lunes, 28 de marzo de 2022

Un golpe de generosidad

Para los que no somos aficionados a este deporte, el rugby nos parece un juego de brutos. La impresión que uno se lleva cuando asiste como  espectador a un partido entre dos equipos es de estar viendo a una treintena de bestias peleándose por un balón apepinado con la única intención de colocarlo como sea detrás de la línea de fondo contraria o darla un patadón para que pase entre unos palos que apuntan al cielo y están unidos entre sí por una traviesa.Y para ello se emplean con la máxima rudeza exponiéndose a todo tipo de encontronazos y trabazones que no sólo no rehúyen sino que parecen propensos a buscarlos, formando frecuentemente cuando uno de ellos cae enormes montañas de cuerpos montados unos sobre otros indistintamente del color que sean sus camisetas. Y, de tanto en tanto, cuando el árbitro lo ordena se juntan en un ademán de darse de frente sus cabezas y forman un círculo compacto en el que cada equipo empuja a ver quién puede más como si fueran juntas de bueyes.

Pues bien, esa aparente brutalidad es completamente falsa porque el rugby es uno de los deportes más limpios y nobles que existen tanto dentro del terreno de juego como fuera. Dentro de la cancha cualquier acción que arroje la más mínima duda de que pueda ser lesiva para el rival o malintencionada es penalizada severamente y está mal vista incluso por los integrantes del propio equipo. Y fuera, porque lo que ellos llaman el tercer tiempo, que es compartir una cervezas y un buen rato ambos equipos y sus respectivos seguidores, lo disfrutan tanto o casi más que el propio encuentro.

Esa dicotomía es lo que caracteriza a quienes practican este deporte: reírse y abrazarse como hermanos bien avenidos justo después de estar dos horas dándose porrazos. Algo que a los extraños nos puede parecer que no tiene mucho sentido pero que para ellos es la esencia misma de esta disciplina deportiva. Y es porque quienes estamos fuera de juego desconocemos que dentro de esos cuerpos mastodónticos hay también enormes corazones.




Tal vez esa sea la razón de que el Club de Rugby de Majadahonda ha dejado por un momento de darse maporros y haya unido sus fuerzas para dar un golpe magistral: emprender una campaña para ayudar a las víctimas de la guerra en Ucrania. Sin apenas recursos pero con un enorme entusiasmo, y sin otra publicidad para dar a conocer esta iniciativa que el boca a boca o las redes sociales, los integrantes de este modesto club deportivo en sus distintas categorías han conseguido reunir en poco menos de una semana más de 120 paletas de material donado por allegados al club y por los vecinos en general. Alimentos envasados no perecederos, material de higiene y aseo personal, medicamentos, apósitos, compresas, ropa de abrigo, productos de limpieza, etc, ,etc,…todo tipo de género que sirva para paliar las necesidades de miles de personas que han sido obligadas a abandonar sus hogares huyendo del conflicto armado.

La respuesta de los majariegos ha sido extraordinaria y en un plazo de pocos días ha rebasado todas las previsiones. Los espacios reservados para almacenar el material que en principio eran  las salas que ocupa el club bajo las gradas del estadio, hubo que ampliarlos a otras zonas del recinto deportivo. Y para su traslado, que en principio iba a hacerse con vehículos particulares hasta el punto centralizado de recogida en Fuenlabrada, se ofreció Mudanzas Agustín, empresa local que donó las cajas de embalaje y puso a disposición del club camiones y personal necesario para hacer ese trabajo.








Estos hechos dan cuenta de la generosidad de Majadahonda cuando se trata de arrimar el hombro por una causa solidaria. Generosidad de corazón; generosidad con letras mayúsculas que no tiene nada que ver con las limosnas que da el Ayuntamiento, con cargo a las cuentas municipales, para ayudar a casos de necesidad. Me refiero concretamente a los 20.000 euros que hace poco se destinaron a los damnificados de la isla de Palma.

En el caso de Ucrania, desastre humanitario de proporciones mucho mayores y de carácter más urgente, todavía estamos esperando que el Equipo de Gobierno informe si nuestro Ayuntamiento se va a sumar a las ayudas que ya están aportando muchas localidades españolas más modestas y menos presumidas, que no han dudado en gravar su tesorería aún por encima de sus posibilidades. A este respecto, permítanme que exprese mi escepticismo. En primer lugar, porque conociendo la lentitud de respuesta de que hace gala nuestro Alcalde en los asuntos cotidianos, no me puedo imaginar que de repente le dé un arrebato repentino con este tema.  Y segundo, porque visto el bochornoso espectáculo que dio la Corporación municipal el pasado día 9 de marzo sin haber conseguido ponerse de acuerdo en la declaración  institucional frente a la guerra, creo que esperar a que convengan entregar algún tipo de ayuda es una auténtica quimera.

La iniciativa puesta en marcha por el Club de Rugby, otras similares emprendidas la Fundación Rayo Majadahonda, la Plataforma 2030 y varias más, secundadas por  la respuesta que han dado los vecinos de este pueblo, es un golpe de generosidad ciudadana, que viene a demostrar una vez más algo que ya sabemos de sobra: que los movimientos sociales son mucho más ágiles que la lenta maquinaria de las instituciones. Y también deja patente otro corolario: que los representantes políticos pocas veces están a la altura de los ciudadanos.

Nuestro Consistorio, representado en primer lugar por su Alcalde, José Luis Álvarez Ustarroz, y seguido por todo su Equipo de Gobierno ha perdido una magnífica oportunidad para demostrar que sabe estar a la altura de las circunstancias y que ayudar a cargar unos camiones ofrecidos gratuitamente por una empresa privada con las cosas que han sido aportadas por los vecinos no es suficiente.

Que yo sepa, ni el Sr. Ustarroz ni ninguno de sus concejales han ido un solo día a echar una mano ya sea a embalar u ordenar el material, o a mover las cajas o a rotularlas, o a colaborar en tares menos cansinas como puede ser confeccionar el inventario. Ni siquiera han aparecido para interesarse por el avance de la recolecta ni para algo tan sencillo como dar ánimos.

Llegar el último día vestido de calle para hacerse la foto y no con ropa de faena y arremangado – para eso sí que es rápido-, es un postureo que para el gabinete de Prensa puede quedar muy bien de cara a obtener réditos gratuitos. Pero para quienes que se han dejado la piel en esta campaña solidaria ese gesto puede parecer un insulto.


Fotos cedidas por el Club de Rugby de Majadahonda



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