viernes, 27 de septiembre de 2019

Vuelta a la normalidad

Se acabaron las fiestas y Majadahonda recupera poco a poco la normalidad. Quedan aún algunos muestras que delatan las recientes celebraciones, como las guirnaldas apagadas que penden colgadas en la Gran Vía a la espera de que se retiren, carteles medio despegados que anunciaban los toros o el mercadillo, maderos acopiados junto a algunos postes de las talanqueras en proceso de desmontaje y vallas desperdigadas por  aquí y por allá; pero la verdad es que todos los signos que recuerdan a los recientes festejos están desapareciendo.

Este año las Fiestas Patronales han pasado sin pena ni gloria. O, mejor dicho: con más pena que gloria. Cierto es que la lluvia ha tenido buena parte de culpa por su protagonismo, llegando al punto de ser la causa de que la marcha de la bicicleta y otros actos tuvieran que ser desconvocados, y de apagar un tanto el ánimo festivalero. Pero nuestro pueblo ya está acostumbrado a que el ambiente otoñal acompañe por estas fechas y eso no ha de ser motivo de excusa para achacar a los agentes meteorológicos el éxito o fracaso de estos acontecimientos, o escudarse en ellos para eludir la responsabilidad -a quien corresponda- de que en el sentir popular esta edición haya estado muy lejos de las expectativas.

En mi opinión, este año se ha notado como nunca la merma presupuestaria tanto en la propia programación como en la divulgación de la misma, que ha brillado por su ausencia: ni un miserable pasquín se ha distribuido entre los ciudadanos, cosa tan inusual como inconcebible porque, al fin y al cabo las fiestas, están hechas para que el vecindario disfrute. Este secretismo ha sido puesto de relieve por el Colectivo de Prensa y Medios Locales de Majadahonda (CPM) que, a través de su presidente, ha criticado en un duro ataque la decisión de las autoridades municipales de suspender la  publicidad institucional de las fiestas en de los medios de comunicación locales.

Yo, particularmente, no soy muy juerguista y las fiestas patronales las vivo con bastante paciencia y más bien poco gozo, de modo que no participo intensamente en ellas y, en consecuencia, no me afectan mucho sus avatares. Sin embargo me voy a detener en comentar dos de los eventos a los que sí he asistido.



Uno de ellos ha sido el Mercadillo del Imperio Romano. Tenía verdadero interés en comprobar si ese zoco estaba en consonancia con su pomposo nombre o si se cumplirían las suposiciones que mantenía sobre la uniformidad de estos montajes, bajo la tesis de que suelen ser iguales aunque se les den títulos diferentes. Efectivamente, y tal como me imaginaba, tras pasear de un extremo al otro -varias veces, por eso de que con tanta gente te puedas perder algo- pude comprobar que da lo mismo que sea Medieval, que del Imperio Romano, que de la Revolución Francesa porque el aspecto de los puestos es similar en uno u otro. Y con los mercaderes pasa poco más o menos igual, como iguales son sus túnicas y mantos que en lo único que se diferencian es dónde se colocan el broche y hacia qué lado cargan los pliegues. Y con lo desapacible que este año ha sido el tiempo, el modelo de camiseta térmica o de polainas de pata larga que llevaban debajo.

Hay dos aspectos más que quisiera señalar como extemporáneos y que los organizadores deberían de cuidar: las exposiciones temporales y los puestos de restauración. Respecto de las citadas en primer lugar diré que entre los tenderetes había dos zonas reservadas: una de ellas, a explicar cómo eran armas de defensa y asedio con paneles explicativos y pequeñas maquetas; y la otra, con tres modelos de coronas hechas con hierro envejecido con las que se premiaban las acciones bélicas según hubieran ocurrido en tierra, mar o aire, entendiendo este último elemento como el medio por donde discurre la escalada de un muro o empalizada. Todo muy interesante si no fuera porque correspondían históricamente a épocas bastante posteriores, en las que el poder de Roma había quedado sepultado por siglos de invasiones y oscurantismo. El otro aspecto tiene que ver con la forma de saciar el apetito y de cómo se prepara la manduca. De todos es sabido que el hambre no cambia con las épocas y que en todas épocas se pasa hambre. Pero una cosa es admitir esta certeza y otra insertar dentro de un mercadillo romano a un cerdo empalado rotando a calor de las brasas, cuyo esqueleto va quedando al descubierto a medida que los comensales van dando cuenta de la carne que los cubre. Que yo sepa los romanos solían montar bacanales mucho más lujosas y refinadas.

Otro de los eventos a los que tuve ocasión de asistir fue al Gran Parque de Juegos Infantiles la mañana del último domingo, cita obligada para todo padre con hijos pequeños como es mi caso. Afortunadamente, esa mañana lucía un sol precioso y la temperatura era muy agradable, con lo cual los niños pudieron disfrutar a sus anchas empleando sus inagotables energías en darse costaladas sobre  plásticos llenos de aire con las formas más insospechadas. Uno no puede menos que disfrutar viendo cómo los peques se desfogan tirándose por esos artilugios inofensivos, sean de la raza que sean y procedan de donde procedan. Quiero decir con esto que no vi que apartaran a un lado a los más morenos ni que hicieran segregación por nacionalidades, o que cobrasen a los extranjeros. Cosa que me llamó gratamente la atención por el hecho de que, formando Vox parte del Equipo de Gobierno municipal, es extraño que no haya utilizado su influencia para poner un poco de orden en estas cosas.



Juegos infantiles inflables en la Gran Vía

Como decía al principio, nuestro pueblo vuelve a la normalidad y con ella la Gran Vía recupera su fisonomía habitual: gente paseando, bicicletas serpenteando a toda velocidad, coches policiales patrullando a baja velocidad y alguna que otra valla confinando obras. O sea, lo de siempre. Bueno, con alguno matices. Me ha extrañado que en una de esas obras en las que arreglan el suelo, las losas que se han colocado nuevas tengan un tono completamente diferente a todas las demás y no porque sean nuevas sino porque el granito es mucho más claro. No creo que se deba a un despiste de los obreros o a la displicencia de los encargados que se ocupan de estos arreglos o a los técnicos que las dirigen; a estos últimos se les puede cargar con ciertas equivocaciones en el diseño de soluciones urbanas (a lo que ya hemos hecho alguna referencia anteriormente) pero no con cosas sencillas que se consideran de sentido común. Más me inclino a pensar que se debe a una decisión deliberada de los responsables municipales -o quizás del propio Alcalde- para distinguir claramente las pocas cosas que se hacen. Con esos pequeños detalles la falta de presupuesto se compensa con la genialidad.


Losas recientemente sustituidas en la Gran Vía

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