Que nadie
se alarme. No me ha pasado nada importante ni digno de reseñar, ni mucho menos
he sufrido un episodio que pusiera en riesgo mi integridad como alguien pueda
deducir del título que encabeza este post.
No tiene nada que ver con eso sino con una cuestión baladí relacionada con la
retirada de las luces de Navidad a la que me refería en la entrada anterior y
que ahora voy a explicar.
Supongo
que será pura casualidad pero justo al día siguiente de decir que esos adornos
seguían colgados en la Gran Vía empezaron a desmontarlos. Y digo que será
casualidad porque no creo que mis comentarios hayan influido de modo alguno en
la decisión de retirarlos; es más, no creo ni siquiera que los hayan leído. Y
si fuera de otro modo, es decir, si por alguna remota carambola alguien del Ayuntamiento
que tenga algo que ver con el asunto hubiera tenido ocasión de echar un vistazo
a este blog y se hubiera detenido en esa entrada, tampoco creo que fuera tenido
en cuenta porque lamentablemente en nuestro pueblo se hace muy poco caso a las
críticas, avisos o sugerencias vecinales.
El caso
es que, sea por el motivo que sea, las luces las descolgaron de sus cables en
poco más de una mañana. Lo hicieron dos operarios y una camioneta con una
góndola hidráulica: uno, subido en la cesta, iba cortando con una tenaza los
latiguillos que sujetaban los círculos luminosos a los cables donde se
soportaban, mientras el otro se encargaba de recogerlos y almacenarlos en un
lado de la caja. Y así una hilera tras otra, de un extremo a otro de la vía
peatonal. Total que en unas 4 o 5 horas terminaron con la tarea.
Al día
siguiente, a media mañana ya habían desmontado el armazón metálico que hacía de
abeto navideño con todos sus complementos incluyendo el vallado de rollizos que
hacía de vallado, y habían dejado la zona tan limpia que nadie diría que aquel
armatoste había estado allí durante varias semanas.
Aclarado,
pues, el significado del título que no quiere decir otra cosa que si tardo un
día más en decidirme a hablar de ese tema se me hubiera esfumado la posibilidad.
Cosa que, por otra parte, de haber sucedido de esa manera tampoco habría tenido
la menor importancia.
No
obstante, la aparente sencillez del trabajo y la rapidez con que se hacía me
lleva a preguntarme, aun si cabe con mayor insistencia, por qué se ha retrasado
tanto en hacerlo y no se ha acometido con la misma presteza que los servicios
de limpieza dejaron la Gran Vía impecable inmediatamente después de la
Cabalgata de Reyes en un alarde de diligencia y eficacia. No digo yo que se
hubieran puesto a quitar las luces esa misma noche, que no hay tanta necesidad;
pero hacerlo pasados quince días después me parece un poco desmedido.
Lo que sí
me deja un poco preocupado es el riesgo que los ciudadanos corren cuando se
realizan esos trabajos. Afortunadamente casi nunca pasa nada pero durante el
tiempo en que pude observar cómo se desarrollaban las operaciones de desmontaje
de esos artilugios, la gente pasaba por debajo como si tal cosa, expuestos a
que por cualquier descuido un cacharro lleno de lucecitas le cayera en la cabeza
y le hiciera ver estrellitas de colores. O una herramienta; o, puestos a
elucubrar, hasta la cesta entera con el operario dentro. Ni un cartel, ni el
más mínimo balizamiento ni señalización ni nada de nada. Una arriesgada manera
de ejecutar esas operaciones a las bravas, sin ajustarse a las recomendaciones
u obligaciones de la normativa de seguridad. Una forma admirable de tentar a la
suerte.
En este
sentido también hay que decir que aún quedan en la calle los postes metálicos y
los cables y tensores que sirven para sujetarlos y para colgar las guirnaldas
de luces. A esos no sabemos cuando les tocará la hora, de modo que lo mismo seguirán
acompañándonos uno cuantos días más. Me pregunto cuál será la razón de no hacer
todas estas operaciones al mismo tiempo, lo que evitaría tener que causar más
molestias a los vecinos y sobre todo volver a crear situaciones de riesgo. Por
cierto, si quieren ver un manual completo de cómo no se deben hacer las cosas,
pásense por la Gran Vía y vean cómo y dónde están amarrados los vientos y
latiguillos: árboles, cornisas, fachadas, barandillas y cualquier elemento
susceptible de admitir enganche son las víctimas de todo un compendio de
soluciones erróneas que han dado disgustos más de una vez. Otra ingeniosa
manera de seguir tentando a la suerte. Y de dar pie a reclamaciones
patrimoniales.
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