Esa idea
debe de estar rondando en las mentes de los próceres municipales a la vista del
poco tirón que han tenido las fiestas navideñas en el propio municipio y del
escaso interés que han despertado allende nuestro pueblo, pese al rimbombante título que habíamos obtenido de Ciudad Europea de la Navidad. “Si no han tenido un carácter intenso, al menos que sean duraderas”,
habrán pensado. Eso explica que a día de hoy, dos semanas después de que los
Reyes hicieran su recorrido por las calles majariegas, aún no se hayan retirado
las luces que cuelgan en la Gran Vía ni el artilugio metálico que hace las
veces de abeto de Navidad.
Árbol y luces de Navidad en la Gran Vía |
Ahora que
pienso, tal vez haya utilizado un adjetivo equivocado y en vez de intensas
debería haber escogido otro. Lo digo por el volumen de las tres piezas
musicales de corte anglosajón que acompañaban al juego de luces de los rosetones
colgados en la Gran Vía. Eso realmente sí que era intenso. Intenso y abrumador en
tal nivel que, según me confesaba un vecino que vive en esa calle, había
recuperado unas orejeras invernales que le había regalado su hijo para
abrigarse del frio, con el fin de colocárselas en cada ocasión que daba
comienzo la función audiovisual en la que se repetían una tras otra con la
misma secuencia, y una y otra vez coincidiendo con las medias horas de la cada tarde-noche.
El hombre me confesaba que había tenido la tentación de mudarse de lugar hasta
que pasaran las fiestas porque era insoportable el ruido que tenía que soportar
todas las tardes, y que según él rebasaba sobradamente los límites de
decibelios tolerados por la ordenanza.
Lástima
que la vida cotidiana tenga que ajustarse a los dictados del calendario y que
la última Navidad haya pasado a la historia. Porque por mucho que se empeñen
nuestros mandatarios locales, la vida sigue su ritmo y ya nadie va cantando
villancicos por la calle sino que ahora está obsesionado con la cuesta de enero
y dándole vueltas a cómo va a afrontar el pago de los gastos que ha cargado -de
forma muchas veces inconsciente- en su tarjeta de crédito.
Quizás
sea solo obsesión mía pero tengo la impresión de que la tardanza en retirar la
parafernalia navideña es un síntoma más del retraso que nuestra ciudad mantiene
con respecto a las localidades cercanas. Así, cuando en otros pueblos ya se han
recogido los bártulos y se ha recobrado
la normalidad, en Majadahonda perduran hasta quien sabe cuándo. Y no es que
esto sea una cosa anormal sino que ya se está convirtiendo en una costumbre. Lo
mismo pasó con la iluminación de las fiestas patronales: tardaron tanto en retirarlas
que yo llegué a pensar que las iban a dejar hasta diciembre y así tener que
ahorrarse el trabajo de volver a colocarlas.
Lo que sí
se han llevado, gracias a Dios, son esos monstruosos altavoces que sonaban a
todo volumen y que más bien parecían ataúdes colgados y enfundados en plástico.
Debían de ser muy valiosos porque si no, no se entiende la premura en
recogerlos. Afortunadamente, el hecho de que ya no estén significa que al menos
hayamos ganado en la tranquilidad y sosiego que supone la certeza de que no se
van a poner a berrear en el momento más inesperado.
Altavoces para la música navideña a alto volumen |
A la
vista de lo que cuesta quitar los adornos navideños, trabajo que debe de
dar mucha pereza, sería bueno pensar algún motivo para no tener que
hacerlo. Se me ocurre, por ejemplo, declarar más fiestas intermedias a lo largo
del año; pongamos una cada mes, con lo cual tendría una justificación que las
luces permanecieran colgadas siempre y lo único que habría que hacer sería cambiar
los rótulos de cabecera y algún color que otro, por eso de no caer en la
monotonía. Aunque, si tenemos en cuenta que estamos en la era de la realidad virtual
y la facilidad que nos brindan los avances tecnológicos, mejor solución sería desarrollar
una aplicación informática que permitiera convertir las luces de las farolas en
efectos lumínicos virtuales adecuados para cada evento. ¡Eso sí que sería la bomba!
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