domingo, 3 de febrero de 2019

Una jaula vacía en medio de la plaza

Cuando en la primavera de 2011 abrieron apresuradamente al público la Plaza de la Constitución tras las obras que la dotaron de mayores dimensiones conectándola con la de Jardinillos, y de una nueva configuración incorporando un templete de música y amplias zonas ajardinadas, todo el mundo se preguntaba qué hacía aquella especie de túmulo funerario que se elevaba en el punto central de la explanada y que seguía rodeado de vallas de obra. Luego supimos que era la caseta de un ascensor que, cuando estuvieran terminados los trabajos -eran tiempos preelectorales y había que inaugurar cosas estuvieran como estuvieran- permitiría acceder al aparcamiento subterráneo, al igual que lo haría la escalera que, también encerrada entre las vallas, permanecía semioculta y casi imperceptible.

Me preguntaba entonces cómo era posible que un elemento secundario ocupara el espacio más importante de la plaza rompiendo la perspectiva desde cualquier punto y desfigurando con su presencia la fachada de la Iglesia de Santa Catalina, siendo como era su imagen una de las más antiguas y representativas del municipio.  Pero si me resultaba extraño que a quien se encargase su diseño no se le hubiera ocurrido desplazar ese pegote a cualquier zona más discreta y apartada, todavía me parecía más insólito que los responsables municipales de aprobar el proyecto y vigilar el seguimiento de las obras hubieran permitido ese dislate.


Iglesia de Santa Catalina desde la Plaza de la Constitución (2012)


No contentos con tener un monolito afeando la plaza, tiempo después le añadieron un hermano igual de antiestético al otro lado de escalera. Dieron como razón que eran chimeneas de extracción cuya elevación era necesaria para cumplir las ordenanzas. De modo que ya no eran uno sino dos los emplastos adornando la panorámica y, aunque estuvieran rodeados de muretes formando jardineras, lo que contenían éstas era tierra totalmente pelada que, de tener alguna vez plantas, debió ser el día que doña Esperanza Aguirre visitó la ciudad por aquellas fechas en calidad de Presidenta de la Comunidad y aprovechó -cómo no- para dar el correspondiente discursito y unas cuantas palmaditas en la espalda de nuestro Alcalde.

El tiempo ha demostrado que tanto el ascensor -que nunca ha funcionado- como las chimeneas -que apenas lo hacen, dada la escasa afluencia de vehículos por el subterráneo- son piezas completamente inservibles. Igual le pasa a la escalera, por la cual no se sabe si alguna vez ha subido o bajado alguien que no fueran niños jugando a esconderse o a recoger una pelota y, de tarde en tarde, los servicios de limpieza. Aunque, según los vecinos, también servía de refugio donde parejas de adolescentes daban rienda suelta a su fogosidad, asunto que tenía igualmente preocupado al párroco de la iglesia que tenía que soportar pacientemente que se cometiese pecado tan cerca del sacro lugar.


Plaza de la Constitución vista desde la iglesia (2016)

Un buen día, años atrás, colocaron unas cerrajerías apoyadas en las barandillas de la escalera y allí permanecieron misteriosamente atadas con cadenas sin que cambiaran de posición, pese a los riesgos que suponían sus aristas y partes sobresalientes para los niños que solían jugar alrededor. Otro buen día, después de mucho tiempo y cuando ya nos habíamos acostumbrado a ese acopio de chatarra, desaparecieron sin dejar rastro de forma igualmente misteriosa.

Hace ya varios meses que la escalera ha sido cerrada con unas tramas de acero a modo de enorme jaula con techo, con lo que el nuevo añadido agudiza más aun la fealdad del conjunto haciéndolo ahora todavía más visible. Sin embargo, me alegra que por fin hayan encontrado un provecho a ese engendro, y si es para construir una especie de zoológico en pequeñito, mejor, pues Majadahonda carece de establecimientos de ese tipo en el casco urbano.




Iglesia de Santa Catalina desde la Plaza de la Constitución (2018)

Dada la corta edad de la plaza, es curioso que esta pieza tan controvertida haya cambiado varias veces de apariencia sin que ninguna de ellas pueda considerarse satisfactoria ni a gusto de nadie. Así que no se puede asegurar que no sigan ensayando con ella e introduciendo otras variaciones. De momento, eso es lo que tenemos; lo que ocurre es que hasta hoy no han metido a ningún bicho dentro y, aparte de que queda un poco triste, sigue siendo igual de inútil que antes. Confiemos en que en los presupuestos de este año hayan incluido una partida para poder rellenarlo con algo vistoso. Aunque solo sean unos simples jilgueros que alegren la plaza con sus trinos y jolgorios, para gozo y beneplácito del cura y sus feligreses.

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