era uno de los pocos edificios emblemáticos
de Majadahonda, tanto por su antigüedad como por su ejemplar historia, que aún
quedaban en pie a duras penas en nuestro entorno, gracias al olvido y abandono
a que ha sido condenado durante mucho tiempo. Pero ese no deja de ser el último
episodio de un largo expediente de tropelías en lo que se refiere cuidado y
conservación de los bienes patrimoniales que tienen que ver con nuestra
historia, de los que hoy día apenas quedan rastro.
Por
poner un ejemplo entroncado con el título que encabezan estas letras, vamos a
hablar de las cruces de piedra que todavía quedan en el pueblo. Dejaremos al
margen (y no por desinterés sino por ser más reciente y quedar un poco alejada
del casco urbano) la existente en la Dehesa, levantada tras la guerra civil en
recuerdo del falangista Antonio Martínez Santa-Olaya, que fue fusilado en
Paracuellos del Jarama por las tropas republicanas en las primeras sacas de noviembre
de 1936. Su fina labra y el perfil de sus aristas denotan su relativamente
reciente construcción y no tienen, desde el punto de vista histórico, mayor
interés que el de recordarnos las terribles consecuencias del conflicto armado que
padeció este país hace más de 80 años. No obstante quien quiera conocer más
sobre este monumento puede consultar en el blog Frente
de Batalla la página que habla de él.
Cruz de la Dehesa (Frente de Batalla) |
Las
otras dos cruces están situadas a ambos extremos de la Gran Vía en lo que antes
eran también los cruces de caminos más transitados: al norte, en la
intersección del camino de Las Rozas con el de Villanueva del Pardillo y El
Escorial; al sur, en la bifurcación de los caminos de Boadilla y de Pozuelo.
Desgraciadamente no he podido encontrar información sobre su origen ni en la
web municipal ni en otros medios por lo que ignoro en qué época se levantaron y
por qué motivo. Dado los vestigios sarracenos de la torre de la iglesia de
Santa Catalina, lo mismo se colocaron tras la reconquista para señalar con
ellas que este pueblo era territorio ganado a los moros, y por lo tanto recuperado
para la fe cristiana. O igual su posición servía para orientarse a los rebaños
trashumantes en sus recorridos hacia mejores pastos. O simplemente fueron
colocadas al principio y al final del “caminancho” como aviso a los maleantes
para que se anduvieran con cuidado si no querían ser ajusticiados allí mismo.
Sea
como fuere, lo cierto es que según los cronistas de la villa esas cruces llevan
en su sitio mucho más tiempo que el que han vivido sus padres y sus abuelos, según
el testimonio de éstos, y por ese motivo habrían de considerarse piezas
históricas de cierta relevancia. Sin embargo, la realidad es otra ya que se
mantienen prácticamente olvidadas y sin ningún tipo de protección o indicación
de que no son simples piedras. Una de ellas, la que está junto a la plaza de su
nombre, permanece junto a la parada de los taxis semiengullida por las
sucesivas crecidas de los pavimentos de modo que sus brazos quedan a la altura
adecuada para que dejen las latas de refrescos o los pichos de tortilla
mientras charlan a la espera de clientes. La otra, que conserva su basamento escalonado y es
más alta en su conjunto, se ubica en los jardines de la Ermita rodeada de una cerca baja de
hierro forjado. Ambas tienen un tamaño y forma latina similar y con el fuste y el brazo de la misma sección octogonal, por lo que podrían datar de la misma época, En sendos casos, carecen de señalización, rótulos o referencias de
ningún tipo, y milagro es que todavía sigan allí y no hayan sucumbido a la tentación
de algún preboste para colocarlas en su jardín particular.
De seguir con la misma política de desprecio por nuestra historia y los restos que la atestiguan, cuando haya desaparecido la generación de los ancianos actuales, y a más tardar cuando pase lo mismo con la de sus hijos, a estas cruces se les habrá arrebatado su memoria definitivamente y cuando alguien las vea, si es que todavía siguen en pie, no solo no tendrá ni idea de quien las puso ni porqué están allí (como ya nos pasa a muchos) sino que pensará que tal vez sería mejor quitarlas porque molestan al paso e incluso afean la ciudad.
Ambas cruces, al inicio y final de la Gran Vía, se erigieron en recuerdo de los caídos de los dos bandos durante la guerra civil (1936/39) en dos cruentos enfrentamientos a la ballloneta.
ResponderEliminarLa cercana al cementerio recuerda a unos brigadistas rumanos que allí murieron.
Alguna vez se celebra una misa en su recuerdo.
La que dices tú está detrás del cementerio, a las que se refiere el artículo no tienen nada que ver con esa.
EliminarEs como dices. Gracias por la réplica.
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