La
relación de amor-odio que nuestros gobernantes municipales mantienen con los
árboles no es de ahora. Quiero decir que no es una cosa que haya surgido
recientemente sino que tiene una larga trayectoria en la historia reciente de
Majadahonda, aunque hay que reconocer que durante el largo mandato del anterior
alcalde, Narciso de Foxá, ha sido cuando se ha manifestado de una forma más
clara y elocuente. Y para demostrar lo que digo, les invito a que ejercitemos un
poco la memoria.
En el año
2014 el Ayuntamiento acometió la reforma del Parque Colón, una intervención que para muchos vecinos era innecesaria,
para otros demasiado costosa, y para todos una forma encubierta de suprimir las
pistas deportivas de acceso libre que existían en la zona de actuación y
servían para que muchos jóvenes de nuestro pueblo practicaran el baloncesto, el patinaje y otros juegos de esparcimiento; de hecho, eran el único recinto de
ese tipo en el centro y que, con la reforma del parque, han quedado reducidas a
un ridículo semicírculo de cemento con una canasta. La iniciativa, promovida
por el Equipo de Gobierno de entonces, se valió de la mayoría que ostentaba el
grupo político del Partido Popular para sacarla adelante, a pesar de la opinión en contra de todos los grupos de la oposición y de Plataformas vecinales que se manifestaron en contra de ese
proyecto. Porque, aparte del importe económico que suponía esa reforma, las
obras llevaban añadido un coste adicional: la desaparición de medio centenar de
árboles adultos sin ninguna justificación. De nada sirvieron las protestas ni
las peticiones para que se reconsiderara el programa inicial –el cual, por
cierto, se mantuvo en total ocultamiento- y de adoptaran medidas cautelares
para su paralización; las obras siguieron adelante y los árboles sucumbieron
bajo las sierras mecánicas.
Algo similar ocurrió
con la peatonalización del Bulevar Cervantes. Corría el año 2010 y tanto los grupos municipales en la oposición como vecinos y comerciantes de la zona no veían con buenos ojos que se
cayera del proyecto el aparcamiento subterráneo inicialmente previsto ya que,
aparte de expulsar el tráfico de esa zona y de la anexa Plaza de Pizarro, se
suprimían todos los aparcamientos existentes, que no eran pocos, y un buen
número de árboles (en este caso plátanos de buen porte) que daban sombra y vida al bulevar. Con igual
parsimonia, la apisonadora del Partido Popular pasó por encima de cualquier
reacción y ejecutó la obra. Y con ella dictó la sentencia de muerte a esos
árboles sanos y robustos, pues, aun cuando fueron trasplantados a las zonas
verdes de El Carralero, lo cierto es que –¡se dice pronto!- no sobrevivió ni
uno.
Remontándonos algo
más en el tiempo, en una fecha que no puedo precisar, se acometió una operación
parecida. Fue a las afueras del cementerio donde, junto a su valla que da al sur y tiene bellas vistas de la sierra madrileña, se plantaron dos hileras de abetos de buen tamaño cuya procedencia también
desconozco. En este caso y para asegurar bien que arraigaran se empleó una tecnología
nueva y poco común por su alto coste: se extraían junto con el cepellón mediante una
enorme pinza manejada desde un camión gigante y se trasladaban dentro de la
tenaza hasta el punto donde quedarían trasplantados. Quien pase ahora por el
lugar no verá ni rastro de ellos, porque los pobres se secaron pronto y estuvieron un tiempo allí expuestos hasta que decidieron quitarlos.
Árboles trasplantados junto al cementerio, totalmente secos |
La banal forma con
que los responsables municipales en esta área –supongo que será la Concejalía
de Medio Ambiente y, dentro de ella, la sección de Parques y Jardines- adoptan
en el tratamiento de estos temas es realmente preocupante, tanto en la
pasividad que muestran ante los arboricidios cuanto en la adopción de sistemas de
recuperación condenados al fracaso como así ha quedado demostrado una y otra
vez. En lo que se refiere a la eliminación arbustiva, por dar consentimiento a
que para hacer o rehacer un parque o realizar una remodelación de un espacio
urbano, se talen ejemplares sanos para sustituirlos por anodinos parterres o
pavimentaciones, en lugar de adecuar el diseño de éstos respetando la posición
de aquellos con el fin de preservarlos. Y en lo que respecta a los trasplantes,
por creer que sólo basta cambiarlos de sitio y esperar a que se las apañen
ellos solitos sin mayor cuidado que una regada de vez en cuando.
Con todo, en nuestro pueblo
no dejan de construir parques y más parques (ahora todos ellos con área-gimnasio
canino, ¡no faltaría más!) como si fuera lo único que necesita Majadahonda. Lo malo es que al mismo tiempo dejan que se deterioren los antiguos y las zonas verdes en general,
y prestan poca atención al estado de las plantas que si no se secan o se desmadran,
se vencen o se desploman al menor descuido, cuando no son abatidas directamente
por los leñadores municipales.
En fin, una extraña ambivalencia que debería ser objeto de análisis por especialistas en salud mental.
En fin, una extraña ambivalencia que debería ser objeto de análisis por especialistas en salud mental.
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