jueves, 25 de abril de 2019

... y galpones urbanos

No piense nadie que el asunto de las terrazas invasivas se acaba en la Gran Vía ni que es en esa calle donde se comenten los atropellos más graves porque se equivocará de cabo a rabo. En realidad, y por desgracia, ese abuso consentido es una tónica general de nuestro municipio y está copiosamente extendido por dondequiera que vayas. Y tanto se trata de casos de notable fundamento y gran superficie como de pequeña repercusión, pero todos ellos con un mismo carácter denominador: la infracción urbanística. Hoy vamos a ocuparnos de un tipo de ocupación más grave y descarada porque va acompañada de la instalación de construcciones estables y permanentes que no solo hurtan el suelo público de forma permanente sino que constituyen claros ejemplos de infracciones urbanísticas. Pongamos varios ejemplos de  todos conocidos.


Plaza de la Constitución

Apenas inaugurada la Plaza de la Constitución en marzo de 2011 y sin haber dado tiempo casi a que se endurecieran las zonas de terrizo, los responsables del local entonces llamado Rubido, ubicado en los bajos de uno de los edificios que cierran el perímetro oeste, se apresuraron a ocupar una parte importante de la franja libre en la zona oeste de la plaza mediante la instalación descarada de una estructura permanente, con cimentación incluida, con el fin ejecutar una plataforma horizontal elevada que salvase el desnivel de la explanada. La construcción consta como digo de cimentación, postes, base de entablado, y una estructura metálica que soporta la cubierta de lona que permanece muchos días extendida. Tiene, asimismo, paredes laterales que cierran casi completamente el recinto con paneles metálicos, farolitos y acristalamiento, por lo que puede considerarse una caseta permanente en toda regla lo que está específicamente prohibido por la ordenanza al no ajustarse a las especificaciones permitidas para este tipo de instalaciones, y constituye una clara usurpación del suelo público para uso y beneficio privado.


Primeros trabajos sobre el terrizo original



Casa-terraza del antiguo Rubido

Pasados más de 8 años desde su implantación ilegal, el aparatoso engendro -ahora regentado bajo el nombre de Nuevo Fogón- sigue en la misma posición sin que el Ayuntamiento haya hecho el más mínimo amago para su retirada.


Casa-terraza del Nuevo Fogón, hoy

Recientemente se ha levantado a pocos metros y con el mismo descaro otra construcción similar, algo más pequeña pero igualmente estable, con su estructura metálica permanente y cierres laterales, lo que hace suponer que se mantendrá sine die como un elemento permanente, restando espacio al uso libre de los vecinos de acuerdo con el proyecto original de la plaza. El nombre del establecimiento hostelero a que pertenece (Fogonxito) hace sospechar que tiene alguna relación con el anterior y que sus propietarios gozan del mismo trato de favor, por lo que no debe de resultar muy extraño que, como en el caso anterior, la Policía y los servicios municipales de quienes depende la vigilancia, denuncia y paralización de estas actuaciones hayan hecho exactamente lo mismo que en el caso antecedente: nada.

Casa-Terraza del Fogonxito
     


Esquina de las calles San Andrés y Santa Isabel

Con más antigüedad que los dos antes mencionados pero con un nombre parecido (El Viejo Fogón), la terraza de este restaurante ocupa desde lustros la acera de forma sensiblemente triangular que se forma en la confluencia de la  calle San Andrés con Santa Isabel, otro espacio público más hurtado a los vecinos. Como sucede en el caso de su homónimo más joven, la inclinación del pavimento urbano “ha obligado” a hacer una plataforma de regulación que se cerrado de forma más ostentosa con empalizada, ventanales material plástico, lonas y cubierta permanente, creando otro espantoso recinto apropiado de forma ilegal e incumpliendo de forma insolente las ordenanzas.

Casa-terraza de El Viejo Fogón


Se ve que alguien en el Ayuntamiento siente debilidad por los fogones o por sus propietarios porque de otra manera no se entiende tan repetida permisividad. Si es que no es que se trata –tanto en éste como en los casos anteriores- de la concesión de privilegios.



Bulevar Cervantes

Lo que iba a ser una intervención modelo de recuperación de un espacio degradado acometida por la administración municipal tiene los visos de convertirse en otro escándalo. Por una parte, porque lo que en realidad escondía era una nueva donación de privilegios al perdonar los compromisos adquiridos por el concesionario del aparcamiento bajo el subterráneo de la Gran Vía, que estaba obligado a la construcción de un aparcamiento público bajo esa plaza. Por otra, por la gestión tanto de la construcción del “trenecito” (término por el que se conoce al kiosco que se ubica en medio del bulevar), ejecutado también con dinero público, como de la concesión de su explotación, con unas condiciones hechas a medida para algún “amiguete” de la clientela y con un canon anual irrisorio. Y la tercera, que es la que tiene relación con lo que estamos tratando, la permisividad en la ampliación del chiringuito, que en su tiempo se llamó el Boulevard, con una construcción anexa de tipo ligero pero igual de contundente que las anteriormente descritas, con suelo, techo y paredes fijas y permanentes, restando una buena superficie del en teoría paseo central libre y haciendo prácticamente imposible atravesarlo dada la colocación de macetones, muebles y otros enseres en la estrecha faja que queda sin edificar ni ajardinar.





Ampliación del kiosco Boulevard



Interior de la ampliación construida en lo que era antes 
un paseo peatonal en la zona central del bulevar Cervantes

Por cierto, ya que hablamos de este esperpento habría que apuntar algo más sobre el propio kiosko que, al haber sido construido como promoción municipal,  se supone cuenta con las debidas autorizaciones. Es incompresible que en la escena urbana de Majadahonda, que cuenta con unas ordenanzas urbanísticas bastantes restrictivas en lo que se refiere a la configuración estética de los edificios, se permitan estos adefesios que navegan en un rumbo indefinido entre la arquitectura modernista y la horterada más repelente.


Calle Rosalía de Castro

En las estribaciones del eje principal de nuestra ciudad, allá donde acaba la Gran Vía a escasa distancia de la Ermita y al amparo de la esquina que forma el carril auxiliar paralelo a la carretera de Boadilla con la calle Rosalía de Castro, se enfilan un grupo de locales de restauración cuyas terrazas ocupan una franja entre las edificaciones y el borde interior de la acera, por lo que hemos de entender que no se ubican en suelo público sino en el de la propia urbanización donde se asientan.

Sin embargo, el más listo de todos, que tiene por nombre La Renta, se ha permitido (y le han permitido) salirse de sus límites, ampliando un poco más su territorio al aire libre a costa de todos los majariegos. El sarao sigue las mismas pautas de los que le preceden en la lista y comprende la plataforma niveladora y empalizadas de cierre con zócalo ciego y galería transparente, pero careciendo en este caso de estructura auxiliares para cubrirlo; todo  siguiendo el mismo tono de mal gusto de que adolecen los anteriores.


Terraza de La Renta



Baste por hoy con ese muestrario de galpones y corralitos que adornan las calles de nuestra ciudad ocupando ilegalmente espacios que nos pertenecen a todos, y que a todos nos son hurtados para negocio y beneficio particular con el beneplácito de los políticos que nos representan y la indiferencia de los funcionarios y empleados municipales a quienes -¿hay que recordarlo una vez más?- todos pagamos para que custodien lo que nos pertenece.

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