Últimamente ando un poco desorientado. No sé cuál es el motivo, ni si es algo real o solo son imaginaciones mías, ni tampoco sé si seré capaz de expresarlo porque no es algo fácil de verbalizar. De todas formas voy a intentarlo.
¿No se han encontrado ustedes en alguna situación que les deja en
evidencia? Pongamos un ejemplo. Uno está viendo que hace tiempo que no llueve.
Pasan los días sin caer una gota y no
dice nada. Por fin se decide a comentar con un vecino que es preocupante la
ausencia prolongada de precipitaciones y que eso puede generar una sequía
generalizada con todas las consecuencias que una situación de ese tipo puede
acarrear y…Y al día siguiente se pone a llover torrencialmente.
Pues lo que me pasa ahora es una cosa así. No puedo decir que sea algo. De hecho ya me ha sucedido en otras ocasiones a lo largo de mi vida. En lo que se refiere a este blog, recuerdo una que me llamó mucho la atención porque tenía que ver con un lugar completamente dejado de la mano de Dios y del cuidado de nuestro Ayuntamiento. Me refería por aquel entonces a los aledaños del cementerio situados en la parte opuesta a la entrada principal. Esta zona, que da espalda a campo abierto y al monumento de los mártires rumanos, servía de vertedero furtivo para toda clase de residuos y en ella se acumulaba más porquería y escombros que en cualquier otro sitio del término municipal sin que se hiciera nada por evitarlo ni por llevar a cabo una mínima limpieza de vez en cuando. Ese fue el motivo de dedicar una entrada a denunciar esta vergonzosa situación.
Pues
bien, fue hablar de ello y, de buenas a primeras y por arte de birlibirloque,
pocos días después el sitio quedó limpio como uno patena, como si allí nunca se
hubiera tirado un papel. Se ponía fin así
a uno de los espectáculos más sucios y lamentables que se podían
contemplar en Majadahonda, y eso que había –y, desgraciadamente sigue habiendo-
unos cuantos para elegir.
Ahora ha pasado algo parecido. Venga a hablar de la desaparición del boletín municipal desde antes de las últimas fiestas y, de repente y sin que nadie diga su porqué, vuelve a editarse un nuevo número (o el mismo, aunque con distinto contenido) seis meses después. La publicación de la revista ha constituido una agradable sorpresa para mí, de lo que he dado cuenta en los últimos posts. Sin embargo, la información que contiene ha incidido negativamente en ese estado de desconcierto que padezco, en la forma que voy a explicar a continuación.
Empezaré
por admitir que hay una tónica general en lo que escribo que derrota siempre
hacia la parálisis que agarrota a nuestro municipio en lo que atañe a la falta
de inversiones notables, y a la atonía
que demuestran sus gobernantes en todo que se refiere a mejora de las
condiciones de vida de sus ciudadanos que vayan un poco más allá de los bares y
sus terrazas. En los últimos artículos hacía hincapié en otra cosa que también
es como una constante de este pueblo: la ausencia de noticias de interés que genera nuestro municipio en la prensa local y
regional, donde apenas aparecen menciones significativas en comparación con las
dedicadas a las poblaciones vecinas, cuyas reseñas ocupan mucho más espacio y
tienen una amplia variedad de materia.
Bueno,
pues, como en los casos anteriores, con esto ha ocurrido algo similar. La
respuesta a mis aflicciones no ha tardado en producirse y, de buenas a
primeras, el Equipo de Gobierno anuncia una serie de actuaciones de gran
envergadura: una nueva piscina cubierta, una nueva biblioteca, una nueva
escuela infantil, un gran centro de la artes… “¡Qué barbaridad!”- piensa uno – “Parece que de repente se han vuelto locos y que después de tres años
de somnolencia se ha despertado con ganas de actividad”.
Y
eso es lo que me tiene un poco desconcertado. Ese extraño resorte que impulsa
una inmediata reacción que se manifiesta cuando digo emito una queja o una
crítica. Como para taparme la boca, como si estuviera equivocado, como si todo
lo que digo fuera pura imaginación y fantasía. No dejo de darle vueltas al tema
y por más que lo pienso, no puedo evitar sentirme un poco perplejo. Y, lo que
es peor, un tanto desubicado. Es como si estuviera constantemente fuera de
juego, como si estuviera ungido con el don de la inoportunidad.
A veces pienso que lo que sucede es pura casualidad, pues no creo
ni siquiera que nadie influyente del entorno de alcaldía llegue a leer mis
comentarios. Cuando razono de esa manera casi llego a convencerme de que todo
es pura fantasía. Y de que pierdo lamentablemente
un tiempo precioso que podría dedicar a mi familia.
Pero otras me vengo arriba y quedo imbuido por un sentimiento que
me llena de orgullo y satisfacción, al comprobar que esa mirada particular al
sitio donde vivo, que desde aquí transmito y pretendo compartir con los
lectores, tienen a veces el premio de cambiar el rumbo de las cosas que no
están bien. O, por lo menos, conseguir que alguien tome conciencia de ellas
para intentar corregirlas.
Lo que sí puedo asegurarles de todas todas es que eso no está
preparado ni que tenga un acuerdo con nadie para que suceda de esa manera, lo que
digo para salir al paso de cualquier conjetura en ese sentido. La razón es muy
sencilla: ni tengo interés en que así sea, ni pretendo otras cosa que poner por
escrito las evidencias que todos podemos observar a nada que nos fijemos un
poco.
Al margen de los problemas anímicos que acompañan a estas dudas y que de momento quedan sin resolver, he de admitir que en cierto modo me alegra de que exista esa reacción tan diligente porque significa que las cosas que cuento no solo me preocupan a mí sino que al otro lado también hay gente que piensa como yo y comparte esas preocupaciones. Pero la realidad es que últimamente eso me está afectando a la salud mental. Los amigos comentan que me ven un poco distraído, que parece que no estoy atento y me encuentran un poco ausente. En el trabajo también se han dado cuenta y ya he recibido varias observaciones de mis jefes para que me centre más en mis ocupaciones y deje de poner cara de embobado en las reuniones. Mi mujer dice que debo atajar el problema y acudir a especialistas que me puedan ayudar. Mis hijos no dicen nada, los pobres, pero han dejado de pedir que juegue con ellos.
En fin, yo no quiero alarmarme demasiado pero creo que debo tomar
medidas antes de que la bola se haga más
gorda y llegue un momento en que no tenga solución. Ya les contaré cómo sigue todo
esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario