Robert Louis
Stevenson es sin duda uno de los grandes maestros de la literatura fantástica del
siglo XIX. Su vida transcurrió entre 1850 y 1894 y escribió novelas tan conocidas
cono “La isla del tesoro” o “La flecha negra”. Pero también es suya
otra obra titulada “El extraño caso del doctor
Jekyll y el señor Hyde” en la que se atrevió a retratar el caso de un respetable
médico que padecía doble personalidad merced a una pócima que andaba probando
en su laboratorio y que, después de ingerirla, le convertía en un ser sumamente
agresivo y perverso totalmente opuesto al habitual. Algo así como el bien y el
mal metidos en la misma persona, alternando su dominio en función del efecto del
brebaje.
No creo que el
célebre escritor escocés llegara a pisar Majadahonda. Según sus biógrafos nunca se acercó a nuestra patria
hispana, atraído como estaba por otras tierras que llamaban más su atención. De
hecho, lo más cercano que estuvo de nuestra cultura fue con ocasión de una visita a la misión de San Carlos Borromeo de Carmelo, en California, allá por 1870, que sin embargo le sirvió para quedar
prendado del canto gregoriano y de la devoción litúrgica de los indios
carmelitas. Por lo tanto es más que probable que no oyera hablar de nuestro
pueblo en su vida, y menos aún teniendo en cuenta que por entonces no era más
que un poblado de pastores y labriegos, carente de interés para nadie que no
fuera un amante de los paisajes desolados.
No obstante, todo esto
no es óbice para que los que gobiernan esta ciudad traten de emular al Dr. Hyde
en lo que en Psiquiatría se conoce como un trastorno disociativo de la
identidad, o sea, lo que vulgarmente se entiende como temperamento contrapuesto.
Digo esto porque ese desdoblamiento de la personalidad y los conflictos que los
cambios de comportamiento traen consigo son tan habituales en las actuaciones
municipales de los últimos años, que de no mediar más de un siglo entre la
época actual y la que vivió el famoso prosista, podría decirse que la
inspiración para escribir su novela la obtuvo de mirar lo que les ocurre a
nuestros gobernantes.
Vengo a comentar este
paralelismo entre la realidad y la ficción del mundo literario por algo que no
es novedoso pero que hace uno días elevó varios grados más la temperatura de la
indignación. El pasado 29 de enero, se volvió a cometer otro latrocinio contra nuestro
patrimonio natural talando una hilera de árboles junto al cementerio. De buenas
a primeras y sin mediar aviso, una cuadrilla de exterminadores acabó de cuajo
con la vida de unos cuantos ejemplares que han acompañado a varias generaciones
de majariegos. Los operarios que realizaban su labor depredadora no estaban identificados
ni portaban algún logotipo bordado en sus ropa de faena, como tampoco había
rótulos en los vehículos auxiliares, por lo que no podía saberse la procedencia
o pertenencia de esa cuadrilla de leñadores. Pero el hecho de que no hubiera
presencia policial o del SEPRONA hace suponer que esos trabajos estaban
autorizados por el Ayuntamiento, o que por lo menos éste tenía conocimiento de
ello y no se oponía a que se llevaran a cabo. Cosa que no es de extrañar, dado el
escaso interés que la Concejalía de Medio Ambiente muestra por los árboles de
nuestro municipio y mucho menos por los que tienen el más mínimo problema.
La calle del Cementerio inmediatamente después del atentado medioambiental |
Así lo han demostrado -y lo siguen haciendo- cada vez que los temporales meteorológicos o los ataques de xilófagos se ceban con alguno: en vez de aplicarles tratamientos de cura o sujetarlos con tensores para intentar salvarlos, sacan el hacha y lo hacen picadillo. Y a otra cosa, mariposa. Como si nada hubiera pasado. Es como si los servicios de urgencia médica encontrasen a alguien tosiendo por la calle y, en vez de suministrarle un medicamento, le asestaran una puñalada para acabar cuanto antes.
Estos métodos tan
expeditivos que los empleados municipales utilizan en las tareas de
conservación –en este caso, aniquilamiento- del arbolado urbano contrastan radicalmente
con la imagen que, desde el Ayuntamiento, se empeñan en transmitir a los
vecinos a través del boletín y la web municipal, la prensa colaboradora y otros medios de propaganda
oficial. En ellos suele aparecer el señor Alcalde (con los concejales que toque
en cada ocasión) inaugurando un nuevo parque o visitando las obras de adecuación de alguno de los otros que
dispone el municipio y cuya deficiente conservación los convierte en áreas tan lamentablemente
degradadas que requieren una costosa intervención para recuperarlas. Las fotos
de nuestro regidor en estas ocasiones muestran la cara amable del Dr. Jekill.
El Alcalde de Majadahonda, José Luis Álvarez Ustarroz, y la Concejal de medio Ambiente, Vanesa Bravo, durante una visita a las obras de recuperación del parque Delta |
Por el contrario no
hay noticias de la otra cara, la de la monstruosa bestia que también habita en
la Casa Consistorial y que no duda en asir la sierra para acabar con las
plantas que se interpongan en su camino, cediendo a la debilidad de ejercer
tareas de destrucción y derribo en lugar de estudiar otras alternativas y
medios que permitan su conservación.
No sabemos si esos
árboles estaban atacados por algún mal pero es muy extraño que enfermen todos a
la vez. Tampoco tenemos constancia de que hubiera necesidad alguna de matarlos ni
que obedezca a alguna iniciativa relacionada con proyectos u obras no
anunciadas. Por otro lado, nadie desde ninguna plataforma dio la alarma o el
aviso de que fueran a hacer semejante fechoría, un silencio que arroja sobre
esa actuación la sospecha de que por alguna razón es algo que se desea mantener
oculto al conocimiento general. Cualquiera que sea el motivo que haya conducido
a este resultado, la realidad es que aquellos ejemplares que luchaban por
mantenerse dignamente en pie a pesar de haber quedado confinados en un océano
de hormigón que les restaba humedad y nutrientes, y sufrir los envites de los
coches aparcados en su entorno, han sido fulminados por las sierras mecánicas
sin ningún tipo de miramiento ni compasión.
Ahora, cuando paseo
junto a la valla del cementerio, miro con pena los seis tocones que todavía
emergen tristemente del suelo. Es entonces cuando siento a mis espaldas la
sonrisa maléfica de Mr. Hyde.
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