sábado, 19 de febrero de 2022

Un lema misterioso

Una de las primeras entradas de este blog, escrita allá por enero de 2019, se dedicaba a exponer las ventajas de vivir en Majadahonda. Describía con cierto detalle las bondades derivadas de su situación geográfica, las buenas comunicaciones y su diversificada red de carreteras, la dotación de servicios asistenciales y, sobre todo, su configuración urbana, una característica que ha sido imitada con desigual fortuna en otras ciudades periféricas y que tal vez sea lo que más atraiga a quienes buscan un mejor lugar de residencia.

Todas esas maravillas convergen para poder decir sin temor a equivocarse que quienes viven en este municipio son unos auténticos privilegiados. Esa afirmación es fácil de confirmar a nada que se lean las noticias que hablan de nuestro pueblo tal como comentábamos en la pasada entrega. La única negativa entre toda la panoplia de buenas nuevas era la eliminación del equipo de fútbol local en la Copa del Rey. Y encima, a manos de un amigo que se convirtió de tutor en verdugo. Claro que, según su entrenador,  todo se debió a la nociva influencia del factor campo. Un cambio de campo, por otra parte, libremente elegido; por lo que las protestas o lamentaciones no tienen mucho sentido.

El resto de temas solo pueden motivo para llenar un poco más la mochila  de satisfacciones: una de las carreteras principales que enlazan con Madrid desatascada, el impuesto de tracción mecánica rebajado a lo mínimo permitido por la ley, una asociación de recuperación de fauna salvaje afincada en el término municipal se esmera en cuidar a los pollos de cernícalo primilla, los padres majariegos tendrán su escuela…. Todo conduce a pensar que en nuestro pueblo reina la felicidad. Una felicidad que, no obstante, no nos hace olvidar a otros compatriotas que lo están pasando un poco peor y que nos preocupan tanto que nuestro Ayuntamiento donará una limosna equivalente a unos 35 céntimos de euro por vecino. ¡Ahí es nada! De hecho somos tan felices que nuestros gobernantes han decidido instalar 118 cámaras de video para que puedan grabar la cara de placidez de todos nosotros y mostrarlas a quien opine lo contrario.

La realidad, sin embargo, es muy distinta. Felices, lo que se dice felices, lo somos en la medida en que cada uno puede conseguirlo. Y no gracias al entorno. Pues si el nivel de satisfacción personal -factor que contribuye tanto a la felicidad- hubiera que medirlo por los estímulos y la ayuda que los munícipes  prestan a sus vecinos, los majariegos estarían bastante alejados del nivel de aquellos que pueden considerase afortunados, y mucho más próximos a la zona de los desdichados.

Hubo un tiempo que Majadahonda era la diana a la que todo el mundo dirigía su mirada. Es justo decirlo. Tan justo como decir también que ahora es un pueblo del montón que mantiene actualmente una fama heredada pero que no se corresponde con su verdadera situación. Un pueblo del que poco se habla y en el que nada se hace.

 

Fotograma de la serie televisiva 'Un mundo Feliz' (NBC Universal)
 

Hace ya algunos años tuve ocasión de reunirme con el concejal responsable de Urbanismo de aquel entonces. Formaba parte de una comisión creada en nuestro barrio para reclamar al Ayuntamiento una mayor atención en el mantenimiento de las infraestructuras básicas, y de paso plantear la exigua oferta cultural y de servicios públicos, no ya en esa parte del pueblo, de una relativa reciente expansión, sino en toda Majadahonda en general. El edil, cuya cara me resultaba conocida, era uno de esos personajes que van saltando de un cargo municipal a otro como si de un caballo de ajedrez se tratara y había pasado ya por otras concejalías. A pesar de su juventud, era todo un veterano de la administración local y por ello resultaba difícil que, por unas razones o por otras, no hubiera coincido con él en alguna otra ocasión. O en varias. Era algo así como ese primo lejano que, aunque nunca hubieras intimado con él, siempre te lo encuentras en las reuniones familiares.

Pues bien, a lo que iba, interpelado en aquella cita sobre los asuntos que planteábamos, es decir la carencia de servicios y de actividades culturales, deportivas y de ocio que una localidad como la nuestra demanda, y del atraso de nuestra ciudad en relación con todas –sin excepción alguna- las de nuestro entorno, el Concejal respondió como suelen hacer la mayoría: con promesas y evasivas. Los comisionados que estábamos allí sabíamos de antemano que el guión seguiría la pauta de siempre, como estábamos comprobando,  y que era difícil que las promesas llegaran a cumplirse. Pero para lo que ninguno de nosotros estaba preparado era para encajar la respuesta estrella del grupo de evasivas.

El veterano pero joven edil nos vino a decir que al Equipo de Gobierno no le interesaba competir con Las Rozas, Boadilla, Pozuelo y otros pueblos cercanos en lo que se refería a la oferta  cultural y deportiva, ya que precisamente por ser tan amplia en esos municipios y estando tan próximos a Majadahonda, los majariegos podían disfrutar de ellos sin dificultad. E incluso ir a Madrid, que tampoco está lejos y hay espectáculos y actividades para aburrir. “Lo que ofrece Majadahonda” –dijo con aire de autosuficiencia- “es otra cosa”.

De eso habrán pasado una década más o menos. Tendría que consultar mis agendas de aquellos años para comprobar cuándo fue exactamente, pero para este caso no tiene demasiada importancia datarlo con precisión. Lo que me interesa resaltar es que cuando de tarde en tarde coincidimos en algún sitio algunos de los que asistimos a aquella reunión y aún seguimos viviendo por esa zona, y recordamos aquel encuentro, nos confesamos mutuamente  que, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, ninguno de nosotros hemos llegado a descifrar el mensaje que aquel concejal –por cierto, hoy desaparecido de la escena política- nos quiso dar con sus misteriosas palabras.

He sacado esta anécdota del baúl de los recuerdos porque me parece que viene a cuento y en el fondo sigue siendo de rabiosa actualidad, dado que la situación de Majadahonda en ese aspecto no ha variado un ápice desde entonces. Nuestro barrio sigue más o menos igual, la oferta cultural sigue dándose con cuentagotas (en el pasado mes de enero, nada de nada), en lo deportivo para qué vamos a hablar y en el resto de servicios con tanta penuria y escasez como estamos acostumbrados.

La cuestión que subyace de esta mirada hacia atrás es hacer la pregunta del millón y saber si existe una respuesta convincente.  La incógnita sigue siendo la misma: saber si el Equipo de Gobierno actual, constituido en buena parte por jóvenes pujantes, va a ser capaz de revertir la penosa situación en la que ha desembocado la circunstancia  de que este pueblo haya sido dirigido durante varias décadas por personas incompetentes. O si, por el contrario, va a adoptar la postura más cómoda, que es la que consiste en no hacer nada. Esa opción es la que ha sido elegida permanentemente por las distintas corporaciones de un tiempo a esta parte bajo el lema “Majadahonda ofrece otra cosa”.  Y así nos va.

Se ha cumplido más de media legislatura y el programa electoral sigue prácticamente virgen. De momento no han demostrado nada excepto que son personas muy limpias a las que no les gusta manchar las hojas con tachaduras, de ahí que los grandes proyectos que aseguraban se iban a ejecutar en estos cuatro años siguen intactos en el platillo de las promesas. En el lado de las realidades, casi nada. Los habitantes de este municipio siguen con la esperanza de que alguien sea capaz de equilibrar la balanza, aunque ya casi están pensando que este plantel de jóvenes políticos se ha contagiado rápido de la abulia de sus antecesores y, lo que es peor, están decididos a portar el mismo lema. Si fuera así, supondría una nueva decepción; y ya van muchas.

Pero, al menos, y poniéndonos en el peor escenario ¿podría alguien explicarnos qué es lo que ofrece Majadahonda?



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