La
diferencia que existe entre los conceptos de héroe y de mártir reside en un
pequeño pero trascendental detalle: mientras que el primero se aplica a la
persona que lleva a cabo una acción heroica (entendiendo como tal, realizar hechos
extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria mediante un
esfuerzo eminente de la voluntad y de la abnegación), el segundo se concede a
quienes padecen mucho o mueren en la ejecución de acciones de ese tipo o en
defensa de creencias, convicciones o causas. Lo que puede traducirse en que si
a los héroes les distingue su poder de decisión, valentía y arrojo, para
conseguir la condición de mártires, aún suponiéndoles las mismas cualidades, ha
de añadirse la condición de quedar bastante lisiados o dejarse la vida en el
intento de conseguir sus pretensiones.
Ivan
Mota y Vasili Marin no llegaron a ser héroes. Ambos eran jóvenes rumanos, educados y con formación
académica (los dos eran abogados), que a finales de 1936 decidieron embarcarse
en una aventura que les traería a España ilusionados, pujantes y deseosos de
defender sus ideas, y pocas semanas después les devolvería a su tierra,
inánimes y destrozados, en dos féretros de madera. Mota y Marín eran miembros
del partido fascista de Rumanía La
Guardia de Hierro, también conocido como Legión de San Miguel Arcángel, y formaban parte de un grupo de ocho
miembros que se ofrecieron a las tropas de Franco para intervenir en lo que la facción rebelde llamó una "gloriosa Cruzada para salvaguardar los valores patrios de la
perniciosa influencia del marxismo y del comunismo", pero que en todo el mundo se
conoce como guerra civil española.
El
caso es que, casi sin tiempo para disfrutar de nuestra hospitalidad y de sortear
las balas del enemigo, el 13 de enero de 1937 y dentro de las escaramuzas del frente de Madrid que se desarrollaron en Majadahonda, fueron alcanzados por un
obús republicano que impactó en el lugar conocido como el cerro de la Radio. Poco
tiempo duró la aventura de aquellos voluntarios que, tras perder a dos de sus miembros,
decidieron regresar de inmediato a su país, donde fueron recibidos con grandes
honores y mayores fastos para la gloria de sus correligionarios. Aquí,
terminada la guerra a favor de los golpistas, el lugar donde murieron pasó a
ser centro de peregrinación y de recuerdo, uno más de los miles que emergieron
en la geografía española para honrar a los caídos por Dios y por España. Y a
Mota y Marin, ya que el destino les sustrajo la oportunidad de ser héroes, el
Movimiento les concedió el premio de convertirlos en mártires.
En
1970 se levantó el monumento que todavía existe, una hilera de arcadas de
piedra coronadas por una cruz metálica que mira al Valle de los Caídos, que
ha resistido el paso del tiempo entre escombros y basuras, junto a las ruinas
del edificio de Radio Argentina que ha sido recientemente derribado. Un paraje a medio camino entre el Cerro de los Ángeles y el Valle de los Caídos. Desde
entonces, todos los años por estas fechas y auspiciados por grupos de extrema derecha, herederos y simpatizantes se celebran concentraciones en
recuerdo y homenaje de aquellos combatientes, acontecimientos que aunque no tienen mucha
repercusión ni hacen mucho ruido, sirven para aumentar los altos registros
asociados a nuestra ciudad en la red de Internet cuando se escribe su nombre.
Algunas formaciones políticas de nuestro municipio consideran inaudito que se sigan celebrando estos actos e incluso consiguieron que en 2015 se aprobara una moción para derribar el monumento en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica. Moción que por distintas razones todavía no se ha llevado a cabo, entre ellas que la Asociación para la Custodia del Monumento a los Legionarios Rumanos Caídos en Majadahonda ha hecho valer los derechos de propiedad privada de los terrenos donde se levanta. Y digo yo que entonces y por las mismas razones, el Ayuntamiento debería exigirles el levantamiento de cerramiento que los confine, y el mantenimiento y limpieza de ese predio, actuaciones que, además de hacer honor al nombre de la asociación (por lo de custodia), tienen la obligación de cumplir por ley.
Monumento en memoria de Ivan Mota y Vasili Martin, en el cerro de la Radio de Majadahonda |
Algunas formaciones políticas de nuestro municipio consideran inaudito que se sigan celebrando estos actos e incluso consiguieron que en 2015 se aprobara una moción para derribar el monumento en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica. Moción que por distintas razones todavía no se ha llevado a cabo, entre ellas que la Asociación para la Custodia del Monumento a los Legionarios Rumanos Caídos en Majadahonda ha hecho valer los derechos de propiedad privada de los terrenos donde se levanta. Y digo yo que entonces y por las mismas razones, el Ayuntamiento debería exigirles el levantamiento de cerramiento que los confine, y el mantenimiento y limpieza de ese predio, actuaciones que, además de hacer honor al nombre de la asociación (por lo de custodia), tienen la obligación de cumplir por ley.
Pero
lejos de ejercer sus obligaciones, el equipo de gobierno municipal se encoge de
hombros y deja que las cosas sigan igual. Cuando cada año le llega la solicitud
de permiso para estas celebraciones (supuestamente incompatibles con la mención aprobada), los papeles deben pasar de mesa en mesa
como si fuera un ascua encendida con la que nadie quiere quemarse; de tal manera
que cuando llega el día del acto, la petición sigue aún el periplo interminable
hasta su siguiente destino: el extravío o el archivo.
Mi
opinión personal es que derribar los monumentos no soluciona nada. Es más,
puede tener un efecto contrario porque puede activar el enaltecimiento de los
símbolos que representan. Enterrar la historia y sus vestigios no suele ser una
buena terapia; no se trata de que las cosas se esfumen como si no hubieran
ocurrido sino de aprovechar las enseñanzas que nos brinda el pasado para
mantener la conciencia y la cordura cuando aparezcan síntomas de que hechos que
nunca debieron haber sucedido puedan volver a repetirse.
Hay
quienes se basan en la fealdad de la construcción para pedir que desparezca,
razón de escasa consistencia viendo los adefesios que siguen en pie a su
alrededor y por todo el término municipal. Yo soy más partidario de dejar que se vaya cayendo poco a poco, con
la misma decadencia que arrastra su ideología.
En
lo que se refiere a la concentración en sí no tengo una opinión convencida de si
deben prohibirse o no, pero lo que sí tengo claro es que, en cualquier caso, para
llevarse a cabo debe de contar con la autorización oportuna como cualquier otra
actividad que lo requiera. Por eso, lo menos que podemos exigir a los regidores
y funcionarios municipales es que sean diligentes en la tramitación de la
solicitud, y resuelvan la concesión o denegación del permiso motivando la decisión
que adopten. Y en tanto no se disponga del mismo, que se impida la celebración del acto mediante la intervención de la Policía, como se hace en otras
ocasiones cuando no se cumplen los requisitos; máxime cuando este acto, aun realizándose
en una propiedad privada, traspasa su ámbito a la vista, al oído y a los
sentimientos. De otra manera, que es tal como se viene haciendo año tras año,
estaríamos ante un descarado trato de favor; es decir, ante la concesión de privilegios a los que hacía referencia en la entrada precedente y que, en este caso particular, para algunos puede resultar bastante odioso.
Afortunadamente
no son muchos los que acuden aunque vociferen con estruendo y hagan gala de
una parafernalia trasnochada. Y tal como llegan se van, después de pronunciar discursos,
gritar proclamas, echar bendiciones y entonar canciones fascistas con el brazo
en alto. Son como extrañas aves migratorias: ponen su huevo y desaparecen
hasta el año siguiente. No creo que a los participantes les importe mucho la repercusión
que estas celebraciones tienen entre la población majariega, escasa si
exceptuamos a los grupos de activistas que
se opone a ellas. Tampoco creo que ni por lo más mínimo se les ocurra pensar
que el hecho de que puedan reunirse allí y hacer sus cosas es gracias precisamente a lo que ellos
pretenden echar abajo: el espíritu de convivencia y tolerancia que ampara
nuestro estado democrático.
Inscripciones en la base del monumento |
Los
conflictos bélicos entre hermanos como fue el nuestro, aparte de ser -si cabe-
más crueles, suelen dejar muchos muertos por el camino. Unos, los que tuvieron
la suerte de caer en el bando ganador, son recordados con letras grabadas en
mausoleos y monumentos. Otros, los derrotados, no solo perdieron la guerra sino
que también les fue arrebatado el derecho a que se les honrara de igual manera,
y lo que es peor: muchos de ellos siguen con sus huesos en las cunetas.
Tanto
unos como otros fueron víctimas de la locura y de la sinrazón que condujo al
enfrentamiento armado y merecen el mismo respeto. Incluso Mota y Marin, a pesar
de que se hayan convertido en unos mártires molestos.
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