Así que nuestra
ciudad puede presumir ya de tener una señalización direccional acorde con los
tiempos actuales, de forma que pueda orientar a los transeúntes que circulan en
vehículos de la mejor manera para volver a rebotarlos fuera lo antes posible y
sin que se pierdan. Esperemos que, además de hacerlo con rapidez, lo consiga
hacer durante mucho tiempo ya que aquí las inversiones son tan escasas que las
a las pocas que se hacen lo menos que se les puede exigir es que sean duraderas.
Pero en lo que a eso
atañe, lamentablemente ya hay indicios de que ese deseo no va a cumplirse
fácilmente. Lo digo porque no ha transcurrido mucho tiempo desde que se
colocaron y ya algunas de las nuevas banderolas han empezado a dar síntomas de
rebeldía y han cambiado su posición original señalando ahora otras direcciones.
No quiero decir que se hayan cambiado los rótulos de buenas a primeras como por
arte de magia sino que, al girarse sin que nadie les haya obligado, indican un
recorrido inexistente. Supongo que no será nada grave y se deba sencillamente a
que se ha aflojado un tornillo o algo parecido de poca relevancia, pero no deja
de causar mala impresión que algo tan importante como que las indicaciones de
tráfico sean lo más parecido a la realidad, y que ha sido instalado tan
recientemente empiece a fallar tan pronto. Confiemos, pues, en que solo sea un
problema de ajuste. Si es así, habrá que darle al menos el mismo grado de
confianza y similar dosis de paciencia que los ciudadanos estamos dando a la
nueva Corporación para que termine por adaptarse y empiece a dar muestras de
orientación.
Otro tema relativo a
la nueva señalización que me tiene inquieto es que me ha parecido ver en algún
cartel que se han empezado a levantar los bordes de los adhesivos con que se
rotulan los pictogramas, y eso es un poco preocupante porque su solución no es
tan sencilla como girar un destornillador. No quiero alarmarme y por eso prefiero
querer creer que mi percepción solo ha sido provocada por algún deslumbramiento ocasional o que se debe
a alguna ilusión óptica con que mi deteriorada vista o las gafas mal limpiadas
suelen engañarme. Pero, por si acaso, no estaría de más que los responsables de
ese contrato echaran un vistazo más detenido a todos esos cachivaches para
comprobar que lo que digo solo son imaginaciones de un vecino miope.
Lo que este vecino
miope piensa es que al Ayuntamiento debería haberse estirado un poquito más para
poder dotar con mayor presupuesto a esta operación, y de esa manera haber
ampliado la modernización o sustitución del resto de cartelería que hay por el
pueblo. No me refiero a la incorporación de señales complementarias para los
edificios, centros o instalaciones de uso común que comentaba en el post
precedente, sino a la que ya existe en la actualidad y se conserva en un estado
lamentable o la que está realizada con soluciones propias de un país
tercermundista. Para que se entienda bien lo que quiero decir voy a poner dos
ejemplos de cada.
Como muchos de tantos
carteles que se cuelgan en las fachadas de las casas para conocer el nombre de
las calles, el que aquí muestra la fotografía presenta el fondo azul sobre el
que se recortan las letras totalmente cuarteado. Eso da idea de la mala calidad
de los materiales empleados; porque es de suponer que un objeto que va a estar
permanentemente a la intemperie y sometido a la acción directa del sol, a los
cambios de temperatura y al resto de agentes atmosféricos debe estar
confeccionado de manera que pueda soportar sus efectos sin deteriorarse. Pues,
ahí tenemos la muestra. Y como él, la mayoría. A no ser que nuestro
Ayuntamiento, con eso de que no tiene
ninguna obra de ningún artista o arquitecto de fama mundial –vehemente
anhelo de toda ciudad que se precie de importante-, haya pensado que ese
discreto craquelado pueda recordar las piezas de trencadís que el genial
Calatrava va plantando allá por donde tiene la oportunidad de dejar su huella,
haya considerado que ese envejecimiento prematuro guarda un cierto parecido con
cachos de cerámica hechos añicos y vueltos a recomponer, y que con eso tenemos
más que suficiente. Yo, en el fondo, me alegro de que se contenten con tan poca
cosa, pues si además de tener que pagar los honorarios que se gastan esas
firmas famosas y los elevados e inagotables presupuestos que requieren sus
proyectos, tenemos luego que afrontar los defectos constructivos que suelen
acompañar a sus obras, estaríamos no ya en la auténtica ruina -como parece que
estamos, pese a lo que digan los datos contables y quienes los llevan- sino
obligados a tener que ir pidiendo limosna por las esquinas.
El segundo ejemplo
del primer grupo es aún más grave y más llamativo porque los elementos de
señalización son de mayores proporciones y están a una distancia mucho más próxima
al observador y, además, a la altura de sus ojos. Estoy hablando de los paneles
que dan información de la ciudad, de los carriles-bici o de sus parques y zonas
verdes, los cuales suelen estar junto a sus entradas o en las proximidades y
representan su extensión, los límites, los caminos interiores, y el ecosistema
que albergan, incluyendo fotografías o reproducciones pictóricas de los
animales y plantas más comunes en ellos. Bueno, imagino que esa función
debieron de cumplirla en su día porque lo que es ahora solo informan de la
dejadez municipal en su conservación o sustitución. Los ejemplos que se
muestran corresponden a la cara y al envés de uno de ellos, pero puedo asegurar
que todos los que he visto similares –que son unos pocos- se encuentran en el mismo estado.
Cartel existente al final de la calle Velázquez |
Cartel existente junto a al entrada del parque 'Cuesta del Reventón' |
Y pasando a los
ejemplos de señalización paupérrima, voy a citar dos casos que todavía pueden
verse colgados si es que aún no se los ha llevado una ráfaga de viento o han
sido arrancado por algún gracioso. El primero de ellos es el conjunto de
carteles colocados en las farolas de la Gran Vía para avisar de la zona Wi-Fi, a los que ya hicimos
referencia en su día. En este caso nos encontramos con piezas de cartón
plastificado con una cierta rigidez y prestancia, dentro de la pobreza de
medios que delatan. Además, acompañando a su ya de por sí elegancia innata, presentan
un tipo de fijación sumamente delicado y estudiado ad hoc como es una latiguillo negro de esos de atar cables. ¡Olé,
ahí!
Cara y cruz de los carteles de zona Wi-Fi en la Gran Vía |
El otro caso tiene
aún más delito, y lo voy a explicar. Se trata de los carteles de aviso que el
Servicio de Jardines, de la Concejalía de Medio Ambiente, dispuso por algunas zonas del municipio para
informar a los transeúntes de que se adentraban en zonas con riesgo de caída de
ramas o de árboles enteros. Eso sucedió en los días de vendavales y fuertes
vientos que provocaron la caída de árboles durante la pasada primavera y la
verdad es que hay que agradecer la ocurrencia de tal medida a quien
corresponda. Sin embargo, también hay que reprocharle dos cosas. Una, que para
leer lo que pone el letrero haya que ponerse a pocos centímetros de él, tal es
el tamaño de la letra; con lo que más que un aviso es una trampa, al invitarte
a entrar en la zona de peligro para saber que nunca tendrías que haberte
acercado a ella, sino todo lo contrario. “¡Bah
-pensará más de uno- una pequeña
incongruencia sin la menor importancia!”. Otra, que la durabilidad de la
nota informativa era francamente muy limitada ya que consistía en un folio
impreso metido en una funda de plástico transparente de esas de archivar
documentos bien sujeta mediante unas cuantas vueltas de cinta adhesiva en torno al tronco.
Bueno, pues hasta
hace poco esos carteles han estado allí bien agarraditos a los árboles hasta que la cinta adhesiva hubo dicho basta. Puedo asegurar que han pasado allí todo el verano -bastante ajados, por cierto- sin
que nadie los retirara una vez pasados los temporales. ¿Olvido? ¿Dejadez? “¡Qué va! –pensará más de uno- Tendrá su razón de ser, porque al fin y al
cabo un árbol puede caerse en cualquier momento”.
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