jueves, 27 de junio de 2019

En recuerdo de Fernando Bertolá

Aquel joven roceño tuvo la mala suerte de pensar que salir esa noche a celebrar el final de curso era una buena idea; que quedar con sus amigos en la vecina Majadahonda y pasear por sus calles para dar por terminado un año de aplicación y esfuerzo para sacar tercero de Derecho con notas brillantes era una buena opción para despedirse temporalmente de los libros y los pupitres; que cruzarse con tres energúmenos malencarados en una estrecha y oscura calle a las puerta de un colegio no tendría mayor importancia; que intercambiar unas palabras y no consentir ante su exigencia de cederles el paso no llegaría más que a una pequeña discusión o, en el caso más extremo, a recibir algún empujón.

Aquel joven pacífico y buena persona, que en ese momento estaba acompañado por un amigo, se equivocaba. Un pinchazo bien dirigido acertó a clavarse en la pierna de su compañero; otra puñalada, mucho más certera, se hundió en su bondadoso corazón para acabar con su vida.

Fernando Bertolá tenía 21 años cuando fue salvajemente asesinado en una calle de esta ciudad, tal día como hoy del año 1997. Por aquel entonces grupos reducidos de siniestros personajes neonazis campeaban a su antojo por nuestro pueblo, amedrentando a quien se pusiera por delante. Y lo hacían con la permisividad de la Policía Local, la Guardia Civil y las autoridades municipales, a quienes ya se había advertido de sus andanzas y que nada hicieron para poner freno a esos desmanes. De hecho, cinco años antes otros jóvenes radicales acabaron con la vidade Hassan Al Yahami, un inmigrante marroquí a poco más de cien metros de ese mismo lugar.

El que fuera por entonces alcalde majariego, Ricardo Romero de Tejada –conocido político madrileño que se hizo famoso después por el juego sucio y unas tarjetas negras que manejaba con soltura- pretendió restar importancia a las acusaciones de la Plataforma contra la Violencia que había denunciado con anterioridad la situación de miedo que padecían los jóvenes del pueblo ante las agresiones que se producían los fines de semana.

"Son agresiones fascistas que sufrimos los jóvenes sin justificación alguna y que el alcalde se empeña en negar. Se lo habíamos dicho mil veces, la policía tenía fichados a los tres jóvenes que han sido detenidos, sabían que eran violentos, pero si no se toman medidas para evitar que actúen de nada sirve conocer quiénes son, y ahora sólo se puede lamentar la muerte de Fernando, porque ya no hay forma de devolverle la vida", señaló Carmen Álvarez, portavoz de la plataforma.

Pero lo cierto es que a Antonio de Lucas Andreu, alias “el Mechina”, autor del apuñalamiento de Fernando era bien conocido por estos lares: había sido detenido en 7 ocasiones y en cuatro se le retiraron armas blancas. Por mucho que sostuviera el Sr. Romero de Tejada que no existía inseguridad en nuestras calles la realidad era otra, como lamentablemente tuvimos ocasión de constatar.

Placa de la antigua calle de Fernando Bertolá de Majadahonda

 A raíz de aquel suceso, el Ayuntamiento decidió dar el nombre de la víctima a la calle donde ocurrieron los hechos. Sin embargo, el cambio de configuración urbana que trajo la remodelación de la Plaza de la Constitución y sus alrededores en el año 2011 significó que esa calle desapareciera al quedar integrada dentro de los jardines, y con ella la placa que recordaba a Fernando Bertolá. Tras a la finalización de las obras, el grupo municipal de Izquierda Unida-Los Verdes solicitó a los regidores que se restituyera el nombre suprimido o se le pusiera a otra calle, y se colocara una placa homenaje en dicha plaza. La petición no era descabellada ni tampoco imposible, dado que la traza de la calle original coincidía sensiblemente con la rampa peatonal empedrada que separa el área del templete de música de la plataforma donde se ubicaba la casa de la Panadería, y no hubiera sido nada complicado mantener la señalización aun cuando, para ser precisos, se cambiara la palabra calle por la de travesía, pasaje o vereda. Pero no sucedió ni lo uno ni lo otro. Todo lo más que hicieron fue, pasado el tiempo, poner junto a la morera centenaria un mojón de granito con un rimbombante rótulo encima: Jardín de Fernando Bertolá.

Y digo lo de rimbombante porque la zona donde se ubica tiene poco de jardín y mucho de erial semiabandonado. Pues si algún día pudo llegar a tener flores y plantas ornamentales que confirieran a ese espacio la categoría de jardín, hoy solo resiste un césped descuidado entre setos y calvas. Y la lápida aguanta a duras penas el paso de sus pocos años de vida sensiblemente inclinada y con el rótulo envejecido, condenada a ser objeto codiciado por los perros para depositar sus orines o por los niños que juegan en la plaza que la tienen marcando de portería. Ese es el interés que muestra nuestro Ayuntamiento en honrar el recuerdo de aquel joven estudiante víctima de la intransigencia violenta.


Estado que presenta el Jardín de Fernando Bertolá en la actualidad


Este día, en el que se cumplen 22 años aquella estúpida agresión que terminó con la vida de un joven (que, de no haber sido sesgada de cuajo y sin sentido, hoy sería como tantos otros de su edad y andaría paseando con sus hijos por la Gran Vía), no hay nada que celebrar sino recordar con tristeza. Tristeza por esa horrible fechoría. Tristeza por ver cómo nuestras medianas se reponen asiduamente con flores de temporada mientras el lugar elegido para mantener a esa víctima en la memoria languidece tristemente abandonado entre olor a orines y excrementos. Tristeza por saber que un partido político próximo a la ideología del asesino haya entrado en nuestra Corporación con derecho a compartir los mismos sillones de quienes se afanan (o, al menos, eso dicen) por defender nuestra democracia.

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