martes, 19 de febrero de 2019

El misterioso caso de las macetas semovientes

Un buen día aparecieron dispersos por la Gran Vía un número indeterminado de elementos dispuestos en la parte central, a tresbolillo y sin un orden concreto de reparto, pero suficientemente llamativo como para que quienes frecuentan por necesidad o placer esa travesía majariega se preguntaran qué hacían allí y qué función venían a desempañar en un espacio urbano que no necesitaba de ellos. Eran cuencos de fundición de forma semiesférica a modo de maceteros, que antes ocupaban lugar en las calles transversales y que por arte de magia se habían trasladado a la principal vía peatonal de nuestro pueblo.

Como nadie había dado cuenta anticipadamente de que eso fuera a suceder ni por qué motivo, los vecinos se preguntaban con asombro qué sentido tenía aquella novedad y  empezaron a hacer cábalas y suposiciones sobre su significado, y a discutirlo en sus tertulias. Cuando alguien apuntaba que simplemente sería cuestión de adorno para aliviar la aridez del enlosado, otro respondía que no le parecía esa la razón porque si fuera así tendrán que haber sido más cuidadosos en la selección de las plantas ya que las pobres parecían estar sacadas directamente del Purgatorio. Si al hilo de esto uno decía que no era tanto un asunto de ornamentación sino de conducir a los caminantes por las zonas lisas para que no tropezasen con el adoquinado, en un ensayo del Ayuntamiento para buscar solución a los tropezones que sufren las personas mayores (y no tan mayores) hasta que no se acometieran las obras de “alisado” que llevan anunciando desde hace meses y que nunca empiezan, otros argumentaban que habían comprobado que la posición de las macetas no guardaban ninguna relación con esa teoría porque estaban colocadas aleatoriamente y ocupaban tanto zonas lisas como arrugadas. Un par de ancianos de esos que andan encorvados dando pasitos cortos con las manos cogidas a la espalda pensaban que por fin habían hecho caso de sus protestas por la excesiva velocidad que con que circulaban los ciclistas por allí, pero otros de la misma edad rebatían ese planteamiento argumentando que ahora sería más peligroso porque tanto peatones como bicicletas tenían que compartir los estrechamientos. Una señora a la que se conocía por su tendencia a los constipados expuso en su opinión esa forma de colocar las plantas en zigzag tenía la misión de obstaculizar la rachas de viento serrano que se hacen más patentes en los días invernales, y bendecía esa decisión porque así evitaría resfriados….


Maceteros en la Gran Vía de Majadahonda

Cada día era ocasión para exponer una nueva hipótesis y para que los vecinos siguieran haciendo conjeturas y elucubraciones sobre este asunto, ya que nadie se molestó de dar una explicación oficial desde el Consistorio o, si llegó a hacerlo, lo hizo tan bajito que pocos fueron los que se enteraron. El caso es que allí seguían los tiestos como pequeños meteoritos caídos del cielo ocupando los sitios menos adecuados y estorbando al paso. Al paso y a la visión porque esa sucesión de vegetales con pedestal impedían lo mismo el panorama de la sierra al fondo cuando ibas en dirección a Jardinillos, que la de la cuesta de la Ermita del Cristo cuando lo hacías en dirección contraria. Aunque es cierto que también venían de perlas cuando querías sortear el encuentro de algún pesado ocultándote a su paso entre las ramas, siempre que tuvieras la suerte de que el indeseado encuentro coincidiera con una maceta bien poblada, acuerdo que ocurría en contadas ocasiones.

Ya nos habíamos acostumbrado a ese muestrario de lánguidas vegetaciones en recipientes destartalados y peligrosos para las rodillas, y a caminar sesgadamente para sortear esa  sucesión de obstáculos e incluso a compartir el trazado de nuestro camino con los vehículos que esporádicamente irrumpían con su tránsito, cuando de repente y sin previo aviso, otro buen día se esfumaron con el mismo sigilo y misterio con el que hicieron aparición y la Gran Vía recuperó el estado de siempre. Y, como había sucedido meses antes, los vecinos volvieron a buscar explicaciones para sus adentros y a exponer sus diferentes teorías en los mismos foros de antaño: que si efectivamente la propuesta de ornamentación no había dado el resultado esperado; que si la gente seguía torciéndose los pies con el empedrado y, además habían conseguido una magulladura más en las piernas al tropezar con el canto de hierro; que si las bicis no iban más despacio sino que aprovechaban lo tortuoso del recorrido para hacer eslalon; que si el viento del otoño no había sido amansado pues no solo soplaba con la misma fuerza sino que al mover los ramajes éstos podían saltarte un ojo…

Algún fantasioso o bromista llegó a lanzar el bulo de que esa iniciativa pretendía dificultar el acceso y la circulación de vehículos a una calle peatonal en previsión de que en nuestra ciudad se pudieran reproducir un atentado terrorista como el acontecido en la Ramblas de Barcelona un año antes, en el que una furgoneta acometió a los viandantes ocasionado quince muertos, muchos heridos y el pánico general. A mí particularmente nunca que pareció que esa versión fuera creíble. No había más que ver la habilidad con que los vehículos de Policía y las camionetas del servicio de limpieza sorteaban los hitos varias veces al día sin mayores dificultades. Pero además era evidente que por las calles transversales el camino está expedito para que entren y salgan libremente, e incluso por el cruce de Colón donde con frecuencia faltan bolardos que se no se reponen. De modo que si a algún descerebrado le hubiera dado por cometer salvajadas en la Gran Vía, lo podría haber hecho en aquel momento sin demasiadas complicaciones.

Puestos a fantasear, me gusta más idea de que estos misteriosos sucesos puedan están enmarcados dentro de un fantasmagórico viaje de macetas semovientes que siguen la ruta de los antiguos pastores trashumantes y que aparecen en las poblaciones que tiempo atrás visitaron, desvaneciéndose después sin dejar rastro como si nada hubiera pasado, excepto ese mensaje fugaz como un sentido homenaje y un entrañable recuerdo de los tiempos de la Mesta.

Pastoreo trashumante en un descanso (AHPso)

Ahora bien, si como sería más lógico este quita y pon macetero es obra antropogénica y no de fantasmas sino procedente de los responsables municipales, me parece totalmente despectivo por su parte que no dieran cuenta de ello de forma que la población hubiera estado al tanto de las situación. A no ser que lo que pretendieran fuera mantener viva la imaginación de los vecinos y estimular el ejercicio de su neuronas, lo que por lo antes expuesto puede calificarse de objetivo alcanzado. Ahora bien, eso tiene sus riesgos, y uno de ellos es que los vecinos puedan llegar a la conclusión de que el Ayuntamiento está dirigido por gente con un coeficiente intelectual muy cortito.

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