jueves, 5 de diciembre de 2019

Majadahonda estrena nueva señalización...

Una de las actuaciones que más se han divulgado en los medios locales ha sido la renovación de la señalización urbana. Y no es para menos, porque se trata de una de las pocas cosas de cierta envergadura (que no sea la rehabilitación de zonas verdes echadas a perder a los pocos años de su apertura e inauguradas ahora como si fueran nuevas dotaciones) que se han hecho en nuestra ciudad en este año. Tanta importancia se ha dado a este asunto que hasta algunos periódicos locales, otros de por aquí cerca y también algún otro de regiones más  apartadas lo han recogido en sus páginas.

Yo pienso que no es para tanto, si caemos en la cuenta de que cualquier ciudad mediamente decorosa debería tener un sistema informativo lo suficientemente completo y eficaz como que se pueda llegar a los sitios de uso más frecuente sin perder demasiado tiempo dando vueltas, o que cualquiera que se adentre en el municipio pueda salir de él cuando desee y sin llegar a sentirse atrapado en el laberinto de su callejero. Sin embargo, para nuestros próceres eso parece ser un objetivo loable y trabajoso, tal es la forma en que lo tratan por su oficina de prensa. La noticia aparece en el último boletín municipal editado (recordemos que es el nº 46 y corresponde al mes de octubre pasado) a doble página, un espacio acorde con el  relieve significativo que se le quiere dar, e informa de que se han colocado 700 nuevas indicaciones, que su instalación se terminará en noviembre –lo que hace suponer que a estas alturas ya se habrán colocado todas- y que la broma ha costado 300.000 euros del ala.


Paginas 24 y 25 del boletín municipal nº 46 (octubre de 2019)

Leídos así, esos datos no suenan muy disparatados. Pero a nada que uno se atreva a hacerse preguntas, la cosa empieza a ponerse vidriosa. La primera duda que a uno le asalta es la más simple: ¿era realmente necesario? Es cierto que Majadahonda no se distinguía por gozar de una señalización vertical muy profusa ni que facilitara elegir la dirección adecuada para llegar a los centros más importantes. Tenía, eso sí unos postes marrones donde volaban unos paneles alargados que por un lado tenían el nombre de las calles y por el otro publicidad, y que curiosamente eran muy parecidos a los que se han colocado ahora. Era ciertamente insuficiente y quizás inadecuada porque, circulando en un vehículo, era difícil leer los letreros sin arriesgarse a tener un golpe o a atropellar a alguien, ya que requerían una atención excesiva para quien está conduciendo. Pero, desde mi punto de vista, hubiera sido mucho más razonable y económico sustituir los rótulos identificativos por otros más legibles a distancia, y añadir los elementos a juego que se consideraran oportunos, que cambiar íntegramente la señal con su poste y todo.

Para un municipio que pasa tantos apuros económicos y carece de un presupuesto de inversiones que para cualquier otro de sus mismas características se considera normal, meterse en una aventura de gasto tan importante sin adoptar otra solución  mucho más imaginativa y económica, es un auténtico dispendio. Sobre todo si se tienen en consideración tres cuestiones que no pueden dejarse a un lado. Una es que se trata exclusivamente de señalización de tráfico, es decir para dirigir a la gente que va en coche, ya que los carteles son prácticamente imposibles de leer para los peatones que pasean por la aceras. Y que dicha señalización evidentemente está hecha para las personas que no conocen la ciudad, es decir no para los majariegos (que hemos tenido que aprender los vericuetos de nuestras calles y la forma de salir de las trampas y atolladeros a fuerza de dar vueltas y gastar gasolina) sino para los de fuera. Con lo cual podría pensarse que los beneficios de esta inversión repercuten más sobre los extraños que pasan de largo que sobre los propios ciudadanos de aquí, que además somos los que contribuimos directamente a su ejecución.

La segunda cuestión es que la instalación de las nuevas señales implica necesariamente el desmontaje de las antiguas y eso tiene dos consecuencias. Una, la generación de basura innecesaria con el consiguiente impacto añadido al Medio Ambiente, cosa en que los tiempos en que estamos merece una seria reflexión. Otra que la inversión que se hiciera en su momento para la antigua cartelería, dudo mucho que estuviera amortizada por mucha publicidad que se colgara en ellas. (Por cierto ¿quién se encargaba de gestionar esa publicidad?; ¿aparecían en los presupuestos municipales esos ingresos?)

La tercera cuestión radica en que está muy bien dirigir a la gente hacia los sitios que busca si cuando llega a éstos sabe fehacientemente que está frente a él. Pero pensar eso en Majadahonda es de ilusos, porque resulta que apenas hay algún cartel identificativo que no sea el propio rótulo del centro  y  con la peculiaridad de que, salvo casos excepcionales, no está fácilmente visible en todas las direcciones ni mucho menos al alcance de la perspectiva del conductor. De modo que quien trata de llegar a ellos en coche, la mayoría de las veces ha de dar más de una vuelta sobre la misma zona hasta conseguir llegar a la conclusión de que se encuentra junto al edificio en cuestión.

Esto último que digo concierne a la segunda pregunta que es por qué no se ha aprovechado para incorporar unas placas adicionales que identifiquen claramente a los edificios singulares, centros administrativos, colegios, etc. delante de ellos, completando así la nueva información direccional  y evitando esas vueltas de más que generalmente hay seguir dando hasta conseguir la meta. No creo que veinte o treinta elementos más de los 700 planificados –cifra un tanto imprecisa pues no se sabe si se cuentan el número de postes o de las banderolas que se montan en ellos, que son formas de contabilizar muy diferentes- pueda representar una ampliación de coste disparatada y, sin embargo, hubiera sido muy conveniente para  complementar la finalidad del sistema.

La tercera pregunta es corolario de las dos anteriores y está relacionada con valorar si esta inversión no solo llega tarde sino que en la actualidad ha dejado de ser algo imprescindible. Lo digo porque ahora casi todo el mundo tiene un navegador de geolocalización en su coche, y se fía mucho más de las indicaciones de este aparato que de las señales de tráfico, máxime cuando éstas solo marcan la dirección pero no la distancia como es el caso de los paneles instalados.

Vista anterior, lateral y posterior de un elemento de la nueva señalización

La cuarta pregunta que uno se hace tiene que ver con el modelo físico del tipo de señalización elegido. Ya hemos dicho antes que es muy parecido al que existía antes en cuanto a forma y diseño excepto en el grafismo de los textos, pues si en los antiguos consistían en guarismos blancos sobre fondo verde, en los nuevos se ajustan a los códigos y logotipos normalizados para las señales urbanas y de carretera. A mí particularmente me parece que son unos elementos sobredimensionados pues tienen un espesor desproporcionado con la función que ejercen, que es servir de simples soportes a unos rótulos y que bien podrían haberse resuelto con una placa más delgada. So pena de que hayan pensado que algún día puedan soportar publicidad en la cara libre como había antes; en cuyo caso volveríamos a cuestionarnos las mismas dudas: ¿quién se encargará de gestionar esa publicidad?, ¿aparecerán en los presupuestos municipales esos ingresos? Pero aún cuando se tuviera en cuenta esa previsión, los sistemas de iluminación actuales con lámparas led apenas necesitan espesor, por lo que no encuentro una justificación razonable a tanta gordura.  Sobre lo demás no tengo nada que decir salvo que creo que lo que hemos perdido de particular (por eso de que eran un poco diferentes), lo hemos ganado en limpieza y eficacia, a riesgo de caer en el igualitarismo que conduce el adoptar soluciones universales y que hay por todas partes. Lo único que me inquieta en cierto modo es que el brillo que esos mazacotes metálicos arrojan sobre los conductores es posible que en determinados casos sea realmente molesto y ocasione deslumbramientos indeseados, razón de más para habérselo pensado en su momento.

Poste y banderola de la señalización anterior


Hay algunas otras cuestiones que cualquier persona curiosa y preocupada por encontrar razones a las cosas que suceden a su alrededor –entre las que me incluyo- podría hacerse, pero por no resultar peñazo y alargar esta entrada indefinidamente me detendré por último en el aspecto económico haciendo unas cuentas muy elementales sobre su coste. Decir que nos ha supuesto 300.000 euros es una de forma muy ambigua de dar los datos. Supongo que en esa cifra no está incluidos ni el coste del proyecto, ni la cantidad de horas que técnicos y administrativos municipales han empleado en la elaboración de las bases y en la gestión de los diferentes trámites y documentos requeridos para poder llevar a cabo de principio a fin dicha instalación. No obstante, y por hacernos una idea aproximada de su repercusión, si dividimos el coste por el número de vecinos tendremos que cada majariego ha contribuido a la broma con unos 42 euros aproximadamente. Eso no parece que sea mucho dinero, máxime cuando tiene pinta de que va ser algo duradero. Pero si tengo en cuenta mi caso particular y el de aquellos otros que sean 6 de familia, a mí y a cada menda de esos nos toca apoquinar más de 250 euros, y cifra que ya cuesta un poco más de digerir. Porque si nos retraemos a lo comentado en párrafos anteriores, por ese precio podría dotarse de un buen navegador a todos los vehículos de nuestros ciudadanos que no lo tienen incorporado.

En fin, una vez más tendremos que comulgar con las decisiones que nuestros dirigentes locales toman en ese empecinado empeño de seguir aireando su persecución de lo que ellos consideran su modelo de ciudad: más parques nuevos o arreglados –como si ya no hubiera suficientes- para dejarlos estropear hasta el punto de necesitar nuevas intervenciones en un futuro no muy lejano, y un flamante sistema de señalización para dirigir convenientemente a los vehículos que se acercan a nuestra ciudad, pero sin rematar la faena convenientemente.



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