viernes, 7 de febrero de 2020

Dr. Jekyll y Mr. Hyde en Majadahonda

Robert Louis Stevenson es sin duda uno de los grandes maestros de la literatura fantástica del siglo XIX. Su vida transcurrió entre 1850 y 1894 y escribió novelas tan conocidas cono “La isla del tesoro” o “La flecha negra”. Pero también es suya otra obra titulada “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” en la que se atrevió a retratar el caso de un respetable médico que padecía doble personalidad merced a una pócima que andaba probando en su laboratorio y que, después de ingerirla, le convertía en un ser sumamente agresivo y perverso totalmente opuesto al habitual. Algo así como el bien y el mal metidos en la misma persona, alternando su dominio en función del efecto del brebaje.





No creo que el célebre escritor escocés llegara a pisar Majadahonda. Según  sus biógrafos nunca se acercó a nuestra patria hispana, atraído como estaba por otras tierras que llamaban más su atención. De hecho, lo más cercano que estuvo de nuestra cultura fue con ocasión de una visita a la misión de San Carlos Borromeo de Carmelo, en California, allá por 1870, que sin embargo le sirvió para quedar prendado del canto gregoriano y de la devoción litúrgica de los indios carmelitas. Por lo tanto es más que probable que no oyera hablar de nuestro pueblo en su vida, y menos aún teniendo en cuenta que por entonces no era más que un poblado de pastores y labriegos, carente de interés para nadie que no fuera un amante de los paisajes desolados.

No obstante, todo esto no es óbice para que los que gobiernan esta ciudad traten de emular al Dr. Hyde en lo que en Psiquiatría se conoce como un trastorno disociativo de la identidad, o sea, lo que vulgarmente se entiende como temperamento contrapuesto. Digo esto porque ese desdoblamiento de la personalidad y los conflictos que los cambios de comportamiento traen consigo son tan habituales en las actuaciones municipales de los últimos años, que de no mediar más de un siglo entre la época actual y la que vivió el famoso prosista, podría decirse que la inspiración para escribir su novela la obtuvo de mirar lo que les ocurre a nuestros gobernantes.

Vengo a comentar este paralelismo entre la realidad y la ficción del mundo literario por algo que no es novedoso pero que hace uno días elevó varios grados más la temperatura de la indignación. El pasado 29 de enero, se volvió a cometer otro latrocinio contra nuestro patrimonio natural talando una hilera de árboles junto al cementerio. De buenas a primeras y sin mediar aviso, una cuadrilla de exterminadores acabó de cuajo con la vida de unos cuantos ejemplares que han acompañado a varias generaciones de majariegos. Los operarios que realizaban su labor depredadora no estaban identificados ni portaban algún logotipo bordado en sus ropa de faena, como tampoco había rótulos en los vehículos auxiliares, por lo que no podía saberse la procedencia o pertenencia de esa cuadrilla de leñadores. Pero el hecho de que no hubiera presencia policial o del SEPRONA hace suponer que esos trabajos estaban autorizados por el Ayuntamiento, o que por lo menos éste tenía conocimiento de ello y no se oponía a que se llevaran a cabo. Cosa que no es de extrañar, dado el escaso interés que la Concejalía de Medio Ambiente muestra por los árboles de nuestro municipio y mucho menos por los que tienen el más mínimo problema.



La calle del Cementerio inmediatamente después del atentado medioambiental

Así lo han demostrado -y lo siguen haciendo- cada vez que los temporales meteorológicos o los ataques de xilófagos se ceban con alguno: en vez de aplicarles tratamientos de cura o sujetarlos con tensores para intentar salvarlos, sacan el hacha y lo hacen picadillo. Y a otra cosa, mariposa. Como si nada hubiera pasado. Es como si los servicios de urgencia médica encontrasen a alguien tosiendo por la calle y, en vez de suministrarle un medicamento, le asestaran una puñalada para acabar cuanto antes.

Estos métodos tan expeditivos que los empleados municipales utilizan en las tareas de conservación –en este caso, aniquilamiento- del arbolado urbano contrastan radicalmente con la imagen que, desde el Ayuntamiento, se empeñan en transmitir a los vecinos a través del boletín y la web municipal, la  prensa colaboradora y otros medios de propaganda oficial. En ellos suele aparecer el señor Alcalde (con los concejales que toque en cada ocasión) inaugurando un nuevo parque o visitando las obras de adecuación de alguno de los otros que dispone el municipio y cuya deficiente conservación los convierte en áreas tan lamentablemente degradadas que requieren una costosa intervención para recuperarlas. Las fotos de nuestro regidor en estas ocasiones muestran la cara amable del Dr. Jekill.



El Alcalde de Majadahonda, José Luis Álvarez Ustarroz, y la Concejal de medio Ambiente, Vanesa Bravo,
durante una visita a las obras de recuperación del parque Delta

Por el contrario no hay noticias de la otra cara, la de la monstruosa bestia que también habita en la Casa Consistorial y que no duda en asir la sierra para acabar con las plantas que se interpongan en su camino, cediendo a la debilidad de ejercer tareas de destrucción y derribo en lugar de estudiar otras alternativas y medios que permitan su conservación.

No sabemos si esos árboles estaban atacados por algún mal pero es muy extraño que enfermen todos a la vez. Tampoco tenemos constancia de que hubiera necesidad alguna de matarlos ni que obedezca a alguna iniciativa relacionada con proyectos u obras no anunciadas. Por otro lado, nadie desde ninguna plataforma dio la alarma o el aviso de que fueran a hacer semejante fechoría, un silencio que arroja sobre esa actuación la sospecha de que por alguna razón es algo que se desea mantener oculto al conocimiento general. Cualquiera que sea el motivo que haya conducido a este resultado, la realidad es que aquellos ejemplares que luchaban por mantenerse dignamente en pie a pesar de haber quedado confinados en un océano de hormigón que les restaba humedad y nutrientes, y sufrir los envites de los coches aparcados en su entorno, han sido fulminados por las sierras mecánicas sin ningún tipo de miramiento ni compasión.

Ahora, cuando paseo junto a la valla del cementerio, miro con pena los seis tocones que todavía emergen tristemente del suelo. Es entonces cuando siento a mis espaldas la sonrisa maléfica de Mr. Hyde.



No hay comentarios:

Publicar un comentario