jueves, 13 de junio de 2019

Besos de despedida

Me cuenta una amiga de la infancia que trabaja en el Ayuntamiento, que hace unos días el alcalde saliente, en un acto de heroicidad suprema, realizó una turné por los distintos departamentos de la Casa Consistorial para despedirse de los empleados. No supo decirme –porque no lo sabía- si esa sorprendente actitud se debía a la propia iniciativa del regidor o si obedecía a un consejo de su gabinete, aunque ella se inclinaba más por esto último que por lo primero teniendo en cuenta la personalidad y el histórico del Sr. de Foxá en el dilatado tiempo que ha permanecido al frente de esa institución.

Lo que en otro caso se pueden entender como comportamientos normales, como es que un jefe antes de dejar su cargo lleve a cabo un recorrido saludando y agradeciendo a todos los trabajadores que han colaborado en su empresa, en éste y tratándose de quien se trata es un hecho excepcional. Tan excepcional que cuando mi amiga vio lo que estaba pasando se quedó tan pasmada que apenas pudo reaccionar permaneciendo totalmente paralizada. Otras compañeras –me dijo- aprovecharon la ocasión para, una vez terminado el cumplido que le correspondía, colocarse en algún puesto vacante un poco más allá de su mesa para recibir dos besos más de la cuenta, sabiendo que conseguir en un solo día cuatro ósculos de la máxima autoridad municipal, aunque sean carentes de sentimiento y más bien dirigidos al aire que a la persona, puede ser un excelente bagaje de excentricidades que añadir a su anecdotario laboral. Contrariamente a ese deseo de acumular cumplidos, vio que otros hacían lo mismo pero en sentido inverso, es decir buscaban sitios vacíos en la ruta ya recorrida para evitar el encuentro, en una especie de huída que según su impresión no estaba motivada por la vergüenza o la desconsideración sino que consistía en una forma silenciosa de protesta por tantos años de sentirse ignorados por el corregidor.

Al hilo de esta conversación pregunto a mi amiga si realmente el Sr. Alcalde es tan zulú como dicen o si solo es una fama sediciosamente atribuida y sin ningún fundamento. La sonrisa que esboza no puede ser otra cosa que una muestra clara de asentimiento. Ella, que es funcionara desde hace muchos al años, no recuerda ni una sola ocasión en que emitiera dos palabras seguidas a modo de saludo ni ningún otro intercambio verbal en  los accidentales encuentros en la escalera del edificio, pues tan digno señor giraba disimuladamente la cabeza hacia el lado opuesto o dirigía la mirada hacia el suelo para no tener que decir nada. Y no es que esa forma de comportarse fuera solo con ella sino que con quien quiera que comentase esos acontecimientos confirmaban que con ellos pasaba lo mismo.

En vista de lo cual no me puedo imaginar el sacrificio que ha tenido que soportar nuestro respetado Narciso con esa empalagosa sesión forzada de saludos concentrados en un solo día, o menos aún, en una horas, teniendo que detenerse un instante delante de cada empleado municipal, darle un apretón de manos o intercambiar un par de besos al tiempo, y encima, como el que no quiere la cosa, obligado a balbucear algunos monosílabos. Para una persona tan hosca como él ha tenido que ser un auténtico suplicio.

En el sentimiento popular Narciso de Foxá no goza precisamente de ocupar un papel destacado dentro del escalafón de dignatarios municipales amables o educados, y menos aún en el rango de los que han sabido acercarse a los paisanos y compartir con ellos un rato de conversación. Es más, podría afirmarse que ni siquiera aparece. Pero lo que es difícil de entender es que llevando como lleva tantos años al frente del gobierno municipal, no haya vencido esa fobia al contacto humano que le mantiene distante. Porque ese cargo requiere, además de la capacidad de gestión, don de liderazgo y contar con poderosos apoyos, la facultad de saber dirigirse a la gente, hablar con ella, preocuparse por sus problemas y, cuando menos, saludar a quien te encuentres.

Afortunadamente para él no tendrá que soportar situaciones tan desagradables como la que ha tenido que padecer, ni hacerse el sueco ni padecer tortícolis de tanto girar la cabeza. Ahora, por fin, ya puede elegir meterse en su caparazón para rumiar su zafiedad a solas, una vez obtenido el deseado descanso después de tanta y tan larga actividad social a la que le deparaba su cargo político. Ir en el número 48 de la lista del Partido Popular a la Asamblea de Madrid debía ser un premio más bien simbólico de su formación en reconocimiento a los servicios prestados, lo que es de suponer aceptara después de valorar el escaso riesgo que suponía. Afortunadamente para él, las previsiones se han cumplido y la cosa solo ha quedado en  que su nombre apareciera en las papeletas de votación.

De estas cosas hablo en la larga charla con mi amiga, cuyo resumen es lo que aquí escribo tratando de ser lo más fiel posible. Yo no puedo aportar nada interesante al respecto porque mi experiencia personal es prácticamente nula y por tanto  carece de valor: en los años que Narciso de Foxá ha estado al frente del Ayuntamiento le habré visto de cerca  un par de veces o, a lo sumo, tres. Por supuesto, que no nos hemos saludado. Ni siquiera por gestos. Y es comprensible, porque él no tiene por qué conocer a todos los vecinos y yo…, yo no tengo por costumbre saludar a los fantasmas.






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