Me
cuenta una amiga de la infancia que trabaja en el Ayuntamiento, que hace unos
días el alcalde saliente, en un acto de heroicidad suprema, realizó una turné
por los distintos departamentos de la Casa Consistorial para despedirse de los
empleados. No supo decirme –porque no lo sabía- si esa sorprendente actitud se
debía a la propia iniciativa del regidor o si obedecía a un consejo de su
gabinete, aunque ella se inclinaba más por esto último que por lo primero
teniendo en cuenta la personalidad y el histórico del Sr. de Foxá en el
dilatado tiempo que ha permanecido al frente de esa institución.
Lo
que en otro caso se pueden entender como comportamientos normales, como es que un jefe
antes de dejar su cargo lleve a cabo un recorrido saludando y agradeciendo a
todos los trabajadores que han colaborado en su empresa, en éste y tratándose
de quien se trata es un hecho excepcional. Tan excepcional que cuando mi amiga
vio lo que estaba pasando se quedó tan pasmada que apenas pudo reaccionar
permaneciendo totalmente paralizada. Otras compañeras –me dijo- aprovecharon la
ocasión para, una vez terminado el cumplido que le correspondía, colocarse en
algún puesto vacante un poco más allá de su mesa para recibir dos besos más de
la cuenta, sabiendo que conseguir en un solo día cuatro ósculos de la máxima
autoridad municipal, aunque sean carentes de sentimiento y más bien dirigidos al
aire que a la persona, puede ser un excelente bagaje de excentricidades que
añadir a su anecdotario laboral. Contrariamente a ese deseo de acumular
cumplidos, vio que otros hacían lo mismo pero en sentido inverso, es decir buscaban
sitios vacíos en la ruta ya recorrida para evitar el encuentro, en una especie
de huída que según su impresión no estaba motivada por la vergüenza o la
desconsideración sino que consistía en una forma silenciosa de protesta por
tantos años de sentirse ignorados por el corregidor.
Al
hilo de esta conversación pregunto a mi amiga si realmente el Sr. Alcalde es
tan zulú como dicen o si solo es una fama sediciosamente atribuida y sin ningún
fundamento. La sonrisa que esboza no puede ser otra cosa que una muestra clara de
asentimiento. Ella, que es funcionara desde hace muchos al años, no recuerda ni
una sola ocasión en que emitiera dos palabras seguidas a modo de saludo ni
ningún otro intercambio verbal en los
accidentales encuentros en la escalera del edificio, pues tan digno señor giraba
disimuladamente la cabeza hacia el lado opuesto o dirigía la mirada hacia el
suelo para no tener que decir nada. Y no es que esa forma de comportarse fuera
solo con ella sino que con quien quiera que comentase esos acontecimientos
confirmaban que con ellos pasaba lo mismo.
En
vista de lo cual no me puedo imaginar el sacrificio que ha tenido que soportar
nuestro respetado Narciso con esa empalagosa sesión forzada de saludos
concentrados en un solo día, o menos aún, en una horas, teniendo que detenerse
un instante delante de cada empleado municipal, darle un apretón de manos o
intercambiar un par de besos al tiempo, y encima, como el que no quiere la cosa,
obligado a balbucear algunos monosílabos. Para una persona tan hosca como él ha
tenido que ser un auténtico suplicio.
En
el sentimiento popular Narciso de Foxá no goza precisamente de ocupar un papel
destacado dentro del escalafón de dignatarios municipales amables o educados, y
menos aún en el rango de los que han sabido acercarse a los paisanos y compartir
con ellos un rato de conversación. Es más, podría afirmarse que ni siquiera
aparece. Pero lo que es difícil de entender es que llevando como lleva tantos
años al frente del gobierno municipal, no haya vencido esa fobia al contacto
humano que le mantiene distante. Porque ese cargo requiere, además de la
capacidad de gestión, don de liderazgo y contar con poderosos apoyos, la facultad
de saber dirigirse a la gente, hablar con ella, preocuparse por sus problemas y,
cuando menos, saludar a quien te encuentres.
Afortunadamente
para él no tendrá que soportar situaciones tan desagradables como la que ha
tenido que padecer, ni hacerse el sueco ni padecer tortícolis de tanto girar la
cabeza. Ahora, por fin, ya puede elegir meterse en su caparazón para rumiar su
zafiedad a solas, una vez obtenido el deseado descanso después de tanta y tan
larga actividad social a la que le deparaba su cargo político. Ir en el número 48 de la lista del Partido Popular a la Asamblea de Madrid debía ser un premio más
bien simbólico de su formación en reconocimiento a los servicios prestados, lo que
es de suponer aceptara después de valorar el escaso riesgo que suponía.
Afortunadamente para él, las previsiones se han cumplido y la cosa solo ha
quedado en que su nombre apareciera en
las papeletas de votación.
De
estas cosas hablo en la larga charla con mi amiga, cuyo resumen es lo que aquí
escribo tratando de ser lo más fiel posible. Yo no puedo aportar nada
interesante al respecto porque mi experiencia personal es prácticamente nula y por
tanto carece de valor: en los años que
Narciso de Foxá ha estado al frente del Ayuntamiento le habré visto de cerca un par de veces o, a lo
sumo, tres. Por supuesto, que no nos hemos saludado. Ni siquiera por gestos. Y
es comprensible, porque él no tiene por qué conocer a todos los vecinos y yo…, yo
no tengo por costumbre saludar a los fantasmas.
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