miércoles, 16 de enero de 2019

Dos mártires molestos

La diferencia que existe entre los conceptos de héroe y de mártir reside en un pequeño pero trascendental detalle: mientras que el primero se aplica a la persona que lleva a cabo una acción heroica (entendiendo como tal, realizar hechos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria mediante un esfuerzo eminente de la voluntad y de la abnegación), el segundo se concede a quienes padecen mucho o mueren en la ejecución de acciones de ese tipo o en defensa de creencias, convicciones o causas. Lo que puede traducirse en que si a los héroes les distingue su poder de decisión, valentía y arrojo, para conseguir la condición de mártires, aún suponiéndoles las mismas cualidades, ha de añadirse la condición de quedar bastante lisiados o dejarse la vida en el intento de conseguir sus pretensiones.

Ivan Mota y Vasili Marin no llegaron a ser héroes. Ambos eran jóvenes rumanos, educados y con formación académica (los dos eran abogados), que a finales de 1936 decidieron embarcarse en una aventura que les traería a España ilusionados, pujantes y deseosos de defender sus ideas, y pocas semanas después les devolvería a su tierra, inánimes y destrozados, en dos féretros de madera. Mota y Marín eran miembros del partido fascista de Rumanía La Guardia de Hierro, también conocido como Legión de San Miguel Arcángel, y formaban parte de un grupo de ocho miembros que se ofrecieron a las tropas de Franco para intervenir en lo que la facción rebelde llamó una "gloriosa Cruzada para salvaguardar los valores patrios de la perniciosa influencia del marxismo y del comunismo", pero que en todo el mundo se conoce como guerra civil española.

El caso es que, casi sin tiempo para disfrutar de nuestra hospitalidad y de sortear las balas del enemigo, el 13 de enero de 1937 y dentro de las escaramuzas  del frente de Madrid que se desarrollaron en Majadahonda, fueron alcanzados por un obús republicano que impactó en el lugar conocido como el cerro de la Radio. Poco tiempo duró la aventura de aquellos voluntarios que, tras perder a dos de sus miembros, decidieron regresar de inmediato a su país, donde fueron recibidos con grandes honores y mayores fastos para la gloria de sus correligionarios. Aquí, terminada la guerra a favor de los golpistas, el lugar donde murieron pasó a ser centro de peregrinación y de recuerdo, uno más de los miles que emergieron en la geografía española para honrar a los caídos por Dios y por España. Y a Mota y Marin, ya que el destino les sustrajo la oportunidad de ser héroes, el Movimiento les concedió el premio de convertirlos en mártires.

En 1970 se levantó el monumento que todavía existe, una hilera de arcadas de piedra coronadas por una cruz metálica que mira al Valle de los Caídos, que ha resistido el paso del tiempo entre escombros y basuras, junto a las ruinas del edificio de Radio Argentina que ha sido recientemente derribado. Un paraje a medio camino entre el Cerro de los Ángeles y el Valle de los Caídos. Desde entonces, todos los años por estas fechas y auspiciados por grupos de extrema derecha, herederos y simpatizantes se celebran concentraciones en recuerdo y homenaje de aquellos combatientes, acontecimientos que aunque no tienen mucha repercusión ni hacen mucho ruido, sirven para aumentar los altos registros asociados a nuestra ciudad en la red de Internet cuando se escribe su nombre.


Monumento en memoria de Ivan Mota y Vasili Martin, en el cerro de la Radio de Majadahonda 

Algunas formaciones políticas de nuestro municipio consideran inaudito que se sigan celebrando estos actos e incluso consiguieron que en 2015 se aprobara una moción para derribar el monumento en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica. Moción que por distintas razones todavía no se ha llevado a cabo, entre ellas que la Asociación para la Custodia del Monumento a los Legionarios Rumanos Caídos en Majadahonda ha hecho valer los derechos de propiedad privada de los terrenos donde se levanta. Y digo yo que entonces y por las mismas razones, el Ayuntamiento debería exigirles el levantamiento de cerramiento que los confine, y el mantenimiento y limpieza de ese predio, actuaciones que, además de hacer honor al nombre de la asociación (por lo de custodia), tienen la obligación de cumplir por ley.

Pero lejos de ejercer sus obligaciones, el equipo de gobierno municipal se encoge de hombros y deja que las cosas sigan igual. Cuando cada año le llega la solicitud de permiso para estas celebraciones (supuestamente incompatibles con la mención aprobada), los papeles deben pasar de mesa en mesa como si fuera un ascua encendida con la que nadie quiere quemarse; de tal manera que cuando llega el día del acto, la petición sigue aún el periplo interminable hasta su siguiente destino: el extravío o el archivo.

Mi opinión personal es que derribar los monumentos no soluciona nada. Es más, puede tener un efecto contrario porque puede activar el enaltecimiento de los símbolos que representan. Enterrar la historia y sus vestigios no suele ser una buena terapia; no se trata de que las cosas se esfumen como si no hubieran ocurrido sino de aprovechar las enseñanzas que nos brinda el pasado para mantener la conciencia y la cordura cuando aparezcan síntomas de que hechos que nunca debieron haber sucedido puedan volver a repetirse. 

Hay quienes se basan en la fealdad de la construcción para pedir que desparezca, razón de escasa consistencia viendo los adefesios que siguen en pie a su alrededor y por todo el término municipal. Yo soy más partidario de dejar que se vaya cayendo poco a poco, con la misma decadencia que arrastra su ideología.

En lo que se refiere a la concentración en sí no tengo una opinión convencida de si deben prohibirse o no, pero lo que sí tengo claro es que, en cualquier caso, para llevarse a cabo debe de contar con la autorización oportuna como cualquier otra actividad que lo requiera. Por eso, lo menos que podemos exigir a los regidores y funcionarios municipales es que sean diligentes en la tramitación de la solicitud, y resuelvan la concesión o denegación del permiso motivando la decisión que adopten. Y en tanto no se disponga del mismo, que se impida  la celebración del acto mediante la intervención de la Policía, como se hace en otras ocasiones cuando no se cumplen los requisitos; máxime cuando este acto, aun realizándose en una propiedad privada, traspasa su ámbito a la vista, al oído y a los sentimientos. De otra manera, que es tal como se viene haciendo año tras año, estaríamos ante un descarado trato de favor; es decir, ante la concesión de privilegios a los que hacía referencia en la entrada precedente y que, en este caso particular, para algunos puede resultar bastante odioso.

Afortunadamente no son muchos los que acuden aunque vociferen con estruendo y hagan gala de una parafernalia trasnochada. Y tal como llegan se van, después de pronunciar discursos, gritar proclamas, echar bendiciones y entonar canciones fascistas con el brazo en alto. Son como extrañas aves migratorias: ponen su huevo y desaparecen hasta el año siguiente. No creo que a los participantes les importe mucho la repercusión que estas celebraciones tienen entre la población majariega, escasa si exceptuamos a los grupos de activistas que se opone a ellas. Tampoco creo que ni por lo más mínimo se les ocurra pensar que el hecho de que puedan reunirse allí y hacer sus cosas es gracias precisamente a lo que ellos pretenden echar abajo: el espíritu de convivencia y tolerancia que ampara nuestro estado democrático.


Inscripciones en la base del monumento

Los conflictos bélicos entre hermanos como fue el nuestro, aparte de ser -si cabe- más crueles, suelen dejar muchos muertos por el camino. Unos, los que tuvieron la suerte de caer en el bando ganador, son recordados con letras grabadas en mausoleos y monumentos. Otros, los derrotados, no solo perdieron la guerra sino que también les fue arrebatado el derecho a que se les honrara de igual manera, y lo que es peor: muchos de ellos siguen con sus huesos en las cunetas.

Tanto unos como otros fueron víctimas de la locura y de la sinrazón que condujo al enfrentamiento armado y merecen el mismo respeto. Incluso Mota y Marin, a pesar de que se hayan convertido en unos mártires molestos.

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