miércoles, 11 de diciembre de 2019

...y deja pudrirse al resto

Así que nuestra ciudad puede presumir ya de tener una señalización direccional acorde con los tiempos actuales, de forma que pueda orientar a los transeúntes que circulan en vehículos de la mejor manera para volver a rebotarlos fuera lo antes posible y sin que se pierdan. Esperemos que, además de hacerlo con rapidez, lo consiga hacer durante mucho tiempo ya que aquí las inversiones son tan escasas que las a las pocas que se hacen lo menos que se les puede exigir es que sean duraderas.

Pero en lo que a eso atañe, lamentablemente ya hay indicios de que ese deseo no va a cumplirse fácilmente. Lo digo porque no ha transcurrido mucho tiempo desde que se colocaron y ya algunas de las nuevas banderolas han empezado a dar síntomas de rebeldía y han cambiado su posición original señalando ahora otras direcciones. No quiero decir que se hayan cambiado los rótulos de buenas a primeras como por arte de magia sino que, al girarse sin que nadie les haya obligado, indican un recorrido inexistente. Supongo que no será nada grave y se deba sencillamente a que se ha aflojado un tornillo o algo parecido de poca relevancia, pero no deja de causar mala impresión que algo tan importante como que las indicaciones de tráfico sean lo más parecido a la realidad, y que ha sido instalado tan recientemente empiece a fallar tan pronto. Confiemos, pues, en que solo sea un problema de ajuste. Si es así, habrá que darle al menos el mismo grado de confianza y similar dosis de paciencia que los ciudadanos estamos dando a la nueva Corporación para que termine por adaptarse y empiece a dar muestras de orientación.

Otro tema relativo a la nueva señalización que me tiene inquieto es que me ha parecido ver en algún cartel que se han empezado a levantar los bordes de los adhesivos con que se rotulan los pictogramas, y eso es un poco preocupante porque su solución no es tan sencilla como girar un destornillador. No quiero alarmarme y por eso prefiero querer creer que mi percepción solo ha sido provocada por algún deslumbramiento ocasional o que se debe a alguna ilusión óptica con que mi deteriorada vista o las gafas mal limpiadas suelen engañarme. Pero, por si acaso, no estaría de más que los responsables de ese contrato echaran un vistazo más detenido a todos esos cachivaches para comprobar que lo que digo solo son imaginaciones de un vecino miope.

Lo que este vecino miope piensa es que al Ayuntamiento debería haberse estirado un poquito más para poder dotar con mayor presupuesto a esta operación, y de esa manera haber ampliado la modernización o sustitución del resto de cartelería que hay por el pueblo. No me refiero a la incorporación de señales complementarias para los edificios, centros o instalaciones de uso común que comentaba en el post precedente, sino a la que ya existe en la actualidad y se conserva en un estado lamentable o la que está realizada con soluciones propias de un país tercermundista. Para que se entienda bien lo que quiero decir voy a poner dos ejemplos de cada.


Estado actual de una placa de calle

Como muchos de tantos carteles que se cuelgan en las fachadas de las casas para conocer el nombre de las calles, el que aquí muestra la fotografía presenta el fondo azul sobre el que se recortan las letras totalmente cuarteado. Eso da idea de la mala calidad de los materiales empleados; porque es de suponer que un objeto que va a estar permanentemente a la intemperie y sometido a la acción directa del sol, a los cambios de temperatura y al resto de agentes atmosféricos debe estar confeccionado de manera que pueda soportar sus efectos sin deteriorarse. Pues, ahí tenemos la muestra. Y como él, la mayoría. A no ser que nuestro Ayuntamiento, con eso de que no tiene  ninguna obra de ningún artista o arquitecto de fama mundial –vehemente anhelo de toda ciudad que se precie de importante-, haya pensado que ese discreto craquelado pueda recordar las piezas de trencadís que el genial Calatrava va plantando allá por donde tiene la oportunidad de dejar su huella, haya considerado que ese envejecimiento prematuro guarda un cierto parecido con cachos de cerámica hechos añicos y vueltos a recomponer, y que con eso tenemos más que suficiente. Yo, en el fondo, me alegro de que se contenten con tan poca cosa, pues si además de tener que pagar los honorarios que se gastan esas firmas famosas y los elevados e inagotables presupuestos que requieren sus proyectos, tenemos luego que afrontar los defectos constructivos que suelen acompañar a sus obras, estaríamos no ya en la auténtica ruina -como parece que estamos, pese a lo que digan los datos contables y quienes los llevan- sino obligados a tener que ir pidiendo limosna por las esquinas.

El segundo ejemplo del primer grupo es aún más grave y más llamativo porque los elementos de señalización son de mayores proporciones y están a una distancia mucho más próxima al observador y, además, a la altura de sus ojos. Estoy hablando de los paneles que dan información de la ciudad, de los carriles-bici o de sus parques y zonas verdes, los cuales suelen estar junto a sus entradas o en las proximidades y representan su extensión, los límites, los caminos interiores, y el ecosistema que albergan, incluyendo fotografías o reproducciones pictóricas de los animales y plantas más comunes en ellos. Bueno, imagino que esa función debieron de cumplirla en su día porque lo que es ahora solo informan de la dejadez municipal en su conservación o sustitución. Los ejemplos que se muestran corresponden a la cara y al envés de uno de ellos, pero puedo asegurar que todos los que he visto similares –que son unos pocos-  se encuentran en el mismo estado.


Cartel existente al final de la calle Velázquez

Cartel existente junto a al entrada del parque 'Cuesta del Reventón'


Y pasando a los ejemplos de señalización paupérrima, voy a citar dos casos que todavía pueden verse colgados si es que aún no se los ha llevado una ráfaga de viento o han sido arrancado por algún gracioso. El primero de ellos es el conjunto de carteles colocados en las farolas de la Gran Vía para avisar de la zona Wi-Fi, a los que ya hicimos referencia en su día. En este caso nos encontramos con piezas de cartón plastificado con una cierta rigidez y prestancia, dentro de la pobreza de medios que delatan. Además, acompañando a su ya de por sí elegancia innata, presentan un tipo de fijación sumamente delicado y estudiado ad hoc como es una latiguillo negro de esos de atar cables. ¡Olé, ahí!




Cara y cruz de los carteles de zona Wi-Fi en la Gran Vía


El otro caso tiene aún más delito, y lo voy a explicar. Se trata de los carteles de aviso que el Servicio de Jardines, de la Concejalía de Medio Ambiente,  dispuso por algunas zonas del municipio para informar a los transeúntes de que se adentraban en zonas con riesgo de caída de ramas o de árboles enteros. Eso sucedió en los días de vendavales y fuertes vientos que provocaron la caída de árboles durante la pasada primavera y la verdad es que hay que agradecer la ocurrencia de tal medida a quien corresponda. Sin embargo, también hay que reprocharle dos cosas. Una, que para leer lo que pone el letrero haya que ponerse a pocos centímetros de él, tal es el tamaño de la letra; con lo que más que un aviso es una trampa, al invitarte a entrar en la zona de peligro para saber que nunca tendrías que haberte acercado a ella, sino todo lo contrario. “¡Bah -pensará más de uno- una pequeña incongruencia sin la menor importancia!”. Otra, que la durabilidad de la nota informativa era francamente muy limitada ya que consistía en un folio impreso metido en una funda de plástico transparente de esas de archivar documentos bien sujeta mediante unas cuantas vueltas de cinta adhesiva en torno al tronco.





Secuencia de aproximación a un cartel de peligro

Bueno, pues hasta hace poco esos carteles han estado allí bien agarraditos a los árboles hasta que la cinta adhesiva hubo dicho basta. Puedo asegurar que han pasado allí  todo el verano -bastante ajados, por cierto- sin que nadie los retirara una vez pasados los temporales. ¿Olvido? ¿Dejadez? “¡Qué va! –pensará más de uno- Tendrá su razón de ser, porque al fin y al cabo un árbol puede caerse en cualquier momento”.

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