sábado, 25 de enero de 2020

Un poco más, y no lo cuento

Que nadie se alarme. No me ha pasado nada importante ni digno de reseñar, ni mucho menos he sufrido un episodio que pusiera en riesgo mi integridad como alguien pueda deducir del título que encabeza este post. No tiene nada que ver con eso sino con una cuestión baladí relacionada con la retirada de las luces de Navidad a la que me refería en la entrada anterior y que ahora voy a explicar.

Supongo que será pura casualidad pero justo al día siguiente de decir que esos adornos seguían colgados en la Gran Vía empezaron a desmontarlos. Y digo que será casualidad porque no creo que mis comentarios hayan influido de modo alguno en la decisión de retirarlos; es más, no creo ni siquiera que los hayan leído. Y si fuera de otro modo, es decir, si por alguna remota carambola alguien del Ayuntamiento que tenga algo que ver con el asunto hubiera tenido ocasión de echar un vistazo a este blog y se hubiera detenido en esa entrada, tampoco creo que fuera tenido en cuenta porque lamentablemente en nuestro pueblo se hace muy poco caso a las críticas, avisos o sugerencias vecinales.

El caso es que, sea por el motivo que sea, las luces las descolgaron de sus cables en poco más de una mañana. Lo hicieron dos operarios y una camioneta con una góndola hidráulica: uno, subido en la cesta, iba cortando con una tenaza los latiguillos que sujetaban los círculos luminosos a los cables donde se soportaban, mientras el otro se encargaba de recogerlos y almacenarlos en un lado de la caja. Y así una hilera tras otra, de un extremo a otro de la vía peatonal. Total que en unas 4 o 5 horas terminaron con la tarea.







Al día siguiente, a media mañana ya habían desmontado el armazón metálico que hacía de abeto navideño con todos sus complementos incluyendo el vallado de rollizos que hacía de vallado, y habían dejado la zona tan limpia que nadie diría que aquel armatoste había estado allí durante varias semanas.

Aclarado, pues, el significado del título que no quiere decir otra cosa que si tardo un día más en decidirme a hablar de ese tema se me hubiera esfumado la posibilidad. Cosa que, por otra parte, de haber sucedido de esa manera tampoco habría tenido la menor importancia.

No obstante, la aparente sencillez del trabajo y la rapidez con que se hacía me lleva a preguntarme, aun si cabe con mayor insistencia, por qué se ha retrasado tanto en hacerlo y no se ha acometido con la misma presteza que los servicios de limpieza dejaron la Gran Vía impecable inmediatamente después de la Cabalgata de Reyes en un alarde de diligencia y eficacia. No digo yo que se hubieran puesto a quitar las luces esa misma noche, que no hay tanta necesidad; pero hacerlo pasados quince días después me parece un poco desmedido.

Lo que sí me deja un poco preocupado es el riesgo que los ciudadanos corren cuando se realizan esos trabajos. Afortunadamente casi nunca pasa nada pero durante el tiempo en que pude observar cómo se desarrollaban las operaciones de desmontaje de esos artilugios, la gente pasaba por debajo como si tal cosa, expuestos a que por cualquier descuido un cacharro lleno de lucecitas le cayera en la cabeza y le hiciera ver estrellitas de colores. O una herramienta; o, puestos a elucubrar, hasta la cesta entera con el operario dentro. Ni un cartel, ni el más mínimo balizamiento ni señalización ni nada de nada. Una arriesgada manera de ejecutar esas operaciones a las bravas, sin ajustarse a las recomendaciones u obligaciones de la normativa de seguridad. Una forma admirable de tentar a la suerte.

En este sentido también hay que decir que aún quedan en la calle los postes metálicos y los cables y tensores que sirven para sujetarlos y para colgar las guirnaldas de luces. A esos no sabemos cuando les tocará la hora, de modo que lo mismo seguirán acompañándonos uno cuantos días más. Me pregunto cuál será la razón de no hacer todas estas operaciones al mismo tiempo, lo que evitaría tener que causar más molestias a los vecinos y sobre todo volver a crear situaciones de riesgo. Por cierto, si quieren ver un manual completo de cómo no se deben hacer las cosas, pásense por la Gran Vía y vean cómo y dónde están amarrados los vientos y latiguillos: árboles, cornisas, fachadas, barandillas y cualquier elemento susceptible de admitir enganche son las víctimas de todo un compendio de soluciones erróneas que han dado disgustos más de una vez. Otra ingeniosa manera de seguir tentando a la suerte. Y de dar pie a reclamaciones patrimoniales.



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